Tres consejeros de Valcárcel han sido imputados en el caso Novo Carthago, mientras el que fuera su presidente se va de rositas. ¿Quiere esto decir que Antonio Cerdá, Francisco Marqués y Joaquín Bascuñana actuaban por su cuenta a espaldas de quien los nombró? Por supuesto, queridos niños. Todo el mundo sabe que Valcárcel no se enteraba de nada. Él mismo lo confesó hace unos días: no sabía de las ingenierías que urdió Cerdá para regalarle a Florentino Pérez seiscientos millones de euros a cuenta de la desaladora de Escombreras que no iba a costar un duro, y cuando lo supo, fue a ver al de ACS, quien le aseguró que perdonaría a la Comunidad hasta el último céntimo, tal vez porque los murcianos somos mayoritariamente del Real Madrid y merecemos ese generoso óbolo de empresario tan desprendido. El cuento podría ser publicado en la colección El Barco de Vapor.

No se le ocurrió a Valcárcel, después de tan meritoria como milagrosa gestión, destituir a Cerdá por practicar políticas tan temerarias a sus espaldas, entre otras la de crear un Ente del Agua para solapar a la cicatera Confederación Hidrográfica, remisa a autorizar suministros de agua a las urbanizaciones que se prodigaban a cuenta de la política del ladrillazo. Al contrario, lo mantuvo a su vera hasta que, en comandita con el cuñado del consejero, Vicente Martínez Pujalte (el visitador de la Fiscalía del Estado para influir en la desimputación de Pilar Barreiro y trazar así un ´corte´ que evitara la extensión del caso Novo Carthago desde la instancia municipal cartagenera a la regional) promovió con urgencia la dimisión del de Agricultura y Agua, instalado por él en el Gobierno Garre, inicialmente títere, para que la investigación judicial descendiera desde el TSJ (inhábil, ya sin el aforamiento de Cerdá), donde investigaban al presidente, a un juzgado ordinario, en que el caso predeciblemente languidecería hasta extinguirse por inanición.

Valcárcel no se enteraba de lo que hacían sus consejeros en la desaladora ni en Novo Carthago, aunque las actas de la Asamblea Regional que reflejan sus debates con la diputada socialista Teresa Rosique podrían revelar lo contrario, incluso cualquiera deduciría de un primer vistazo que el presidente era el mayor abanderado y defensor de las actuaciones que la jueza adjudica ahora en exclusiva a consejeros de su Gobierno, ninguno de los cuales ha disfrutado de tanta labia y desparpajo como el actual vicepresidente del Parlamento Europeo (que suene el himno) para promover la bondad de la urbanización marmenorense.

Los jueces han de atender a pruebas e indicios para establecer sus conclusiones, pero cualquier observador que no esté limitado para sus especulaciones por la letra de la ley podría sorprenderse de algunos detalles maravillosos. Por ejemplo, de la destitución en su momento del delegado de Hacienda en Murcia Cristóbal Osete, después de que éste hiciera un impecable trabajo de investigación sobre Valcárcel y Bascuñana por orden del juez instructor del TSJ, Manuel Abadía. Su culpa consistió en atender a la orden judicial, y de hacerlo con eficiencia suma. Así, descubrió el contrato de una de las hijas de Valcárcel por una filial de Hansa Urbana, la empresa promotora de Novo Carthago; el blanqueo de los regalos en metálico de la boda de esa misma hija realizado por el yerno del presidente mediante sucesivas entregas de mil euros a su cuenta en la caja de ahorros en que trabaja; los negocios del entorno familiar valcarceliano con el promotor de la urbanización de marras, Rafael Galea, invitado a la boda, sin que las pesquisas judiciales pudieran finalmente deducir si su contribución a la misma fue una cafetera para el nuevo hogar de la pareja o un viaje alrededor del mundo. Valcárcel no parecía disponer en su momento de esa información, aunque pretextó que Galea asistió a la boda de la hija no por su propia amistad con el promotor, sino por la de su mujer con la esposa de aquél.

Irrefutable. Las investigaciones de Osete descubrieron también que el entonces delegado del Gobierno, Bascuñana, formalmente responsable de Hacienda, no utilizó durante una década las tarjetas de crédito de sus múltiples cuentas corrientes ni hizo un uso cotidiano de éstas. De modo que se cargaron a Osete, y no tuvieron escrúpulo en hacerlo a renglón seguido de la difusión de estas incómodas noticias, y con la prepotencia de quienes lanzan una advertencia y avisan a caminantes acerca de lo que resulta intocable.

No hay pruebas ni las habrá, como dijo el otro Señor X.