En su rincón

El ángel del escenario

Pepe Salguero en el almacén de su casa

Pepe Salguero en el almacén de su casa / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

José Salguero Colmena ha sido un hombre de teatro desde antes de nacer. Sus padres eran unos artistas que se recorrían la Península cantando y actuando en bares, plazas y teatrillos y, estando de paso por Madrid, nació este reconocido y querido buen hombre que lleva el teatro en las venas. Salguero vive al lado del Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, en el que ha trabajado muchos años como profesor de la Escuela Municipal de Teatro, en el equipo de Alfredo Ávila y Raquel Torres. En el edificio de su casa tiene un bajo atestado de decorados, vestuario, equipos de luz y sonido y todo tipo de elementos necesarios para los muchos montajes que lleva en danza: cuentacuentos, obras infantiles y demás obras de su actual Taller de Teatro ‘Aula Desván’.

Tras la fotografía en ese rincón mantenemos una entrañable conversación en El Mítico, a mitad de camino de los pocos metros que hay entre su domicilio y El Luzzy. Imaginad la conversación, llena de verdad, sentimientos y amor al teatro, que se emociona, hasta las lágrimas, nada más empezar, recordando a sus padres y su dura vida de titiriteros: «Mis primeros recuerdos son una maleta, que transportaba ropajes fantásticos y que, por la noche, me servía de cuna. Siempre de allá para acá, acompañando a Pepe de La Manga y a Emilia del Río, mis padres que me llenaron mi infancia de viajes y de canciones». En aquellos años no todo fue un camino de rosas: «La vida del espectáculo, sobre todo en aquellos tiempos, también tenía su parte dura no exenta de soledad. Haciendo nuestra vida en la furgoneta DKW, yo acompañaba con las maracas en los números musicales. No pude ir a la escuela de manera regular, nunca terminaba de hacer amigos, los niños de cada pueblo me veían como un bicho raro, competían por demostrar que me podían y eso me hizo encerrarme en mi interior y aprender a estar solo. Aquello me marcó para siempre. Tal vez sufrí lo que ahora se conoce como bullying y aquello me hizo ser retraído, pero un luchador, como mis padres, un superviviente que soñaba mientras cantaba la de ‘en un bote de vela, rumbo no sé dónde’. Entonces empecé a ayudar en los ‘sketchs’ y el gusanillo del teatro se apoderó de mí para siempre».

De adolescente, dijo que se quería quedar en Cartagena y estudiar. Fueron años de aprendizaje casi compulsivo y lecturas sin fin, que compaginó con su pasión teatral. Eran los años 70 y pasó a formar parte de la Plataforma de Arte y Cultura de Pérez de Lema: «íbamos por los colegios, actuando, sobre todo en los cursos de 8º de EGB, para captar alumnos para el Bachiller. Recuerdo el gran montaje de El Diluvio que viene, un musical maravilloso en el que compartí escenario con gentes de la talla de Manolo Ponce. Con los años, aprobé las oposiciones de Correos y, tras unos años de trabajar en Barcelona, donde también estudié Imagen y Sonido, al volver aquí, compaginé lo de cartero con el trabajo en el Grupo de Teatro La Murga. Tuve un muy grave accidente de tráfico que me obligó a retirarme y entonces, poco a poco, me pude dedicar por entero a mi carrera teatral, tras estudiar en la Escuela de Arte Dramático. En aquellos días, un médico me dijo: «¿usted sabe que debería estar muerto? Porque me salvé de milagro. Quizás toda mi vida ha sido un milagro o el hecho de haber nacido en un escenario me ha salvado».

Con el tiempo creó Teatro El Desván y colaboró con Alfredo Ávila en la Escuela Municipal de Teatro, se especializó en montajes infantiles y también en organizar fabulosos espectáculos musicales, incluso trabajó con la familia Piñana y fue técnico de sonido de ¡Ay Carmela! de La Murga, con Antonio M. M. y Pepa Ayala, con un grandísimo éxito por toda España: «Me gusta mucho el trabajo de técnico de sonido, pero, como el de luces, no está suficientemente valorado, siendo tan importantes como son».

Con Pedro Segura y Faustino Sáez inició sus primeros proyectos profesionales y ahí sigue, con ellos, muchos años después, colaborando, además, con su inseparable Manuel Llamas. Tal es así que Pepe Salguero se ha convertido en un imprescindible en la escena regional, y lo mismo lo vemos dirigiendo y actuando en colegios, institutos o asociaciones, que teniendo papeles estelares en los montajes más interesantes de los mejores directores, al tiempo que lleva los mandos, como técnico, de otras muchas representaciones. «Recuerdo un día que Pedro Segura me dijo que yo me tenía que dar a conocer como gran actor, faceta que había dejado un poco de lado en mis años de trabajo intenso en la Escuela. Creo que ahora estoy en ese momento de plenitud y dispuesto a muchos proyectos que me van llegando».

Y hablamos de la madurez, de la edad, del paso del tiempo y me confiesa: «Antes odiaba ir a los cementerios, con el tiempo he empezado a pasear por ellos, cada vez hay más amigos en ellos y cada vez uno se da más cuenta que también nos iremos por entre los cipreses. Recuerdo que tuve que actuar al día siguiente de morir mi padre, tuve que hacer de tripas corazón y, desde entonces, le dedico todas mis actuaciones a él. Esta es la magia del teatro, que nos da fuerzas cuando ya no nos quedan y que nos hace olvidar el dolor y revivir constantemente. Yo creo que hay algo más allá, algo más hermoso que hemos de alcanzar, algo mejor que este mundo loco y a veces cruel. Yo creo que soy mejor actor porque mi padre me manda buenas vibraciones. Yo creo que mis padres deben estar contentos con que yo haya seguido su estela».

Quienes conocemos a Salguero sabemos que no exagera: «Me siento realmente querido por mucha gente, no sé si me lo merezco, pero soy amigo de todos, no conozco que yo tenga ningún enemigo y si lo tengo, desde aquí pido que venga a hablar conmigo, que haremos las paces. Las cosas se arreglan hablando, siempre».

Y terminamos hablando de multitud de proyectos próximos y me adelanta que este año van otorgar el Premio Pata de Gallo del Aula Desván al veterano actor Pepe Carrasco. Terminamos fundidos en un fuerte y sincero abrazo. Es tan sensible y tan buena gente…