Opinión | Cartagena D.F.

La gran Cartagena

No sabía la gran cantidad de veces que pronuncio el nombre de mi ciudad, Cartagena, hasta que mi amigo Juan Laureano comenzó a contabilizarlas. Me gusta presumir y contar con pasión las bondades y virtudes de mi tierra, consciente de sus muchas carencias, limitaciones y cuestiones pendientes o por mejorar, pero los trapos sucios se lavan en casa y si queremos que nuestra Cartagena avance, resolvamos lo que corresponda, exijamos lo que nos merecemos y critiquemos los desvaríos y despropósitos, pero busquemos también el lado positivo de las cosas y hablemos bien de ella, para que los demás vean a la gran Cartagena.

Ese precisamente, la gran Cartagena, es el lema de la nueva campaña de promoción de la ciudad del Ayuntamiento, diseñada con una gran tipografía de estilo clásico y acompañada de fotos de algunos monumentos. Esa gran Cartagena celebró ayer su día grande, el de su patrona, la Virgen de la Caridad y, que como no puede ser de otra manera, ese Viernes de Dolores marca el inicio de la Semana Grande, de una Semana de Pasión que se alarga diez días, de una Semana Santa grandiosa, espectacular, única e irrepetible.

La mayoría de los lugares de España donde la Semana Santa destaca sobre las del resto del país, cuentan en sus calendarios con otras festividades populares que superan como gran evento anual a los desfiles pasionales. Sirva como ejemplo la mágica Sevilla, cuya devoción y pasión estos días es internacionalmente conocida y, aún así, su gran fiesta no la protagonizan ni la Macarena ni el Jesús del Gran Poder, sino las luces del Alumbrao del portal de la Feria de Abril. Tampoco en la vecina Murcia, el peso de su Semana Santa internacional, como la nuestra, se impone como festividad popular frente a su Entierro de la Sardina y su Bando de la Huerta.

La principal peculiaridad de nuestra Semana Santa es que sí es la gran fiesta de la ciudad, su gran evento anual, aquel por el que miles de cartageneros ausentes regresan a sus casas para vivir unos días especiales y únicos junto a la familia, aquel en que la ciudad entera se echa a la calle al ritmo del redoble del tambor y recorre los rincones de la gran Cartagena.

Una entrevista a la alcaldesa Noelia Arroyo publicada en las páginas de este diario resalta el siguiente titular: «Hemos trabajado para que Cartagena sea el mejor escenario para nuestras procesiones». Se agradece el encomiable esfuerzo del Gobierno local por tenerlo todo en orden y a punto para el paso del Cristo del Socorro, el Prendimiento, el Nazareno y el Resucitado por las calles de la ciudad, como no podía ser de otra manera. Pero más allá de la belleza de buena parte de nuestro casco histórico, que a tantos conquista cuando pasean por él; más allá de los grandes monumentos recuperados y los que aún quedan por recuperar; más allá de las infraestructuras y servicios que corresponde acondicionar a la Administración para engalanar el recorrido y el entorno donde se desarrollan los desfiles; lo que engrandece realmente a nuestra ciudad y a nuestra Semana Santa es su rico e inmenso patrimonio humano, transmitido y heredado a lo largo de los siglos. Ese arraigo popular de nuestra Semana Santa, su origen, su razón de ser, sus sentimientos y lo que sorprende, cautiva y contagia a quienes la viven parte del interior cada uno de sus procesionistas, de la implicación de tantos que la hacen posible, de su vinculación casi inexplicable a su agrupación, que para muchos lo ha sido incluso desde antes de nacer, de esa llamada cada año para enfundarse la túnica y aferrarse al hachote para marcar ese paso hipnótico o para meter el hombro bajo las varas y ser los pies de la Virgen y los santos que deslumbran a todos.

Seguro que es así en infinidad de territorios y culturas, forjadas a lo largo de la historia y que con el paso de los siglos han ido creciendo hasta ser lugares monumentales. A mí, como cartagenero, la que me ha conquistado es mi tierra y, de forma voluntaria o casi sin darme cuenta, la nombro allá por donde voy con orgullo y con pasión, consciente de que su secreto no está en los muros o pilares de sus edificios históricos, sino en la infinidad de cartageneros que han vivido dentro y fuera de ellos, que son los que han construido esta gran Cartagena. Así que, Juan Lureano, sigue contando.

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