Opinión | Luces de la ciudad

Tambores cercanos

Si hablamos de pasión durante la Semana Santa, barreré para casa y destacaré, sin dudar, la de los lorquinos, ‘una pasión diferente’ que nos incita cada año a defender y alentar con fervor y entusiasmo nuestros colores, mayoritariamente el blanco y el azul, el azul y el blanco

Foto de archivo del Viernes Santo en Lorca.

Foto de archivo del Viernes Santo en Lorca. / SoleteSlowPhoto

Estando donde estamos, inmersos en la semana de la pasión por antonomasia y cercano el día más importante del año en Lorca, el Viernes Santo, no puedo dejar pasar la ocasión de lanzar unos vivas al aire que, para que nadie se ofenda, van dedicados a todas las cofradías de Semana Santa de Lorca.

Unos días, estos, en los que, desde los más fervientes cofrades, miles y miles esparcidos por todo el territorio español, hasta las personas menos creyentes, agnósticas o incluso ateas, muestran sin pudor su pasión por las/los titulares de sus cofradías. Pero si hablamos de pasión durante la Semana Santa, barreré para casa y destacaré, sin dudar, la de los lorquinos, ‘una pasión diferente’ (frase adoptada como eslogan publicitario de nuestros desfiles bíblico-pasionales), que nos incita cada año a defender y alentar con fervor y entusiasmo nuestros colores, mayoritariamente el blanco y el azul, el azul y el blanco.

Dicen que la pasión es ese sentimiento intenso que experimentamos hacia una idea, una cosa o una persona, de forma física o espiritual. Sin embargo, en la actualidad, este término, ‘pasión’, está en las antípodas de su significado original cuando estaba vinculado directamente con el sufrimiento (la Pasión de Cristo). Ahora, más bien, se utiliza como un sinónimo de tener una afición o una obsesión. El catedrático canadiense en psicología, Robert Vallerand, la define, en un artículo sobre el bienestar y la pasión, como: «una fuerte inclinación hacia una actividad autodefinida que a las personas les gusta (o incluso les encanta), encuentran importante y en la que invierten tiempo y energía de manera regular», es decir, deduzco yo, que según este señor, la pasión más que una emoción es una motivación que nos conduce hasta un objetivo deseado.

Cada cual entenderá la pasión a su manera, como una preferencia personal, como un deseo romántico o erótico, o como un sufrimiento profundo; de hecho, la RAE ofrece nueve acepciones sobre esta palabra con las que poder identificarse. Yo, al menos, creo tenerlo claro. Entiendo la pasión como un sentimiento que, tal y como anuncia esa conocida bebida energética, te dé alas, que te haga sentir con tanta energía que el ímpetu te desborde. Una pasión que te mantenga activo, atento y que te exija dedicación. Que genere, a la vez, bienestar, placer y alegría. En definitiva, una pasión que haga que la vida merezca la pena.

Pero como andamos en los días que andamos, la pasión, que engrandece la condición humana y que surge, como es evidente, cuando se establece una relación de afinidad muy fuerte con algo o con alguien, debemos focalizarla sobre lo que realmente nos conmueve y nos ilumina el corazón en estos instantes, es decir, sobre el deslumbrante esplendor de la seda y el oro, sobre los estandartes exhibiéndose orgullosos y las banderas volteadas con destreza, sobre los dioses, emperadores y reyes de las civilizaciones antiguas, sobre los caballos al galope y las majestuosas carrozas y sobre los tronos engalanados y las vírgenes resplandecientes. Ha llegado el momento de que los sentimientos sacudan el alma. Suenan tambores cercanos y las legiones romanas desfilan marciales hacia un combate inevitable contra las hordas bárbaras, y es entonces, al son de sus redobles, cuando se enardece la pasión y aparecen las emociones a flor de piel, asoman las lágrimas en los ojos, las gargantas se desgañitan y los pañuelos, agitados por miles de manos, ondean al viento.

 Es Semana Santa en Lorca.

Suscríbete para seguir leyendo