Educación

Empatizar con los alumnos, una "necesidad" para los docentes

La capacidad de los profesores de gestionar situaciones de crisis y contextos adversos con los estudiantes es clave para mejorar su aprendizaje

Cristina Sánchez y Helena F. Martínez-Saura

Cristina Sánchez y Helena F. Martínez-Saura / Juan Carlos Caval

Es la una de la tarde de un miércoles cualquiera. En el instituto toca cambio de hora y de docente. Estudiantes y profesores están ya cansados, hace calor y el ambiente se siente cargado. Marta es la profesora de Matemáticas, y llega al aula con un plan muy definido de lo que quiere hacer hoy. Pero se encuentra con un alumno llorando tras una pelea con otro estudiante, en la que se han insultado. Por suerte, Marta ha desarrollado una buena competencia emocional docente.

Abandonando momentáneamente los planes que tenía, esta docente imaginaria reconoce una situación clave para enseñar a los estudiantes la importancia de una emoción básica, el enfado: tenemos que controlarla pero no podemos suprimirla. El enfado es necesario y tiene su función. Además, Marta propone a los estudiantes estrategias de regulación emocional para salir del enfado: cambiar el pensamiento, hacer tareas agradables que entretengan, hablar o estar con alguien, intentar estar solo, evaluar y analizar la situación, dar un paseo… Finalmente, les explica que cada persona tiene que encontrar la estrategia de regulación que mejor se adapte a sí misma e insiste en que se consigue con entrenamiento y práctica.

Esta situación imaginaria, a la par que «necesaria» en la Educación actual, es la que dibujan Cristina Sánchez López, profesora de Métodos de investigación y diagnóstico en educación en la Universidad de Murcia (UMU) e investigadora en este campo; y Helena Fuensanta Martínez-Saura, doctora internacional por la UMU y maestra en Educación Infantil.

Ser docente, explican, «supone tener la capacidad de dar respuesta a multitud de escenarios ambiguos, cambiantes, inciertos y, sobre todo, emocionales». «En el aula se generan oportunidades de aprendizaje emocional todos los días». Es por ello que, según apuntan las investigadoras de la UMU, «alcanzar una buena competencia emocional docente permite disfrutar de la profesión» y, además, «hace que los estudiantes aprendan mejor». La competencia emocional de un docente «radica en su capacidad de utilizar conjuntamente rasgos de personalidad y habilidades aprendidas de tipo emocional y empático que intervienen en el proceso de enseñanza-aprendizaje».

Para Sánchez y Martínez-Saura, «si carecemos de competencia emocional docente, difícilmente podremos enseñar dicha competencia». Y «dado que se puede aprender», y actualmente no está lo suficientemente arraigada en la Educación, «parece recomendable que los futuros docentes puedan formarse en ella y que los docentes que ya ejercen la puedan adquirir y mejorar», destacan.

En situaciones de crisis

La importancia de la competencia emocional docente, explican, «se manifiesta especialmente en contextos adversos o situaciones de crisis». Como han demostrado estudios empíricos realizados durante el periodo de confinamiento, «los docentes con una competencia emocional óptima son más resilientes y se sienten con más energía en situaciones adversas y negativas como las vividas en la pandemia. También son más creativos y, por tanto, también más capaces de contagiar un mejor ambiente emocional con su alumnado».

Actualmente, apuntan Sánchez y Martínez-Saura, «en los grados de Educación en España, existe formación en competencias interpersonales, pero los futuros maestros demandan mayor presencia de las intrapersonales, tales como la comprensión de las emociones propias y las situaciones que las provoca o la autogestión emocional».

Al mismo tiempo, el profesorado de nuestras aulas, según los resultados obtenidos en la versión española del Trait emotional intelligence Questionnaire (TEIQue-SF), «posee una competencia emocional docente baja. Son los docentes con bajo perfil emocional los que dan menor importancia a la formación de estas habilidades y, por tanto, serán incapaces de enseñar dicha competencia en sus clases».

«Promover esta formación inicial y permanentemente en el profesorado contribuirá a que cada vez más docentes valoren la importancia de estas habilidades en su quehacer diario, y que además sepan impregnar en su alumnado motivación a la hora de aprender por su forma de impartir las materias. No es un mito, ni una moda: es una necesidad», concluyen las investigadoras.

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La competencia emocional se define como «una combinación de inteligencia emocional y empatía afectiva y cognitiva (es decir, la capacidad de conectar con las emociones de los demás y entenderlas)». La competencia emocional supone también «la capacidad de graduar estos rasgos empáticos». Por ello, para las investigadoras de la UMU, «es importante que los docentes con alta empatía sean conscientes de que la tienen y eviten sobreimplicarse, pues esto puede conducir al síndrome de estar quemado».