El Prisma

La nueva contaminación de las costas gallegas | Política carroñera

Pablo Molina

Pablo Molina

Las catástrofes naturales y, en general, las desgracias que ocurren por razones de fuerza mayor deberían quedar al margen del debate político, pero eso es algo imposible cuando se trata de la izquierda española, dispuesta a sacar tajada de cualquier infortunio siempre que pueda arrojárselo a la cara a su rival político.

La catástrofe del Prestige fue buena prueba de hasta qué punto está dispuesta la izquierda a hacer sangre de un accidente para desgastar al Gobierno, como si el hundimiento del famoso petrolero hubiera sido responsabilidad del ministro de Medio Ambiente. Las manifestaciones multitudinarias de aquel «Nunca mais» eran, como todo el mundo sabía, una herramienta para desgastar al Gobierno y el entrenamiento para las siguientes algaradas más numerosas del No a la Guerra con motivo de la invasión de Irak en la que, por cierto, ni un solo soldado o vehículo español tomó parte.

Cuando la Costa de la Muerte se llenó de petróleo, lo de menos era el futuro de los mariscadores y pescadores de la zona. Lo sustancial era explotar las imágenes del desastre para acabar con el Gobierno de la derecha presidido por Aznar, un tipo que, pocas semanas después de la catástrofe, ingresó en la cuenta bancaria de los patrones de barco y mariscadores del lugar unas indemnizaciones de quitar el hipo. Como nota de interés, pocos meses después de que llegaran a las playas gallegas las toneladas de chapapote, los concesionarios de vehículos de alta gama de la zona se quedaron sin existencias.

Hace unos días tuvo lugar un episodio similar aunque de menor entidad, con la llegada de millones de bolitas de plástico a esa misma parte de la costa española como consecuencia de que un buque de transporte perdiera parte de su carga. ¿Qué culpa tiene de eso el presidente de la Junta de Galicia? Pues, naturalmente, ninguna. Curiosamente, mientras que con el Prestige los ataques de la izquierda fueron contra el Gobierno de España, ahora solo los dirigen contra la Comunidad Autónoma, pero es que en Madrid mandan «los suyos» y eso es fundamental para determinar a quién deben pedirse explicaciones.

Como dato de gran interés, resulta que estamos a las puertas de unas elecciones gallegas que, en las últimas décadas, vienen otorgando al Partido Popular mayorías absolutas incontestables, lo que convierte a esa cita electoral en una prueba de fuerza para que la izquierda trate de desbancar del poder regional a su enemigo más terrible. En dicha situación es inútil pedir contención a los políticos, porque su verdadero objetivo no es defender los intereses generales de los ciudadanos, sino llegar al poder y, eventualmente, mantenerlo el mayor tiempo posible. Para el recuerdo queda la frase de aquel dirigente del PSOE (más tarde defenestrado humillantemente por el sanchismo) de que «si hace falta hundir otro Prestige, lo hundimos», ocho palabras, ocho, que resumieron perfectamente el carácter carroñero de la política cuando acceden a ella personas de estatura moral más bien limitada.

Es muy penoso asistir a estas peleas entre políticos por un asunto que, en otras circunstancias y con otros protagonistas, no debería tener mucho recorrido. Si ocurre un accidente, se solucionan las secuelas, se atiende a los perjudicados y se ponen los medios necesarios para que no vuelva a ocurrir. Punto. Todo lo demás es alimentar una batalla ideológica que a los ciudadanos cada vez nos aburre más.

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