Opinión | La Feliz Gobernación
Paco y Asunción
Cuando salgo de casa, a veces debo transitar por la calle Infanta Cristina, que es una choricilla según se desprende de sentencia judicial. La avenida más importante de la ciudad en que nací, Lorca, tiene por nombre Juan Carlos I, de quien se dice para disculpar sus fechorías que trajo la democracia a España (en realidad, la democracia lo trajo a él) y que, sin embargo, para su forzado exilio ha decidido acomodarse en un país que desconoce las libertades. Muy propio de quien esquivaba a Hacienda, disponía de cuentas imposibles en paraísos fiscales y utilizaba su poder para follarse, después de cumplir con la misa dominicial, a las vedetes que despuntaban, una cuenta de puticlub que pagábamos los impositores desde el fondo de reptiles de los servicios secretos.
En Alpedrete, un municipio de la Comunidad de Madrid, la coalición PP/Vox ha decidido cambiar las placas que daban los nombres de Paco Rabal y de Asunción Balaguer a la plaza central y a la Casa de Cultura de la localidad, respectivamente. Se trata, claro, de una decisión ideológica, pues para los ediles de la derecha de esa ciudad deben pesar más las simpatías políticas de los actores que su inconmensurable valía como tales.
Tiene este gesto, además, la infamia añadida (Paco Rabal lo soporta todo) de eliminar el homenaje a una mujer, Asunción Balaguer, absolutamente maravillosa en todos los sentidos, una de esas personas a las que ahora se definiría como ‘un ser de luz’. Enfín, no es necesario detenerse en los méritos de uno y de otra para aceptar que cualquier reconocimiento es poco y, por tanto, el agravio nos atañe a todos, más si lo observamos desde la Región de Murcia, donde ambas personalidades acumulan tanto cariño.
Tiene razón el escritor Pedro Guerrero Ruiz cuando apela desde este periódico al presidente de la Comunidad, Fernando López Miras, para que proteste formalmente ante sus compañeros de partido a fin de que reparen la ofensa a quien como Paco Rabal mereció la Medalla de Oro de la Región, en su caso sin discusión alguna.
Muchas de las principales calles por las que nos movemos exhiben nombres que nos avergüenzan como ciudadanos que pagamos nuestros impuestos, véase el caso de algunos borbones ladrones y, sin embargo, caen las placas de los más excelentes representantes de nuestra cultura por el hecho de pensar diferente a los bárbaros. Qué gentuza.
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