Personajes del Cortejo

Andrés Sánchez: “Mi despertador son las campanas de San Francisco”

Se siente un privilegiado al escoltar, al frente de la Agrupación Musical Mater Dolorosa, a la titular del Paso Azul

Andrés Sánchez Manzanares, centro, tocando la trompeta por la Cuesta de San Francisco en la recogida de la Dolorosa de la procesión de este Viernes de Dolores.

Andrés Sánchez Manzanares, centro, tocando la trompeta por la Cuesta de San Francisco en la recogida de la Dolorosa de la procesión de este Viernes de Dolores. / Pilar Wals

Una trompeta sonaba durante la pandemia de cuando en cuando en el casco antiguo de la ciudad con ciertos aires de melancolía. El Himno a la Virgen de los Dolores, las ‘Caretas’… Sus sonidos dejaban entrever el estado de ánimo del que la empuñaba a modo de ‘arma’ en un intento por combatir la tristeza, el abatimiento, la soledad… que en esos momentos le invadía, nos invadía a todos. En esos instantes de pesadumbre, de añoranza, se subía a los más alto de su casa y, desde la terraza, entre tejados, lloraba expresándolo como mejor sabía, a través de su música.

Enfilaba la vista hacia la torre campanario de San Francisco, hacia los tejados del viejo templo que guardaban en su interior la joya más preciada de un azul, la Santísima Virgen de los Dolores. “Tenerla tan cerca y no poderla ver era una angustia. Un muro de piedra nos separaba en unos momentos en que necesitaba más que nunca su consuelo”, recuerda emocionado Andrés Sánchez Manzanares.

El joven está al frente de la Agrupación Musical Mater Dolorosa y del resto de bandas de la Hermandad de Labradores, Paso Azul. Atrás queda aquel día que siendo aún muy niño llegó al Conservatorio de Música Narciso Yepes. “Pude elegir cualquier instrumento, pero quería la trompeta para poder tocar en el Paso Azul, a la Virgen de los Dolores”, recuerda.

Es azul por tradición familiar. Su padre, Andrés Sánchez, es fiel a la Comisión de San Francisco, como también lo es su hermana, Julia María. Y su madre, Sacri, es una de las bordadoras que ‘pintan’ con la aguja y con hilos de seda y oro las joyas del bordado que procesionan en el cortejo azul de los Desfiles Bíblico Pasionales. “Mi abuelo Antonio Manzanares Navarro-Soto era además ‘rezaor’ del Vía Crucis lorquino. Lo recuerdo vagamente, porque cuando falleció aún era muy niño”, relata.

Se siente un privilegiado por partida doble. Por un lado, vive en la Cuesta de San Francisco. “Es un auténtico lujo levantarte por la mañana y que por la ventana te entre, literalmente, la iglesia de San Francisco. Y dormirte viendo los tejados y sabiendo que debajo de ellos, apenas a unos metros de mi casa, está la Virgen de los Dolores, es increíble. Mi despertador son las campanas de San Francisco. Cómo podía ser de otro color… Imposible. Y me siento un afortunado por acompañar siempre a la Virgen de los Dolores. La agrupación musical la escolta en cada una de sus salidas. A donde va Ella, vamos nosotros. Eso es un honor inmenso”, asegura.

Sus primeros recuerdos como azul están precisamente en San Francisco junto a la Virgen de los Dolores. “Acompañaba a mi padre y a mi hermana a la iglesia. Ellos siempre estaban allí, trabajando, y yo me entretenía correteando de un lado para otro. Pero siempre hacía un alto y me ponía frente a la Virgen de los Dolores. Me considero cristiano, mariano y ‘madrero’, como decía nuestro Presidente de Honor, José María Castillo Navarro”.

Y cuenta que le gusta visitar a la Virgen de los Dolores cuando acude a ver a su madre al taller de bordados o simplemente pasa por el Museo Azul de la Semana Santa. “Cuando ensayamos allí, suelo irme media hora antes para estar frente a nuestra Madre. Pero también suelo buscar cualquier excusa y entrar, sin que nadie me vea, para disfrutar de un rato junto a la Virgen de los Dolores y el Cristo Yacente. Para mí, la Virgen de los Dolores es muy especial. Le tengo un cariño, una pasión… Un amor muy grande”.

Entre los actos más significativos en torno a la Dolorosa sitúa ‘La Salve’. “Desde muy pequeño siempre he acudido. Al principio con mi padre, de la mano, como hemos ido todos los azules. Apoyándonos en los más veteranos. Es ese acto -no escrito- de iniciación para todos los que se incorporan a la cofradía. Con el paso del tiempo te das cuenta que es mucho más. Nunca falto y, siempre, lo hago en compañía de mi padre. Es muy emotivo por el ambiente que se respira en la iglesia. El templo está en penumbra y rodeando a la Virgen de los Dolores estamos todos los mayordomos con velas. Es impresionante. No hay nada igual”, rememora.

El instante en que los mayordomos abandonan el templo a través de la Sacristía para llegar al Carrerón de San Francisco es el preámbulo de uno de los momentos más intensos. “Allí rezamos por los difuntos del Paso Azul. Por los que ya no están. En esos momentos siempre me acuerdo de mis abuelos, de mi prima que fallecía con treinta años y de una amiga muy especial, la hija de Santi Parra. María era mi amiga del alma. Cuando éramos niños jugábamos juntos en San Francisco. Nos llevábamos tan bien que decíamos que éramos novios. Se marchó muy pronto, demasiado pronto, y la sigo echando mucho de menos. Me emociono todavía recordando su pérdida”, relata con lágrimas en los ojos.

Con nueve o diez años ya estaba en la banda egipcia y despuntaba. Lo hacía, entre otras cuestiones, porque estaba en el Conservatorio de Música Narciso Yepes. “Y un día decidieron llevarme a la banda de los mayores. Muchos me miraban con cierta extrañeza. Supongo que se preguntaban qué hacía un crío ensayando con ellos”. Andrés fue creciendo mientras se formaba en el conservatorio de música. Sus ratos de ocio, como tantos jóvenes azules, se los dedicaba a la banda del Paso Azul. “Repito, somos unos privilegiados, porque siempre estamos con la Virgen de los Dolores, en cada una de sus salidas procesionales”.

El tiempo de pandemia dejó una huella difícil de borrar, aunque con el paso del tiempo, reconoce, se va suavizando. “Me sigo acordando de ese sufrimiento de estar apenas a unos metros de la Virgen de los Dolores, del Cristo Yacente y no poder verlos. El primer año fue quizás el más duro. Apenas quedaban unos días para la celebración cuando se decretó la suspensión de los Desfiles. Fue durísimo. Más que al año siguiente, porque ese lo esperábamos, pero el primero, nos pilló por sorpresa”.

Aquel primer año sin desfiles el ‘Jueves de Serenata’ salía al balcón. “Abrí la ventana y me puse a gritar vivas a la Virgen de los Dolores como si no hubiera un mañana. No me portaba que nadie me contestara. Lo único que quería es que en esos momentos la Virgen sintiera que los azules desde nuestro encierro estábamos con ella. En casa hemos llorado mucho. Ha habido muchos llantos, porque ninguno estábamos, preparados para lo que hemos vivido”. En aquellos instantes el consuelo llegaba “con un encuentro virtual a través del móvil… Hemos gritado juntos, hemos brindado… hemos tocado la trompeta, el tambor… Ojalá nunca se vuelvan a repetir esos momentos de angustia que vivimos”.

Se muestra emocionado por la evolución de las bandas del Paso Azul. “La cantera es impresionante. Tenemos en estos momentos cinco bandas. Algunos de nuestros músicos muy pequeños y con un número muy elevado de chicas. Prácticamente tenemos actos todos los meses del año. Superamos los 250 componentes, con edades comprendidas entre los 6 y 17 años. El interés es máximo lo que llevaba al Paso Azul a hacer una fuerte inversión en instrumentos y vestimentas”.

Apunta que se sienten muy arropados. “El vicepresidente de la Comisión de Bandas, José David Ayala, siempre está ahí para cubrir todas las necesidades de gestión. El trabajo diario lo comparto con el director de percusión, Miguel Ángel Castellar. Y la banda de tambores del Cristo Yacente la coordina Dani Peregrín. Los ensayos tienen que estar muy bien planificados para atender a cada una de las agrupaciones, aunque la principal –con más actos que el resto- es la que más horas destina a estas funciones”.

Estos días, reconoce, siente una alegría especial. La primavera llegaba al entorno de San Francisco en forma de flores y aromas desde los naranjos de la calle Nogalte que viven una explosión de color. Ahora, cuando abre su ventana el sol parece que brilla con mayor intensidad y hasta el azul se muestran de la misma tonalidad que el manto que ideó para la Dolorosa el genio Cayuela. “Esta Semana Santa la estoy viviendo con la intensidad del que la disfruta por primera vez. El año pasado aún teníamos restricciones, por lo que no pudimos vivirla y sentirla en plenitud de facultades. Está siendo diferente, increíble. Estamos recibiendo mucho cariño por parte de los azules que aplauden cada una de nuestras intervenciones”.

Antes de marcharse sus pensamientos vuelven junto a la Dolorosa. “Todo lo hacemos por Ella. Es el centro de nuestros esfuerzos, de nuestro cariño… Es el motivo para adentrarnos cada día en su iglesia. Ella es la que nos da fuerza para hacer frente a las dificultades que cada día se plantean. Y cuando termine hoy, volveré a San Francisco para verla, para darle gracias por tantas cosas”, concluye.