Personajes del Cortejo

José María Miñarro: “Quería sacar siete sigas para mostrárselo a los que presumen tanto”

El presidente del Paso Azul sorprendía caracterizado del emperador Adriano en un carro tirado por seis caballos

José María Miñarro, presidente del Paso Azul, caracterizado del emperador Adriano, se abraza emocionado a su hija Rosario que recreaba a Flavia Domicia, en presencia del fallecido Presidente de Honor, Juan Carlos Peñarrubia Agius.

José María Miñarro, presidente del Paso Azul, caracterizado del emperador Adriano, se abraza emocionado a su hija Rosario que recreaba a Flavia Domicia, en presencia del fallecido Presidente de Honor, Juan Carlos Peñarrubia Agius. / JAVIER MARTÍNEZ

Las cuadrigas son de Roma y Roma es azul”, afirmaba el Presidente de Honor del Paso Azul, José Antonio Ruiz Sánchez. Lo hacía con ocasión del estreno de las nuevas cuadrigas de los emperadores Nerva, Trajano y Adriano, que por aquel entonces habían sido cinceladas por los Hermanos Angulo de Lucena, en Córdoba, cuyos padre y abuelo fueron los autores de las que se habían estrenado veintitrés años antes, las de los Flavios.

Años después, su sucesor en el cargo, José María Miñarro González, cogía las riendas de la cuadriga de Adriano a la que le sumaba dos caballos más. El carro no era elegido al azar. El presidente del Paso Azul quería ‘conquistar’ la carrera con seis caballos en un carro de color azul. Y no lo hacía solo. “Quería sacar siete sigas para mostrárselo a los que presumen tanto. Que viesen que los azules no solo somos capaces de sacar una sola siga, sino siete, a la carrera, al galope, cortando el viento y levantando la arena a su paso”, cuenta aún emocionado como aquel día.

El emperador Publio Elio Adriano, al que recreaba, era sobrino segundo por línea materna de Trajano. Llegó al trono imperial con cuarenta años tras una larga carrera de cargos civiles y militares. Frenó la expansión territorial, renunciando a nuevas conquistas bélicas, reforzó las fronteras y promovió la idea de paz en todo el dominio romano. Le sucedió Antonio Pío, su hijo adoptivo.

Miñarro llevaba a cabo su hazaña con el carro de Adriano, azul, con la decoración y ornamentación en plata. En él, aparecen motivos de caza y como simbología central, una medusa. Este animal marino fue adoptado por el propio emperador en sus visitas a Oriente y lo incorporó a su coraza. El manto de Adriano muestra como motivo principal a Antinoo, protegido de Adriano y que lo ensalzó hasta la figura de un Dios romano.

“Desfilé en el grupo de los ‘Antoninos’. Lo llevamos muy en secreto. Nadie sabía que íbamos a sacar siete sigas y menos que una de ellas la llevaba yo. Solo tres personas conocían lo que se estaba fraguando. Los tres muy cercanos. Había que hacerlo así. Un mes antes se lo plantee al desaparecido Presidente de Honor Juan Carlos Peñarrrubia que me dijo: ‘Tú sabes lo que vas a hacer… Si fallas, te tienes que ir de Lorca’. Tiré para adelante y aquella noche triunfamos. Los azules vibraban cuando vieron el espectáculo de las siete sigas, una detrás de otra, al galope por la carrera”, recuerda.

Pero poco antes de salir José María Miñarro también era sorprendido. “Me vestí en la casa de Domingo Albarracín, porque no quería que nadie me viera hasta que estuviera en la carrera. Me pusieron el manto de Adriano y el que se llevó la gran sorpresa fui yo. A lo lejos vi llegar a mi hija pequeña, Rosario, vestida de Flavia Domicia. La emoción me embargó y nos fundimos en un abrazo mientras yo lloraba. Me hacía especial ilusión salir, pero hacerlo escoltado por mi hija era todo un orgullo”.

Muy cerca estaba la entonces presidenta de la Asociación de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, Joaquín Gil Arcas, una apasionada de los caballos y los carros, quien como muchos azules también se sorprendía de ver al presidente del Paso Azul dispuesto para salir. “Recuerdo que me miró mientras me decía que qué iba a hacer. Al conocerlo, me deseó suerte”.

El carro de Adriano esperaba a las puertas del Instituto de Educación Secundaria Ramón Arcas Meca, en una zona sin arena. “Me dijeron que entrara tranquilo. Los caballos no eran ‘peladillas’, tenían mucho carácter. Domados, pero con ganas de echarse a correr. Llevaba como palafreneros a Richard e Iván. Les grite: ‘Quitaros de en medio, que voy’. Y entré en la carrera a todo lo que daban los caballos. Aún recuerdo la cara de los portapasos del Cristo de la Coronación que estaban a un lado cuando me vieron pasar al galope”, ríe.

El ‘tubo’ como llaman popularmente los caballistas y aurigas a la carrera “era más ‘tubo’ que nunca. Parecía cerrarse. En el primer parón no pude por menos que mirar hacia atrás. Quería ver a mi hija Rosario entrar. Fue espectacular. Tiene maestría a caballo, pero también con los carros. Me emocioné, pero no podía permitirme que los ojos se me llenasen de lágrimas, porque había que cumplir con el propósito de mostrar a todos quiénes somos los azules”, relata.

Los palcos se levantaban a su paso. “Me miraban con cara de sorpresa, como preguntándose si realmente era yo. Fue una experiencia única. Llevo treinta años montando a caballo, pero nunca había llevado un enganche de estas características. Es un riesgo, porque el espacio es muy estrecho y a la carrera tiene sus dificultades, pero es el espectáculo que cada año brindamos y por el que somos reconocidos en todo el mundo”, admitía.

Ha desfilado, a caballo, con la ‘Romana’, con Débora y escoltando a la Virgen de los Dolores. Ser azul es un homenaje que le brindó a su madre siendo muy niño. “Tuve la desgracia de perderla cuando aún era muy pequeño. Era muy azul y devota de la Virgen de los Dolores, por quien sentía un amor muy grande. Yo era azul, pero me volví mucho más para de esa forma sentirla junto a mí, aunque físicamente ya no lo estuviera. Mi madre Gertrudis González y mi abuela Dolores, me hicieron azul, azulísimo”.

De su madre recuerda cuando le llevaba a San Francisco. “Venía con ella de la mano y los dos nos poníamos frente a la Virgen de los Dolores. Cuando lo hago, ahora solo, me estremezco al recordar aquellos instantes y la siento muy cerca de mí. Mi padre, José María, era blanco y solía meterse con ella, con los clásicos piques entre blancos y azules. Ella guardaba silencio, pero de vez en cuando hacía algún comentario con gracia que los dejaba a todos callados. Esas vivencias junto a ella me marcaron. En honor a mi madre soy azul”, recuerda con cierta emoción.

Tres presidentes, Juan Carlos Peñarrubia, Cristóbal Alcolea y José Antonio Ruiz, lo han tenido en la Comisión de Caballos. “Fue todo un honor que confiaran en mí. Me comprometí a echarles una mano y ahí estuvimos todos los que integrábamos la Comisión de Caballos. Llevo treinta años ligado a ella y nos sentimos muy orgullosos de la evolución que los jinetes, aurigas… han tenido en el cortejo del Paso Azul, porque el caballo es una de las figuras fundamentales de nuestra procesión”.

Aunque tiene claro que la que lo mueve todo es la Santísima Virgen de los Dolores. “Para mí es lo más importante de esta vida, lo más grande. Ella es la que logra que todo pase, ocurra. La Semana Santa son las imágenes, pero también los bordados en sedas y oro, los caballos… Un engranaje perfectamente diseñado para ofrecer un espectáculo único al que cada año acuden desde todos los rincones para conocer esta ‘Pasión diferente’ que es la Semana Santa lorquina”.

Y cuenta los días que faltan para el primer encuentro con la Virgen de los Dolores. “Estoy deseando que llegue la noche de la Serenata. La ‘noche azul’ que se convierte en madrugada cuando la luz se hace al abrirse las puertas de San Francisco. Esa primera salida de la Virgen de los Dolores me trae sentimientos y emociones que rememoran tiempos pasados en los que me acercaba hasta Ella mientras alguien me apretaba mi mano muy fuerte. Cuando la ves salir te acuerdas de los que más quieres y que ya no tienes a tu lado. Y las emociones, a flor de piel, te rompen por dentro y por fuera, mientras no puedes dejar de gritarle: ‘¡Viva la Virgen de los Dolores!, ¡viva la Reina del Cielo!”. Y concluye: "Así sea".