Personajes del Cortejo

Francisco Ibáñez: “Comencé limpiando instrumentos con el algodón mágico”

El mayordomo encarnado recuerda cuando ensayaban en el Puente de los Carros “lloviera o hiciera frío”

Francisco Ibáñez Martínez, de mayordomo, acompañando al estandarte del Santísimo Cristo de la Sangre, titular del Paso Encarnado, por la carrera principal, este Domingo de Ramos.

Francisco Ibáñez Martínez, de mayordomo, acompañando al estandarte del Santísimo Cristo de la Sangre, titular del Paso Encarnado, por la carrera principal, este Domingo de Ramos. / Pilar Wals

El año transcurre restando cada jueves uno a los que faltan para la Procesión del Silencio en la madrugada de Jueves a Viernes Santo. “Ya falta uno menos, digo cada semana mientras lo tacho del calendario. Se hace larga la espera para volver a ver al Cristo de la Sangre en la calle recorriendo el Barrio rodeado de ‘rabaleros’ en una madrugada que se pasa demasiado rápido”, cuenta Francisco Ibáñez Martínez.

Es encarnado “de la Cañada”, como los rabaleros conocen a la calle Abellaneda, por donde este jueves transitará la Procesión del Silencio. A su paso recordará aquellos años de crío cuando “estábamos todo el día en la calle. Jugaba con primo Pedro Sosa, mayor que yo, y soñábamos con formar parte de la banda de cornetas y tambores del Paso Encarnado. Veía pasar la procesión y pensaba que un día estaría desfilando con la banda y que también portaría al Cristo de la Sangre a hombros. Ese era mi sueño”, recuerda.

Entonces, las puertas de las casas estaban abiertas. Y los vecinos entraban y salían mientras se sacaban las mesas a la calle para cenar y ‘tomar el fresco’ en las noches de intenso calor del verano. “Me crie en casa de mi abuelo. Estábamos todo el día para arriba y para abajo por los cabezos. Mis padres nacieron y vivieron en la calle Abellaneda. Curiosamente, uno vivía en frente al otro. Mi primo Pedro entró en la banda y al poco tiempo lo hacía yo”, relata.

Eran otros tiempos, afirma, en que “no había un local donde ensayar. Lo hacíamos en medio de la calle, en el Puente de los Carros, lloviera o hiciera frío”. Y cuenta que no les faltaba ilusión. “Estábamos encantados de vestirnos de romano y estar toda la tarde hasta bien entrada la noche desfilando. Teníamos una ilusión tremenda. Logramos meternos todo el grupo de amigos en el Paso Encarnado, por lo que estábamos encantados. Esos fueron mis inicios en la cofradía hace ya casi treinta años”.

En aquel entonces, era presidente Jerónimo Gil Arcas. Luego llegaría Francisco Jódar, José María Miñarro, Fulgencio Soler y el actual, Alberto Secada. Ha formado parte de prácticamente todas las juntas directivas y ahora ostenta el cargo de vicepresidente. En la procesión participa como mayordomo acompañando al estandarte del Santísimo Cristo de la Sangre. “No hay mayor honor. Normalmente, voy con el tercio de nazarenos del Cristo de la Sangre. Procesiono en el Barrio, pero también por la ciudad”. La última vez que lo hizo fue este domingo, Domingo de Ramos, que participaba dentro del cortejo del Paso Encarnado.

Esta noche también estará en el ‘Encuentro’ y en un lugar privilegiado. “El momento más emotivo es cuando las tres imágenes titulares, el Cristo de la Sangre, la Santísima Virgen de la Soledad y Nuestro Padre Jesús de la Penitencia se encuentran en la Plaza de la Estrella. Es un momento único. Miles de personas esperan la llegada de los tronos. Parece imposible que puedan adentrarse, porque hay gente a lo largo de toda la subida del Puente Viejo. Los mayordomos tenemos que abrir camino y me quedo justo en medio de las tres imágenes. Es increíble, un instante único”.

Es ya casi una procesión que surgía en tiempos del presidente José María Miñarro, recuerda. “Era un ensayo. Un ensayo previo a la Procesión del Silencio. Los ‘rabaleros’ comenzaron a acudir y también lo hicieron los de la ciudad. Y visitantes, turistas… hasta el momento actual en que se dan cita miles de personas”. La ‘procesión’ del encuentro se inicia bien temprano. “Esta misma tarde, a las cinco, emprenderemos camino hacia San Diego. Allí se celebra una misa en el huerto del antiguo convento a la que asisten los mayores. Es un momento muy especial para ellos, ya que le tienen mucha devoción a la imagen”, relata.

La Virgen de la Soledad y el Señor de la Penitencia partirán de la iglesia. “Van acompañados de fieles las tres imágenes que se encuentran en la Plaza de la Estrella, por lo que en ese lugar se dan cita los que integran los tres cortejos”. Pero si vive con ilusión la celebración esta noche del ‘encuentro’ con mayor si cabe lo hace con la del Silencio. “El jueves por la noche es nuestra madrugada. Me emociona ver ese atrio repleto de gente y el reloj de la torre campanario al filo de la madrugada y el Cristo de la Sangre saliendo de la iglesia tras el toque de corneta. El atrio y las calles aledañas están a reventar de gente. Y cuando sale esos gritos de viva, esas caras llenas de lágrimas, esa emoción… Hay que vivirlo para sentirlo”.

Y la recogida, admite, no deja a nadie indiferente. “En torno a la una y media de la madrugada regresamos. Cuando el trono dobla la esquina de la Plaza de la Hortaliza los costaleros comienzan a entonar el Himno del Cristo de la Sangre. Impresiona ese instante en que la noche está avanzada. Es multitudinaria. En el atrio no cabe nadie más mientras los costaleros rozan los nudillos de sus manos para lograr adentrar el trono en su templo”.

Por el camino quedan esos llantos en forma de saeta que se interpretan en balcones y rejas. “Mi casa es una de las elegidas para cantar al Cristo de la Sangre a su paso. La noche está avanzada y solo se escucha esa voz desgarrada a golpe de tambor. La procesión transita por calles en penumbra estrechas en las que se apostan lorquinos, visitantes y turistas para ver pasar el cortejo que cada año atrae a mayor número de personas”.

Mucho antes, por la mañana, cruzarán el Puente Viejo del Barrio para ir a la ciudad. “Es un clásico. A mediodía iniciamos camino hacia el Ayuntamiento. Allí se dan cita integrantes del resto de cofradías en la tradicional ‘Convocatoria’ por la que se invita a la procesión a toda la ciudad. En la ida, recogemos algunas banderas por el camino, y antes de la vuelta les acompañamos a sus sedes religiosas. Es un acto con solemnidad, ya que se celebra en la Sala de Cabildos del Ayuntamiento”.

De la Procesión del Silencio recuerda una anécdota sucedida hace algunos años. “Amenazaba lluvia, pero había una posibilidad de apertura del cielo que quisimos aprovechar. Nos echamos a la calle y cuando íbamos por la calle Abellaneda nos cayó un fuerte chaparrón. La procesión se abrió y estandartes, mayordomos… se pusieron a resguardo. Todas las puertas se abrieron para acoger los enseres del Paso Encarnado. El trono del Cristo de la Sangre seguía desfilando, a paso lento, y con él íbamos la banda. No nos inmutamos. Seguimos adelante hasta la iglesia. Seguimos con él, escoltándolo, acompañándolo bajo la intensa lluvia. Un mar de paraguas nos recibía en el atrio. La gente lloraba por la gesta, por el acto épico que acabábamos de protagonizar. Yo iba con la banda delante del trono. Recuerdo que las gotas de lluvia nos caían por la cara y cómo la ropa estaba totalmente empapada”.

Al día siguiente, recuerda, “personas como Diego, ‘El Bicho’, iban con su furgoneta casa por casa recogiendo estandartes, túnicas… Todo estaba chorreando. Se llevaron a la Casa del Paso. Mayordomos, asociadas… acudían con secadores para intentar quitarles la humedad y que no se estropeasen”.

Estas gestas y otras las protagonizaban gentes “pegadas al Paso como Paco ‘El Borrasca’, Mariano, Gregorio, Paco ‘Beethoven’, Salva… y Javier Medina. Ponían todo su cariño, su esfuerzo y empeño en trabajar para engrandecer al Paso Encarnado. De ellos, tuvimos la suerte de aprender cuando llegamos al Paso. Recuerdo que comencé limpiando instrumentos con el algodón mágico. Ha pasado el tiempo, pero sigo conservando esa misma ilusión de aquel niño que disfrutaba sintiéndose útil con las tareas que nos encomendaban”, concluye.