Noticias del Antropoceno

Los queos en mi Santa Lucía natal

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

No sé a ciencia cierta de dónde salió la denominación ‘icue’. Creo que solo se puso de moda en tiempos recientes y por obra y gracia de divulgadores del habla cartagenera como Isidoro Valverde. Yo, que nací y pasé los años de mi infancia en Santa Lucía, debería haber conocido la palabra, porque si, como parece, denomina a los chavales que salían desnudos o casi a la calle armando bulla y metiéndose con otros niños más domesticados, yo doy testimonio de varios de ellos, que bajaban de Los Mateos hasta lo jardinillos de Santa Lucía, mi territorio, los días de mucho calor para darse un baño gratis. Lo conseguían por el expeditivo método de increpar a los funcionarios municipales que regaban las calles en ese momento recitando insistentemente: «La manga riega, pero aquí no llega».

Los funcionarios en cuestión, lejos de molestarse, desviaban intencionadamente el chorro de la manguera para enfocarlo a los chavales que les increpaban, desnudos como sus madres les trajo al mundo. El más temido del grupo que recuerdo era el Matías. Para nosotros, el Matías era la encarnación del mismo diablo. Le temíamos pero nunca nos achantábamos. La ley de la calle establecía que el que se acobardara sería su próxima víctima. Por eso mismo, el pobre Melba, arrastrando sus pies y con cara de pocos amigos, era su diana favorita.

Porque, y aquí viene el detalle, a los queos de Los Mateos, todo el mundo les llamaba ‘queos’, sin rastro alguno de esa sofisticada e ignota denominación de ‘icue’, aunque definitivamente son lo mismo. Los queos atravesaban los jardinillos de Santa Lucía para dirigirse al muelle de San Pedro con el fin de disfrutar del baño, en este caso de mar.

Yo mamé el habla cartagenera en estado puro de mi madre, cuyo nombre era Mauricia, nacida nada menos que en la Media Legua. En lo recóndito de mi cerebro, a veces emergen espontáneamente sus dichos y expresiones, como «me he quedado encanao mirando al cielo» o lo del «bocadillo de pan, pijo y habas» que siempre había para comer cuando preguntaba hambriento recién llegado del Patronato. 

Por lo demás, recuerdo esos años con profunda nostalgia y me asombra comparar las restricciones a los que sometemos a nuestros hijos y nietos en la actualidad, con la amplia libertad de la que yo gozaba, con la única limitación de llegar a punto para comer y cenar. Por supuesto, comer o cenar «pan pijo y habas».

Suscríbete para seguir leyendo