Opinión | Los dioses deben de estar locos

Ídolos de madera

Con estas figuras mudas, de madera inerte, envueltas en paños y enjoyadas con coronas, los campesinos, excitados por sus sacerdotes, pretendían despertar la compasión de los cielos

La aventura de don Quijote, cuando ataca a la procesión de los disciplinantes (Museo del Prado).

La aventura de don Quijote, cuando ataca a la procesión de los disciplinantes (Museo del Prado). / Antonio Pérez Rubio

Las aventuras de don Quijote, tras los extraordinarios sucesos que se desarrollaron en la venta o castillo de Juan Palomeque, parecen dirigirse a su consumación. Convertida la posada en un prodigioso punto de atracción, hacia ella han ido confluyendo todos los personajes enredados en la historia de Dorotea, Luscinda, Cardenio y Fernando, además de los invitados inesperados como Zoraida, la mora cristiana, y su amado Ruy Pérez de Viedma, el cautivo español; la sorpresiva llegada del hermano de este, Juan Pérez de Viedma con su hija Clara, y la inopinada irrupción nocturna del enamorado don Luis. La casa de Juan Palomeque ya no puede soportar tanta novedad, hasta los cuadrilleros han acabado llegando allí para arrestar a don Quijote. En verdad, que solo faltaban por llegar los infantes de Lara. 

Aunque a nadie se le escapa la locura del hombre antes llamado Alonso Quijano, todos quedan a la vez sojuzgados por su desvarío, y para llevárselo de regreso a su aldea, no tienen mejor idea idea que fabricar entre todos una audaz mentira, según la cual, don Quijote habría sido inmovilizado por artes mágicas, por obra de alguno de los múltiples hechiceros que lo afligían. De esta manera había de ser llevado contra su voluntad, sobre una carreta tirada por bueyes. Espectros embozados, demonios sin entidad corpórea, lo escoltan. A lo largo del camino el corazón más valiente de la Mancha aún pudo departir, con un culto canónigo, sobre las verdades y mentiras de la caballería andante. El hidalgo abandona, incluso, la carreta de bueyes y goza de cierto esparcimiento dentro de los estrictos límites de su libertad vigilada. 

Su ánimo sigue predispuesto a soñar con los ojos abiertos. ¿Cómo no había de estarlo?, si todos quienes le acompañan acaban seducidos por la misma locura. En el camino conocen la historia recientemente acaecida de cómo la bella Leandra, fue seducida y burlada por un soldado. El cabrero que narra el suceso se pone a luchar don Quijote, porque el muy desgraciado había hablado mal de los libros de caballerías. Entonces algo interrumpe la pelea. Aparecen penitentes encapuchados, vestidos de blanco, disciplinantes que van abriéndose las carnes, ofreciendo su sangre a la imagen de una Mater Dolorosa que llevan en andas, enlutada y con finas lágrimas que caen por sus ojos. Son los campesinos del lugar que celebran una rogativa para pedir el final de la sequía. En su vida anterior, de cuerdo melancólico, don Alonso Quijano había contemplado muchas de estas rogativas, con el pueblo compungido por la dureza del sol y la escasez del agua, acompañado por sus sacerdotes, sacando en procesión a imágenes herederas de antiquísimas diosas de la fertilidad, divinidades custodias del ciclo de las cosechas. 

Con estas figuras mudas, de madera inerte, envueltas en paños y enjoyadas con coronas, los campesinos, excitados por sus sacerdotes, pretendían despertar la compasión de los cielos. Ahora, sin embargo, parece que don Quijote no ve tal cosa, sino una aventura sacada de sus crónicas guerreras. Presupone que los ensabanados han raptado a una dama principal, a la que llevan forzada y mal de su grado. Sin dudarlo, sin pensar en el hechizo que momentáneamente padece, despreciando su condición de prisionero bajo palabra, echa mano a su espada y se lanza contra los portadores del ídolo, con las consecuencias tan habituales: lluvia de palos y caída del gran hombre, que golpeado, casi quedó muerto en el lance. En tales condiciones es llevado, por fin, de vuelta a su aldea. Ya no hay resistencia, y la convalecencia resulta forzosa. Las páginas de la primera parte de sus hazañas se cierran. Contagiados de su locura, nos consuelan las indicaciones sobre la existencias de archivos desconocidos en los que se conservan noticias aún inéditas sobre el hidalgo. Incluso existen epitafios que cantan sus hazañas. La esperanza está alta y resulta evidente que don Quijote saldrá otra vez de su aldea. Regresará al mundo para abatir demonios o gigantes. Y en su locura, echará por tierra también a todos los ídolos de madera.

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