Social

Huir de la injusticia para seguir siendo niños

Lorca recupera el ‘Vacaciones en Paz’, que permite a niños de entre 8 y 13 disfrutar del verano alejados del conflicto

Galya, pequeña de origen saharaui acogida por Mateo y Maita.

Galya, pequeña de origen saharaui acogida por Mateo y Maita. / MATEO RUIZ

Gloria Piñero

Hace apenas cuatro días, Laila, Galya, Aya, Bulahi y Raguia emprendieron la gran travesía de sus aún cortas vidas. Dejaron atrás el aire abrasador y polvoriento del desierto argelino para ser recibidos con los brazos abiertos por familias lorquinas que les procurarán toda suerte de atenciones hasta que acabe agosto. Son unas auténticas vacaciones. Unas vacaciones en paz que les permitirán olvidar durante unas semanas que su pueblo, el saharaui, confinado en los campamentos de Tinduf, sufre un exilio que dura ya casi medio siglo y para el que no se adivina una salida.

Entre esas familias lorquinas de acogida está la de Isabel Sánchez, que se animó a dar cobijo por primera vez en 2014 a Ali Labat. Los padres de Ali tuvieron que trasladarse a España cuando él apenas tenía año y medio de vida para poder tratar a su hermana, enferma de cáncer, por lo que él tuvo que criarse con sus abuelos. «Al llegar, lo que más le impresionaba era cómo el agua no dejaba de salir del grifo de la bañera», comentaba Sánchez, recordando los primeros momentos del pequeño en la ciudad.

Aquel niño ha cumplido ya los 18 años, y tras idas y venidas al municipio durante cuatro veranos, ha decidido quedarse para poder formarse en el Grado Medio de Electromecánica de Vehículos Automóviles que se imparte en el Instituto de Educación Secundaria San Juan Bosco. «Es un chico muy responsable y se integró bien con los demás niños, que le dieron un buen recibimiento», declaraba Sánchez.

Dos años después de conocer a Ali, Isabel decidió acoger en 2016 a otra menor, una niña de nueve años que sufría problemas auditivos, Naama Moulout. Ante la ausencia del tímpano, Naama necesitaba un tratamiento del que no podía disponer en su lugar de origen, por lo que recibió asistencia médica en Lorca, ya que los menores que llegan de acogida son incluidos en la tarjeta sanitaria de las familias con las que pasan el verano. En su caso, Sánchez comentaba que lo que más llamaba la atención de la pequeña a su llegada fue la cantidad de comida que había en el hogar, mucho mayor de la que pueden permitirse en los campamentos de refugiados de Tinduf.

Algo que ha afectado a la calidad de vida de Naama es la dificultad para volver a España durante la pandemia, lo que ha jugado un papel negativo en el tratamiento de su enfermedad, aunque este año ha podido volver a reunirse con Isabel entre los meses de abril y julio, tras no haberse visto en persona desde 2019.

Sánchez contaba que siempre ha mantenido el contacto con las familias de ambos niños, ya sea a través de mensajes de WhatsApp o videollamadas. Al ser preguntada por las dificultades para comunicarse cuando los menores no hablaban el idioma, explicaba que al principio los gestos eran clave para entenderse, pero pasado un mes ya mantenía conversaciones con los pequeños, que aprendían rápido al haber estudiado previamente español en el colegio.

Isabel es miembro de la ‘Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui’. La prueba evidente del éxito de este programa se manifiesta en el hecho de que este año acude a Lorca una segunda generación de niños saharauis. Hace 25 años, Fatimetou Hamadi se alojó en casas de dos familias lorquinas, la de Mateo Ruiz y la de Enrique González.

Fatimetou (Fátima) residió en el municipio durante año y medio para tratar su enfermedad renal. De no haber sido posible, hoy no seguiría con vida. Ahora, su hija Galya, de 8 años, sigue los pasos de su madre, y pasa el verano en casa de Mateo y su esposa Maita, a quienes llama «abuelos».

Galya aún no habla español más allá de un «tengo hambre» o «quiero agua», y se comunica por víideollamada con su madre cada dos días, pero aprovecha cada momento para jugar, aprender, o probar algún alimento que aún no haya tenido la oportunidad de degustar en su corta vida. Algo tan simple para nosotros como montar en ascensor, a ella le resulta de lo más extraño, aunque con su curiosidad y ganas de descubrir el mundo, se espera que crezca sin nada a lo que temer, sana y feliz junto a su familia.

Con la solidaridad hacia un pueblo hermano como telón de fondo, para los niños saharauis y para sus familias de acogida, lo que vivirán estos días quedará grabado en sus memorias para siempre.

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