Personajes del Cortejo

María Dolores Chumillas: “No sé cuántos Vía Crucis llevo con mi hijo en brazos pidiendo su recuperación”

La blanca y encarnada acudía cada Viernes Santo al Calvario hasta que el pequeño decidió comenzar a subir con su andador

María Dolores Chumilla a mitad del varal izquierdo de la Virgen de la Soledad, del Paso Encarnado, tras cruzar el Puente Viejo del Barrio camino de la ciudad para participar en los Desfiles Bíblico Pasionales de Viernes Santo.

María Dolores Chumilla a mitad del varal izquierdo de la Virgen de la Soledad, del Paso Encarnado, tras cruzar el Puente Viejo del Barrio camino de la ciudad para participar en los Desfiles Bíblico Pasionales de Viernes Santo. / L. O.

Amanece el Viernes Santo y una mujer madruga. Lo hace como cada Semana Santa al llegar este día con ilusión. Viste a su pequeño y se prepara para hacer su particular camino hasta el monte del Calvario lorquino. Ya no recuerda cuántas veces ha hecho el tortuoso camino. Tortuoso porque Andrés, como se llama el otrora niño y ahora joven, ha ido creciendo y su peso y tamaño llevan a que su madre ya no lo porte en los brazos, sino a la espalda.

“Andrés nació con una patología que dificulta sus movimientos. Fue un golpe muy duro. Duro, porque no sabes cómo afrontar algo que desconoces. Ahora, todo ha cambiado, somos –porque él también se ha involucrado de lleno en ese intento por lograr su máxima recuperación- un equipo que estudia y que investiga cualquier nuevo avance. En aquellos instantes se me cayó el mundo encima y me volqué de lleno en la fe. Hice la promesa de llevarlo mientras mi cuerpo lo permitiera en brazos hasta El Calvario para dar gracias por tenerlo a mi lado, por intentar que su patología mejore día a día y para agradecer que lo pusieran en mi vida. No sé cuántos Vía Crucis llevo con mi hijo en brazos pidiendo su recuperación”, afirma María Dolores Chumillas Martínez.

Es blanca, pero también encarnada ‘rabalera’, como le gusta definirse, aunque esa presencia, constante, en los Vía Crucis le ha llevado a estrechar lazos con el Paso Morado. Sus pasos, lentos, no le permiten ir al ritmo que marca el ‘rezaor’. A lo lejos escucha los versos que recita durante el recorrido mientras avanza los 1.321 pasos que recorrió Jesús desde el Pretorio al Gólgota.

El Vía Crucis lorquino, el que puso en marcha en 1618 el franciscano fray Alonso de Vargas, es un itinerario que se inicia en la conocida popularmente como Puerta de Nogalte, junto a la iglesia de San Francisco. El recorrido avanza por la calle Nogalte y se adentra en la de Pérez Casas, para enfilar una empinada cuesta hasta El Calvario. María Dolores, Chumi, como todas la conocen, espera a las puertas de la Residencia de Día de Asprodes a la comitiva y desde allí se sumaba al recorrido con Andrés que rodea con sus brazos el cuello de su madre. Algunos ya conocen su particular periplo y la saludan mientras inicia con alegría el camino. Ese peregrinaje se ha repetido largo tiempo. Aún recuerda aquel Viernes Santo en que al llegar a las escaleras desde donde ya comienza a verse una panorámica de El Calvario, Andrés le anunciaba que sería el último en llevarlo a cuestas. “Me miró muy serio y me dijo que él ya pesaba mucho y que las piernas le arrastraban y que el próximo año intentaría hacer el camino andando”, recuerda María Dolores Chumillas.

Y así fue como al siguiente Viernes Santo Andrés inició el camino ayudado por su andador. A su lado, como siempre, su madre, pendiente como lo hizo María de Jesús. “Al llegar a las mismas escaleras donde el año anterior me había dicho que ya no lo tendría que llevar más a hombros, soltó el andador y sacando fuerzas no sé de dónde, comenzó a subirlas. Dejó el andador, literalmente, porque tuve que salir detrás de él, ya que por la inercia bajaba por la cuesta. Y llegó hasta arriba. Para mí es un héroe. Aquello fue una auténtica hazaña. Es una persona increíble que cada día nos da una lección”, cuenta emocionada.

Así se iniciaron esos diálogos que, en silencio, mantenía cada Martes, Jueves y Viernes Santo con la Santísima Virgen de la Soledad, titular de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, Paso Encarnado. “Hablamos, lo hacíamos todo el camino. Ella es madre y yo también lo soy. Ella sufría por su hijo y por todos nosotros. Y yo, lo hago por mis niños, pero especialmente por Andrés”, se confiesa.

Curiosamente es lorquina de Barcelona. “Mis padres son de esos lorquinos que se vieron obligados a buscar trabajo fuera. Durante años venía en verano y en Semana Santa. Jugaba en la calle Casas Blancas, al lado del cabezo del mismo nombre, en la Cuesta de El Parralero. Y con nueve años, volvimos definitivamente a Lorca”.

Su abuelo Miguel salía con el cáliz del Paso Encarnado. De su niñez recuerda cuando iba con su abuelo Miguel, ‘El Cojo’, a cobrar los recibos de la Sociedad. “La familia de mi padre es la de Gabriel ‘El Confitero’. También tenemos a muchos ceramistas que iban a los mercados y montaban sus puestos con las piezas que hacían”.

Se considera una mujer muy creyente, de fe, pero “las circunstancias de la vida me han llevado a tener poco tiempo para ser practicante”. Estuvo portando el trono de la Virgen de la Soledad hasta que una grave lesión en la espalda le obligó a dejarlo. Hasta entonces, ocupaba un lugar en el varal derecho del trono de la Soledad. “Era una manera de desfogar tensiones, emociones, sentimientos… de poder dar visibilidad a la gente que no puede salir, sobre todo, mujeres. Es un trono de costaleras y es una satisfacción tener la oportunidad de decir voy a llevarlo y poder hacerlo, porque en otros lugares es imposible”.

Andrés no ha salido nunca en la Procesión del Silencio, “pero no lo descarto. Tiene un nivel de movilidad complejo, pero él decide lo que quiere hacer y, cualquier día, seguro que me vuelve a sorprender. No podría meterse debajo de un trono, pero como mayordomo… Quién sabe. Solemos ver juntos la procesión. Yo estoy en Presidencia y él en el palco de enfrente. No paramos de mandarnos mensajes”.

Los problemas de movilidad le llevan estos días a enfadarse. “Es complicado moverse con un andador, una silla de ruedas, muletas… y más si vas en grupo. Los palcos se adaptaron para las personas con movilidad reducida, colocándose dos espacios a uno y otro lado de la carrera, pero es difícil cuando vas en familia poder ver la procesión todos juntos”, advierte.

Una fractura de columna la llevó a abandonar el trono. “Tengo la enfermedad del cuidador. Se acabó mi vida debajo del trono, pero sigo disfrutando con el ‘Encuentro’. Para mí, es un momento único cuando se encuentran el Cristo de la Sangre, la Virgen de la Soledad y Jesús de la Penitencia. La Plaza de la Estrella es un hervidero de rabaleros, lorquinos, turistas y visitantes, que cada año acuden a presenciar uno de los momentos más emotivos de la Semana Santa lorquina. Este año volveré y espero estar en un lugar que me permita sentirme abrazada por las tres imágenes”.

Entre los instantes que rememora una y otra vez está el regreso de la Virgen de la Soledad al caer la tarde del Viernes Santo por el Puente Viejo del Barrio. “Madre e Hijo regresan a casa y no lo hacen solos. Les acompañan los que han estado con ellos en la ciudad, pero también los ‘rabaleros’ que esperan en la bajada del puente su llegada. Es impresionante el gentío, el cariño, la emoción de las cientos de personas que los esperan para acompañarles en el trayecto final del recorrido hasta la iglesia de San Cristóbal. Hay que estar allí para vivirlo. Los costaleros están agotados, después de tantas horas de cortejo, pero emocionados por llevar a hombros a lo más grande. Para mí, sin lugar a dudas, es ese instante que pocos conocen y que invito a disfrutar el mejor de la Semana Santa lorquina”, concluye.