Opinión | Cartagena D.F.

Alto el fuego

La democracia en nuestro país se extiende por todo el territorio, pero lo del progreso y el bienestar va por barrios. O por ciudades, mejor

El carguero ‘Borkum’, sospechoso de cargar armamento para Israel.

El carguero ‘Borkum’, sospechoso de cargar armamento para Israel. / LOYOLA PÉREZ

A la ‘Gran Cartagena’, la monumental, la turística, la gastronómica, la de sol y playa, la modernista o la púnica y romana, la trimilenaria, le cuesta ser noticia. La difusión de nuestras riquezas y nuestras grandezas requieren de promoción y, por tanto, de inversión en campañas en los medios de comunicación clásicos y modernos. Otra vez somos noticia por cuestiones turbias.

Nuestro nombre ha recorrido de nuevo toda España y parte del extranjero por el ‘Borkum’, un buque que iba a atracar en Cartagena y que, supuestamente, portaba armamento con destino a Israel. Así lo denunciaban desde la parte del Gobierno de Podemos y Sumar, mientras que los del PSOE lo negaban. ¿Sabremos quién tenía razón? Lo dudo. Pero tras copar las noticias regionales, nacionales e internacionales buena parte de la semana, el armador del buque ha huido de la polémica y de Cartagena, y se ha ido con la carga a otra parte. Esto que hemos vivido debe ser eso que llaman el efecto mariposa, aunque en este caso, el aleteo lo sufren los habitantes de países donde la tensión, las bombas y la muerte son el pan suyo de cada día. El nuestro son más bien los debates morales e inmorales en los que estamos inmersos, que nos conducen a una peligrosa crispación que nadie parece dispuesto a frenar.

No digo yo que alimentar una guerra no sea una cuestión importante, pero nada como discutir sobre grandes cuestiones de índole global para distraernos de otros asuntos menores mediáticamente, pero tremendamente relevantes para nuestro día a día, en el que, afortunadamente, no tenemos que escuchar cantos de sirenas y salir corriendo a refugiarnos, como no hace mucho tiempo creían en Ucrania.

Escuchaba esta semana en la radio a un conocido locutor explicar que nuestro progreso y nuestra situación de bienestar se la debemos a la paz, a vivir en un país con una democracia sólida. Agregaba, no obstante, que esa democracia no era fruto del azar o la casualidad, sino que se debía trabajar cada día.

Pensé, entonces, que la democracia en nuestro país se extiende por todo el territorio, pero lo del progreso y el bienestar va por barrios. O por ciudades, mejor. Porque en la era del AVE, de la inteligencia artificial y de la robótica, se puede llegar antes desde la Tierra a la Estación Espacial Internacional que desde Cartagena a Madrid y a la inversa. Les diría que es una hipérbole, una exageración a la que recurro para reforzar mis argumentos, pero es la triste y deprimente realidad. El vuelo dura unas tres horas y media.

Llevamos años, décadas, exigiendo unas infraestructuras ferroviarias dignas de la sociedad moderna y del siglo de las nuevas tecnologías en el que vivimos, pero tanta exigencia y reclamación se ha traducido, directamente, en que nos hemos quedado sin conexión directa entre la capital de España y nuestro bello rincón mediterráneo, cuyos viajeros prefieren irse a Alicante o Albacete a coger el tren antes que desesperarse por la eternidad que supone viajar a Madrid con trasbordos y a una velocidad del siglo pasado. Ojalá la campaña de recogida de firmas iniciada por varios colectivos de Cartagena y a la que se han sumado numerosos establecimientos para que se recupere el tren directo a Atocha o Chamartín tenga éxito. En realidad, ya lo está teniendo, porque somos muchísimos los cartageneros que los apoyamos y ya hemos firmado. De lo que dudo es de que los gestores y los que nos gobiernan dejen de engañarnos con continuas promesas de plazos incumplidos, con debates sobre ubicaciones idóneas que solo retrasan la inversión en infraestructuras o con dedos acusadores que se intercambian mutuamente por su incapacidad de ponerse al mismo lado de la cuerda para tirar por el bien de nuestra ciudad. Me pregunto qué más podemos hacer para contar con un transporte digno en un municipio con más de 210.000 habitantes, situado en una comarca con casi 420.000 habitantes, casi un tercio del total de la población de toda la Región de Murcia.

Menos mal que por mar la cosa va mejor, y nos llega el maná de los cruceros, cuyas escalas registran un constante crecimiento anual y contribuyen a nuestro desarrollo. Y que el tráfico en nuestros muelles los sitúa entre los veinte de Europa que más toneladas de mercancía movieron en 2023. Así que vamos a dejar a nuestro puerto tranquilo, que nadie se dedique a echarle tierra y que nadie lo use como arma arrojadiza ni, por supuesto, para traer ningún tipo de armas.

Todos queremos el alto el fuego, no encendamos más las mechas. Y sigamos trabajando por una democracia fuerte y bien asentada de puertas adentro y de puertas afuera, porque solo así mantendremos y alcanzaremos el bienestar, el progreso y, sobre todo, la paz.

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