Personajes del Cortejo

Irene Jódar: “He hecho flores de palma para el San Juan con mi pañuelo azul puesto”

La pasada Semana Santa escoltaba a la Dolorosa entre un mar de lágrimas por los recuerdos familiares

Irene Jódar Pérez, con la clásica mantilla española, en la iglesia de San Francisco instantes antes de escoltar a la Dolorosa durante la procesión de Viernes de Dolores, la pasada Semana Santa.

Irene Jódar Pérez, con la clásica mantilla española, en la iglesia de San Francisco instantes antes de escoltar a la Dolorosa durante la procesión de Viernes de Dolores, la pasada Semana Santa. / Pilar Wals

En la vieja iglesia de San Francisco, a los pies de la Santísima Virgen de los Dolores, una joven lloraba instantes antes de que la Dolorosa, en su trono, iniciase su periplo procesionil. Ocurría el último Viernes de Dolores. Intentaba evitar por todos los medios que las lágrimas resbalasen por sus mejillas mientras su madre, Isabel, la consolaba. Los sentimientos se arremolinaban en un día con profundo significado para ella. “Me acordaba de mi abuela Lola, que ya no está entre nosotros, y a la que le hubiera hecho mucha ilusión verme vestida de ‘manola’. Pero también recordaba un Viernes de Dolores, probablemente uno de los días más tristes de mí vida, en que a mi abuela materna le diagnosticaban un cáncer que poco después la apartaba de todos nosotros para siempre”, afirma nuevamente emocionada Irene Jódar Pérez.

La joven azul lucía aquel día la clásica mantilla española. “Era la primera vez que salía escoltando a la Dolorosa. No estaba previsto. Y fue un auténtico maratón logrado en tiempo récord”, recuerda. La noche del pregón, en la antigua colegial de San Patricio, el concejal Isidro Abellán y la edil María del Carmen Menduiña, le preguntaban si había salido alguna vez de mantilla. “Ellos fueron los que me animaron a que saliera, pero no tenía ni vestido, ni mantilla, ni peineta… ni zapatos. Llamé a la presidenta de la Asociación de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, Tana García Mínguez, y le pregunté si podía salir. Le dio mucha alegría y, a partir de ese momento, comenzó la gran carrera, aunque la corredora fue, sin lugar a dudas, mi madre”.

Isabel Pérez, madre de Irene, tenía apenas una semana para lograr el propósito de que su hija pudiera procesionar junto a la Virgen de los Dolores. “Encontramos un vestido que tuvieron que arreglarme. No lo pude recoger hasta el mediodía del Viernes de Dolores, por lo que la preocupación era máxima. La medalla que llevé era de mi madre. La mantilla y la teja, de Chari, una vecina. Y lucí unos pendientes con agua marinas que eran de mi abuela Lola, de cuando ella salía de ‘manola’, y los zapatos también fue una suerte encontrarlos después de una gran búsqueda”.

Poco antes de la hora prevista para que se iniciara la procesión de Viernes de Dolores se vestía con la ayuda de su madre y en su compañía iniciaba el camino hasta la iglesia de San Francisco. “Soy de la ‘Ramblilla’ y bajé por la calle Narciso Yepes donde vivían mis abuelos Lola y José María. Pasar por su casa, por los lugares de mi infancia que había compartido con ellos, fue muy emotivo. Ahí comencé a llorar y no dejé de hacerlo hasta que terminó la procesión”, recuerda.

Vecinos y amigos cuando la veían le relataban episodios del pasado. “De cuando era niña y jugaba en la calle, de ir con mi abuela y mi abuelo… Uf… fue muy bonito, pero a la vez triste, porque aún todo está muy reciente. Muchos me decían que se acordaban de mi abuela cuando salía de ‘manola’ y que me parecía mucho a mi madre y a ella. Ese día fue emocionante y cada vez que lo recuerdo no puedo evitar echarme a llorar”.

Pero si ella estaba nerviosa, su madre no lo estaba menos. “Lo vivió con la misma ilusión que yo. No se vistió, porque quería que todo estuviese perfecto y prefería estar atenta a todo lo que yo pudiera necesitar. La verdad es que todos en la familia lo vivimos con mucha ilusión. Fue un momento muy especial”, señalaba.

Su madre, Isabel Pérez, es azul, mientras que su padre, José Luis Jódar, es blanco. “Mi hermano es blanco, como mi padre, y yo, soy azul, como mi madre”. Aunque hubo un tiempo en que lució los dos colores. “Cuando era pequeña mi madre me ponía el Viernes de Dolores en el pelo un lazo azul. Y el Domingo de Ramos, blanco. Hicieron varios intentos para que saliera vestida de hebrea, pero aquello no fructificó. Tenía muy claro que quería ser azul”.

Desde muy niña iba con su abuelo José María a la Serenata. “Bajábamos la calle Narciso Yepes y ya estábamos en San Francisco. Al día siguiente, íbamos a ver a la Virgen y acudíamos a la salida y la recogida de su procesión”. Lo que no ha hecho es gritar. “Me da un poco de vergüenza, pero cuando mis amigas lo hacen, yo las vitoreo”, ríe. Y muestra su pesar porque durante la Serenata rompen el silencio. “Para mí, uno de los momentos más emocionantes de la Serenata a la Virgen de los Dolores es cuando se hace el silencio y los portapasos cruzan el umbral de San Francisco. Son instantes en los que el silencio es fundamental, porque necesitan atender las órdenes del capataz. Alguna vez alguien se pone a gritar vivas en un momento en que toda la atención debe ser precisamente para la Dolorosa, para sus portapasos…”.

Y cuando termina de salir y los portapasos la llevan al cielo, “es uno de los momentos más plenos para mí. El año pasado había tanta gente que nos tuvimos que quedar a la entrada de la Corredera, en la confluencia con la Cuesta de San Francisco. Cuando el trono de la Virgen fue alzado hasta lo más alto mis amigas y yo nos miramos y estábamos todas llorando de emoción. La Serenata es uno de los momentos más bonitos de nuestra Semana Santa”, afirma.

Pero, aunque es azul, en su corazón también el blanco ocupa un lugar destacado en honor a su padre. “Con el Paso Blanco siempre he tenido muy buena relación. He hecho flores de palma para el San Juan con mi pañuelo azul puesto. Y nunca me han dicho nada. Siempre me han respetado. Me iba con mi padre a trabajar al Paso Blanco y siempre lo hacía con mi pañuelo azul”, rememora. Le gustaba ser mayordomo de palco, de los que se llevan la merienda. “Cenábamos, como manda la tradición, cuando pasaban los blancos. Recuerdo la empanada de mi abuela, los bocadillos de jamón y queso o de embutido lorquino…”.

Su faceta como periodista le llevaba a estar en la mayor parte de acontecimientos que se sucedían en Semana Santa de unos y otros pasos. “En ese momento había que guardar la compostura y quitarse el pañuelo azul, aunque he de decir que no soy una azul peleona, sino de sentimientos y respeto. Aprecio la labor que realiza cada una de las cofradías de Semana Santa, porque sin ellas, nuestra ‘Semana de Pasión’ no sería lo que es. Esa rivalidad, sana, debe perdurar, porque es lo que nos diferencia”.

En su corazón también hay un rinconcito para el Paso Morado, por vivir en la zona de influencia de esta cofradía. Y al Paso Encarnado le tiene un cariño especial, porque la mayoría de sus amigos son ‘rabaleros’. Desde que está en política ve las procesiones en el palco, aunque antes intenta acudir a la salida de la Virgen de los Dolores. “Guardo la compostura. En el palco presidencial no te puedes significar”. Y, por supuesto, el Domingo de Ramos come trigo. “Trigo con conejo y caracoles, que hace mi abuela Carmen y que está buenísimo. Si ese día no puedo comerlo, porque tengo alguna cita importante, me lo tomo al día siguiente, que reposado está aún mejor”.

Este año volverá a acompañar a la Virgen de los Dolores durante su recorrido por la ciudad. "Fue emocionante mirar hacia atrás y verla procesionar en su trono siendo mecida por los portapasos. Es una imagen única que jamás había tenido la oportunidad de ver y que espero repetir este año, porque volveré a ponerme la peineta y la mantilla para acompañar a nuestra Madre, la Reina del Cielo, la Virgen de los Dolores", concluía.