Opinión | Noticias del Antropoceno

Uno de estos ancianos tiene nuestro futuro en sus manos

A mí, como a otros conciudadanos de la generación boomer nacida en la década de los cincuenta, me salieron los dientes contemplando en aquella televisión en blanco y negro el espectáculo de las elecciones americanas y el ascenso al poder, allá por el año 61, de un equipo de gente guapa, cumplidos apenas los cuarenta años, y dotados de una energía cósmica que les llevó a jugarse el tipo y el prestigio en nada menos que la conquista de la Luna; y encima ganaron la apuesta. 

A aquella Administración norteamericanase se la conoció como el nuevo Camelot, recordando las leyendas del Rey Arturo que han alimentado generación tras generación la narrativa fantástica y la estética arrebatadora del gobernante noble y bienintencionado al servicio de causas justas. Hay que recordar que la estética visual tuvo mucho que ver con la victoria de Jonh F. Kennedy, que aparecía radiante y vital en la recién nacida televisión, frente al decrépito vendedor de coches de segunda mano con barba de tres días, que era la imagen que proyectaba Richard Nixon en el decisivo debate que los enfrentó.

Mas de seis décadas después, asistimos a un espectáculo bochornoso de dos ancianos decrépitos física y mentalmente rozando el chocheo, intentando aparentar una perfecta forma física que hace mucho tiempo que les abandonó por la puerta de atrás, como a todo viejo digno de tal noble calificativo. Vemos a un Joe Biden comiendo helados porque le han dicho que eso proyecta naturalidad y juventud, moviéndose de forma aparentemente dinámica pero francamente ortopédica y, lo más patético, presumiendo que practica sexo con su mujer, Jill Biden, frecuentemente. En el otro rincón, el convoluto y grasiento Donald Trump, al que le dicen que ponga cara de malote para contrastar así con la apariencia algo meliflua y abotargada de su oponente. Y ambos, con ritmo casi sincronizado, metiendo la pata repetidamente veces en los asuntos, confundiendo países y olvidando nombres propios de colaboradores cercanos.

Pero no es solo la edad. A pesar del entusiasmo sectario que exhiben los cristianos evangélicos, la base electoral mitinera del candidato Trump, ambos se igualan en lo negativo al obtener los ratios más bajos de aprobación y más altos de rechazo que un presidente, expresidente o candidato a la presidencia hayan cosechado nunca según las encuestas. Eso se llama estar unidos por lo malo y para lo peor.

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