Personajes del Cortejo

Hilario Campoy: “Cuando era niño los jinetes del Paso Azul me parecían dioses”

El Viernes Santo baja del caballo para portar, junto a su mujer blanca, al Cristo de la Buena Muerte

Hilario Campoy desfilando con el grupo de los ‘Déboros’ interpretando a su capitán Barac, tocado con casco con grifos mitológicos y las trompetas de Jericó.

Hilario Campoy desfilando con el grupo de los ‘Déboros’ interpretando a su capitán Barac, tocado con casco con grifos mitológicos y las trompetas de Jericó. / PRIMI DÍAZ

La Hermandad de Labradores, Paso Azul, estrenaba en la Semana Santa de 2016 la Caballería de los ‘Déboros’ en su cortejo de Jueves Santo. La nueva caballería de escolta a la profetisa Débora sustituía a la estrenada en 1984. La reinterpretación de la vestimenta original la llevaba a cabo el artista lorquino Miguel García Peñarrubia, bajo la dirección del taller de bordados del Paso Azul que ostentaba Juan Carlos Peñarrubia Agius.

El personaje principal del grupo es el guerrero Barac, mandado llamar por Débora para combatir a Sísara. El capitán de los ‘Déboros’ viste traje de terciopelo negro con raso verde mar, sedas y oro, portando en su espalda un retrato del propio Barac. Y aparece ‘tocado’ con cascos con grifos mitológicos y las trompetas de Jericó, inspirados en los del grupo de finales del siglo XIX. Nada se dejaba a la improvisación y los caballos portaban mantas bordadas en los mismos colores que los trajes, que lucen también en sus pechos adornos de latón, lo que atestigua el carácter guerrero del grupo.

Esta caballería procesiona desde hace más de cien años, por lo que se le considera como una de las más antiguas del Paso Azul. Y representando a su capitán, Barac, desfila el abogado lorquino Hilario Campoy Molina, que cumplía así su sueño de la infancia. “Cuando era niño los jinetes del Paso Azul me parecían dioses. Recuerdo que mi padre se iba a los palcos con su cámara de vídeo y grababa los desfiles. En casa me los ponía una y otra vez, como los partidos de fútbol. Me sentía atraído por lo que hacían, aunque no me veía en su papel, me parecía algo imposible”, recuerda.

Desde muy niño montaba a caballo, pero nunca se había planteado formar parte de la procesión. “Ayudaba a mi tío José María Miñarro que estaba en la Comisión de Caballos del Paso Azul y no me había planteado salir hasta que mi prima, Rosario Miñarro, decidió hacerlo. Me preparé con ella y nos lanzamos a la arena”, cuenta. Pero mucho antes, participaba de la ‘trastienda’ de los desfiles. “Recuerdo que tendría catorce o quince años y uno del grupo de amigos dijo que por qué no salíamos empujando los carros. Y allí nos metimos todos de cabeza. Ayudamos en el de Nerón y Meiamén y hasta salimos de ‘armaos’. El colofón fue cuando lo hice como jinete a caballo por primera vez. Me hizo una ilusión tremenda. Aún recuerdo esos nervios de los instantes previos y la alegría cuando me vi en la carrera, aunque supone una gran responsabilidad que pesa, muy mucho, cuando estás ahí, porque sabes que cualquier fallo no te repercute únicamente a ti, sino a toda la cofradía”.

En el cortejo azul desfilan jinetes que son grandes profesionales y caballerías de alta escuela, aunque Hilario afirma que la arena de la carrera es un terreno que no tiene nada que ver con los espacios habituales de estos. “Aunque tengas mucha destreza hay que darse cuenta que esto no es como un ‘picadero’ donde estás tranquilo, no hay ruidos, no va una bandera dando vueltas delante, una banda tocando con cornetas y tambores, público gritando y pañuelos que se agitan hacia lo más alto… El hábitat es distinto y el caballo, como las personas, tiene sus días. Repito, es una gran responsabilidad porque para que todo salga bien tienen que darse muchas circunstancias favorables. Es un subidón de adrenalina”.

Disfruta durante los días de Semana Santa porque le gustan mucho los caballos y recuerda que al cortejo del Paso Azul acude “la élite. Son ejemplares únicos. Un auténtico disfrute. El público del palco no es consciente de los caballos, de los jinetes, que durante la Semana de Pasión se dan cita en la ciudad”. Entre los que acuden, reseña, están “los Pelucas y los Jaros. Son gente muy comprometida con el Paso Azul que vienen cada año. Con ellos, hay una gran amistad. Estos días nos permiten reencontrarnos y aunque estemos trabajando, también hay ratos en los que se disfruta de una buena charla ante un arroz con pavo, por supuesto”.

Ha integrado el grupo de los ‘Déboros’, pero también ha participado dentro de la caballería egipcia. Los ‘Exploradores que mandó Moisés a la Tierra Prometida’ es una caballería fundamental para el Paso Azul, ya que se trata del primer grupo bíblico en desfilar. Los cinco mantos nuevos de 2017 se unían al emblemático de los Celajes de Francisco Cayuela, inspirados por el capítulo 13 del Libro de Números, en donde se especificaban los frutos que los exploradores trajeron a Moisés como prueba de haber cumplido con la misión de encontrar la Tierra Prometida. Dátiles, higos, granadas, uvas, leche y miel aparecen en los mantos que diseñaban y dirigían Miguel García Peñarrubia y Joaquín Bastida.

Pero cuando no es jinete también está en la arena de la carrera principal como mayordomo junto a los grupos a caballo. “Parece una tarea fácil, pero hay que estar muy atento a todo lo que sucede alrededor. Hay que estar pendiente de los jinetes, de los caballos… intentar que ofrezcan el mejor espectáculo posible. Los movimientos que ejecutan llevan a que los mantos se descentren y hay que recolocarlos. En cualquier momento puede surgir un contratiempo… Estás constantemente en tensión”. Y admite que el grupo con el que hay que estar más pendiente es la “etiopía”, jinetes que van sin montura y que hacen toda clase de piruetas. “Ahí sí que tienes que estar con todos los sentidos puestos mientras están en procesión. Ellos se lanzan a la carrera y hay que estar muy atentos. Para el mayordomo que va con ellos es estresante”. Reconoce que no todos los mayordomos se sienten con capacidad para ocupar esta responsabilidad. “Primero, no te pueden dar miedo los caballos… Pero, además, tienes que tener ciertos conocimientos por si hay que apretar una cincha o ayudar a colocar una cadenilla”.

El hace años se ‘doctoró’ en mayordomía. Y es que muchos aseguran que no se es mayordomo hasta que no sales en esta sección. “Lo importante es que el que lo haga tenga nociones y, repito, que no tenga miedo a los caballos”. Aún no se ha estrenado como auriga, aunque no lo descarta. Y habla de la importancia de la carrera secundaria. “Me gusta porque el público tiene una cercanía que no existe en la principal, pero también reconozco el peligro que supone, con la gente cruzándose continuamente junto a las caballerías y carros”. Y habla con cariño de su caballo Trajano. “Está mayor. Viviendo un retiro honroso”. Su nombre fue buscado a propósito. “Nada se deja a la improvisación. Todo tiene un motivo en el cortejo azul, hasta los nombres de los caballos que montamos. Le puse Trajano porque fue el primer emperador romano nacido en Bética. Fue el segundo de la dinastía Antonina. Fue un exitoso soldado emperador que presidió la mayor expansión militar de la historia romana hasta el momento de su muerte, así como por su actividad filantrópica. Y fue adoptado por Nerva. Los ‘Antoninos’ son muy destacados en el Paso Azul y quería que llevase un nombre que los recordara”.

El caballo y la túnica de mayordomo los abandona el Viernes Santo para portar a hombros al Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Lo hace en compañía de alguien muy especial. “Lo hago con mi mujer, Tudi, que es muy blanca. Los dos somos portapasos del Cristo Yacente. Durante la pandemia vivió una situación que le llevó a tener un acercamiento con la imagen. Tiene una devoción absoluta por el Yacente y pidió poder portarlo a hombros. Yo decidí acompañarla y, desde entonces, lo hacemos cada Viernes Santo”.

En casa están presentes los dos colores, el blanco y el azul. Aunque el pacto inicial se rompió. “Tenemos dos hijos, pero los dos son azules, aunque los que más somos mi hija Alba y yo”. Los pequeños participan del cortejo. “Hilario ha salido con la infantería egipcia. Poco a poco se van metiendo en el paso como figurantes”, aunque indica que “tienen total libertad tanto para participar como para no hacerlo. Nunca les dijimos de qué color tenían que ser”. Igual le ocurría a él. “Mi padre, Hilario Campoy, era azul, y mi madre, Rosario Molina, era blanca. Mi hermana María es azul y mi hermana Isa, blanca. Pero es cierto, que desde pequeño la influencia de mi tío José María fue crucial para que me hiciera azul”.

Su participación como jinete le permiten imágenes de las que pocos pueden disfrutar. “Cuando voy de ‘Déboro’ a caballo el Viernes Santo por la carrera secundaria y te das la vuelta, ves a la Virgen de los Dolores en su trono instantes antes del encuentro que protagoniza con el Cristo de la Sangre. No puedo disfrutar de ese momento junto a ella, pero en la lejanía es una imagen bellísima. Suelo abandonar el caballo para no perderme la recogida”.

Y la Serenata a la Virgen de los Dolores es, reconoce, “el momento más bonito de toda la Semana Santa. Es un disfrute que únicamente tenemos los azules. Está repleta de emoción, porque todo está por llegar, incluso su primera salida. Acudo con los amigos, con la familia… Estamos a las puertas de San Francisco esperando que se abra y se haga la luz. Entonces, la noche se convierte en la ‘Madrugada Azul’ y comienza todo. Los azules acuden de todos los rincones del mundo en esta noche tan especial, preámbulo del ‘Día más azul del año’ en el que hay una única protagonista, la Santísima Virgen de los Dolores”, concluye.