Personajes del Cortejo

Miriam Porlán: “Desde el carro de Meiamén te ves poderosa, protagonista de la carrera”

El sueño de esta joven era encarnar a la profetisa Débora, pero su alergia al pelo de caballo frustró sus expectativas

Miriam Porlán Sánchez convertida en una de las esclavas del cortejo de la carroza de la princesa Meiamén.

Miriam Porlán Sánchez convertida en una de las esclavas del cortejo de la carroza de la princesa Meiamén. / JUAN CLEMENTE

Cuenta los días para que llegue la ‘Madrugada azul’. Para el reencuentro con la Madre. Para revivir esos instantes únicos de cruzar con Ella a hombros el umbral de la vieja iglesia de San Francisco mientras cientos de pañuelos azules se alzan hasta lo más alto y se oyen vivas a la Reina del cielo. “La Serenata a la Virgen de los Dolores marca el inicio de todo. Ese día comienza la Semana Santa, la ‘Semana de Pasión’, esa ‘locura’ bien llamada que son nuestros Desfiles Bíblico Pasionales. El que es lorquino, el que es de esta tierra, no puede dejarse llevar por esa marea, en nuestro caso azul, que enlaza un día con otro a través de los distintos actos que se suceden”, relata la joven Miriam Porlán Sánchez.

Es azul, pero azul de las que arriman el hombro, de las que portan a la Santísima Virgen de los Dolores el Viernes Santo por la carrera, de las que acompañan con la clásica mantilla española a la Dolorosa en el ‘Día más azul del año’. Y de las que no dudan en vestirse de esclava y subirse a la carroza de la princesa Meiamén. “No era algo que tuviera previsto. Mi amiga Patricia Mouliaá iba a ser Meiamén y el grupo de amigas de toda la vida decidimos acompañarla siendo su corte. Era una experiencia única que íbamos a tener la oportunidad de disfrutar como siempre, unidas”, cuenta.

No olvida el año que desfilaron en el Grupo del Faraón porque fue el mismo que el del terremoto. “Como para olvidarse”, recalca. Llegaron a la Plaza del Óvalo y allí se montaron en la carroza y enfilaron la carrera en Viernes Santo. “Es impresionante. Desde el carro de Meiamén te ves poderosa, protagonista de la carrera. Tienes un visionado único del graderío, de la arena, de las ventanas y de los balcones… La entrada, con todos los pañuelos azules en alto, emociona”.

La carrera principal de la Semana Santa, el ‘tubo’ como lo llaman los procesionistas, “es como si te adentraras en un circo romano de la época”. A los lados, el graderío. Un público enfervorizado. A la derecha, los blancos, y a la izquierda, los azules. “Unos te vitorean con pañuelos en alto. Los de enfrente, intentan rebatir los gritos de júbilo de los otros”. Y mientras, la arena se convierte en el lugar de duelos y desafíos con protagonistas que van a caballo, en carros y carrozas y que exhiben lo mejor de cada ‘casa’, bordados en sedas y oro que recrean acontecimientos del pasado que cada año toman protagonismo para rememorar la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

El desfile, recuerda, se le hizo muy corto. “Fue como un suspiro. Entramos y en un instante estábamos en Floridablanca”. Los momentos vividos, aporta, le llevaron a revivir aquellos días de los faraones. “Es la historia viva que rememoramos una y otra vez. Así debió ser. El pueblo, que representamos desde las gradas, daba la bienvenida a sus mandatarios. Se recrea el poder que tenían entonces faraones como Ramsés o princesas como Nefertari, Meiamén, Cleopatra…”.

Pero su verdadera ilusión, su sueño desde niña, no es otro que encarnar a la profetisa Débora. El emblemático grupo de los ‘Déboros’, como se le conoce en el Paso Azul, es la caballería que escolta a una de las figuras más emblemáticas del Cortejo de la Hermandad de Labradores, una de las figuras señeras de los azules. Sin embargo, su sueño se frustró. “Comencé a montar a caballo con la firme intención de ser algún día Débora. Desde niña, cuando veía los desfiles desde el palco siempre seguía sus movimientos. Me parece uno de los personajes más increíbles que tenemos, pero no solo por cómo luce, sino por quién fue. Pero tuve que dejar de montar a caballo porque tengo alergia a su pelo. Y no hay forma de evitarlo”, se lamenta.

Y otro personaje que asegura le parece excepcional es Flavia Domicia. “Cuando llega la Dinastía de los Flavios con las siete cuadrigas se hace el silencio en los palcos esperando la primera carrera y, a partir de ahí, la locura. Y Flavia es increíble. Me encanta. Pero no me veo de cuadriguera. Me da mucho respeto. Encarnar a Flavia no es solo defender el personaje, sino hacerlo como se merece, muy bien, excepcionalmente. En el Paso Azul ha habido muchas flavias y todas han sabido llevarla hasta lo más alto”, asevera.

Precisamente el pasado año se conmemoraba el 75 aniversario de la primera vez que una mujer procesionaba en una cuadriga en el cortejo azul. Entonces, el presidente del Paso Azul, José María Miñarro, reivindicaba las cuadrigas como patrimonio de la cofradía. A la primera mujer azul en montarse en una cuadriga, en la Semana Santa de 1947, Purita Vizcaíno, siguió toda una estela. Marisa Pérez Romera, Nieves Castellar, Caridad Pinilla Sánchez-Manzanera, Yolanda Pérez Cánovas, Ana Albarracín Martínez, Conve Peñarrubia Chico, Micaela Lirón López, Lourdes Ibarra Abellán, Carmen Martínez, Trinidad Mouliaá Correas, Beatriz Hernández García, Rosario Miñarro Molina… Y alguna lo hacía incluso antes de nacer, como era el caso de María Dolores Gutiérrez, que la primera vez que se montó en una cuadriga lo hizo en el vientre de su madre, Marisa Pérez Romera. Le preguntó al médico si podía salir en su estado, y este le contestó tajante que sí y que “¡viva el Paso Azul!”.

Pero con lo que sueña los trescientos sesenta y cinco días del año es con portar a la Virgen de los Dolores en su trono. “Recuerdo la primera vez que tuve el honor de llevarla. Para un azul es lo más grande. Fue un Viernes de Dolores único. Iba en el lado de los blancos, pero no importaba. Pero es cierto que desfilar con la Dolorosa junto al graderío azul es increíble. El Viernes Santo es mágico. La sensación es única. Esa sensación de paz, de tranquilidad… Miro para arriba, la busco… es imposible verla, pero solo saber que está ahí, te llena”.

Los que la conocen tienen muy presente un gesto que durante todo el recorrido repite una y otra vez. “Cuando cae la lluvia de pétalos, cuando le lanzan un clavel o una rosa y va camino de la arena, intento hacerme con ellos y los echo hacia arriba para que le lleguen a Ella”, cuenta emocionada. Le gusta mirar a la grada azul y ver cómo todos están atentos a la Virgen de los Dolores, embelesados. “En los rostros se ve reflejado el cariño, la devoción, el amor que sienten por la Dolorosa. Las lágrimas afloran mientras desfila. Me gusta cómo lo hace, muy dulce, pausado, elegante… La carrera se me hace muy corta”. Y afirma que los momentos más emotivos son la entrada y la salida. “La entrada es impresionante, con todo el mundo puesto en pie. Nada más pisar la arena comienza a caer una lluvia de pétalos y el aroma a flores, a primavera, lo llena todo. Y la salida, es única, como la llegada al Palacete de Huerto Ruano”.

Y el Viernes de Dolores acompaña a la Virgen vestida con la clásica mantilla española. “Es un momento de tradiciones y costumbres. Llevo la mantilla de mi abuela. Soy la única que la ha llevado después de ella, porque mi madre es blanca. De mi madre llevo unos pendientes muy bonitos de oro blanco”. La noche anterior acude a la Serenata. “Es emocionante, sobre todo, cuando saco a la Virgen de los Dolores. Es una forma diferente de vivir la ‘noche azul’. Cruzar el umbral de San Francisco cuando se hace el silencio, escuchar en alto las órdenes… hay que estar allí. La noche oscura da paso a la madrugada azul, al que los azules conocemos como ‘el día más azul del año’, el de la Reina del Cielo, la Santísima Virgen de los Dolores”, concluye.