Salud

Voluntarios para "escuchar" y combatir la soledad en los hospitales de la Región

El acompañamiento y la atención a los pacientes ingresados que no cuentan con familiares y allegados durante su estancia ayudan a humanizar el proceso: "Me siento muy realizado como persona y útil para la sociedad"

Paco Cano, voluntario de la Fundación FADE, conversa con Antonio Sánchez, un paciente oncohematológico ingresado en el hospital Morales Meseguer de Murcia.

Paco Cano, voluntario de la Fundación FADE, conversa con Antonio Sánchez, un paciente oncohematológico ingresado en el hospital Morales Meseguer de Murcia. / Juan Carlos Caval

Adrián González

Adrián González

La estancia hospitalaria no suele ser la mejor de las experiencias para los pacientes que permanecen ingresados. Más allá de los cuidados y la atención que brindan todos los profesionales sanitarios que se vuelcan con las personas enfermas, el acompañamiento de familiares, amigos y allegados es fundamental durante este proceso. Detrás de los pasillos hospitalarios y las batas blancas hay un mundo de desafíos emocionales, físicos y mentales a los que se enfrentan los pacientes. ¿Pero qué les queda a aquellos que, por circunstancias de la vida o diversos motivos personales, no cuentan con este círculo cercano para darles esa atención?

En situaciones de este tipo aparecen ellos, con sus petos rojos y su presencia tranquilizadora. Los voluntarios realizan una labor fundamental con estas personas, con quienes pasan el tiempo para mejorar el bienestar emocional, atenderle y acompañarle y evitar esa soledad que en muchas veces se da tras la puerta de la habitación.

Estos voluntarios, con sus eternas sonrisas y su disposición a «escuchar», desempeñan un papel crucial en la vida de aquellos que atraviesan momentos difíciles de la enfermedad y de hospitalización sin el apoyo de familiares o amigos cercanos. Su labor va más allá de simplemente estar presente; ofrecen consuelo, compañía y, en muchos casos, se convierten en un ancla de esperanza.

«Estamos en un momento en el que cada vez la tecnología y la información van más rápidas; conforme vivimos todo más deprisa, más gente hay que vive con soledad», sostiene Paco Cano, voluntario de la Fundación FADE en el hospital Morales Meseguer de Murcia.

Extrabajador de una entidad financiera, dedica dos horas a la semana para acompañar a esos pacientes que se encuentran solos en las habitaciones de los hospitales, como es el caso de Antonio Sánchez, vecino de Llano de Brujas y de 75 años que sufre una enfermedad oncohematológica.

Hace cinco años le detectaron leucemia y ahora también tiene un serio problema en los pulmones tras sufrir una caída. Sin mujer y sin hijos, sus hermanas tratan de visitarlo cada vez que pueden, aunque no siempre lo hacen, al ser también ya mayores.

«Paco me escucha. Hay enfermeras que van y vienen; unas tienen más simpatía que otras, me gastan bromas... Pero no pueden sentarse aquí conmigo porque tienen que hacer su trabajo. Sin embargo, él sí que lo hace», dice agradecido Antonio, «amante de los animales», de la literatura y que en su etapa laboral tuvo que irse a Cataluña para trabajar en una empresa de la industria química y, después, en una floristería que él mismo montó.

«Me siento muy realizado como persona y útil para la sociedad», relata por su parte Paco, quien decidió emprender este viaje de voluntariado en el año 2019 junto a su hija. «La sociedad que vamos a dejarles no es la misma que la que nosotros heredamos de nuestros abuelos. Entiendo que una de las cuestiones que más imperan hoy en día en la sociedad es la soledad», recalca Paco.

De normal, los voluntarios están en horario vespertino en los hospitales, cuando ya las visitas médicas y las distintas pruebas de la mañana dan paso a la tranquilidad de las tardes. Una vez que llegan, recorren las plantas y se dirigen a los controles de enfermería, donde preguntan por aquellos pacientes ingresados que se encuentran solos para acompañarles.

Luego, aparte, tienen a su cargo a otros derivados por parte del servicio de atención al usuario o de los trabajadores sociales y que requieren de un «seguimiento especial». Es el caso precisamente de Antonio: todos los jueves desde hace semanas viene recibiendo la visita de Paco, quien le da la merienda, le atiende en lo que necesita y, lo más importante, le «escucha» y le da conversación. Esto es lo que más se valora.

«Se llega a formar un vínculo muy personal, de confianza y muy afectivo. Durante este camino, parte de las personas a las que he estado acompañando ya no están, han fallecido. Y, ciertamente, cuando pienso en ellas, todavía me erizo. Me emociona el pensar que a lo mejor la última persona que lo tuvo cogido de la mano o la última cara que vio pudo ser la mía», cuenta.

«Estas situaciones se hacen realmente duras como humanos, donde falta la salud, pero son muy enriquecedoras y te dan una paz interior y una serenidad para ver la vida también de diferente manera», añade.

«Cada enfermo que está metido en su habitación está como en una isla y nosotros somos el viento fresco que entra en ese momento: le hablamos de la temperatura que hace en la calle, de si el sol pica más o menos, de si se huele a flores por la calle porque está la primavera encima... Buscamos cualquier situación que les permita durante el tiempo que estamos con ellos evadirse de la dura realidad de estar en un hospital para que ellos sientan que también han estado fuera de alguna manera», dice.

«Son dos horas en las que se privan de su descanso»

Más de trescientas personas forman parte de la amplia red de voluntariado de la Fundación FADE, que en la Región de Murcia lleva dos décadas por bandera la mejora de la calidad de vida de las personas. 

Esta iniciativa ciudadana nació con el deseo de colaborar con la Administración Pública, el sector empresarial y social en la mejora de la calidad de vida de aquellos colectivos que pueden presentar mayores dificultades de inserción social. 

«‘Con muchos pocos, hacemos cosas grandes’. Ese es nuestro lema y nuestra misión principal», apunta María José López Montesinos, presidenta de FADE, quien resalta la colaboración del Servicio Murciano de Salud y la Consejería de Política Social para llevar a cabo el proyecto en los hospitales.

López Montesinos también enumera que FADE cuenta con otros programas de apoyo, como el de inserción sociolaboral de mujeres en desventaja social (Aporta); el fortalecimiento de la familia o de las parejas (Valora), así como el de cooperación y educación para el desarrollo que se realiza en otros países, o el que se destina al acompañamiento hospitalario para mejorar la calidad de vida de las personas en situación de vulnerabilidad (Secunda). Dentro de este último hay distintas ramas según la edad y la situación de estos pacientes: personas adultas (Sénior), niños y adolescentes (Junior) o aquella destinada a la atención de acompañamiento exclusivamente a pacientes adultos con una enfermedad oncohematológica (Smile). En este último caso los voluntarios tienen que tener también una formación relacionada con ciencias de la salud y siempre van a estar bajo la supervisión de los equipos de enfermería de los hospitales. 

Los voluntarios de FADE están presentes en los hospitales Morales Meseguer, Reina Sofía y Virgen de la Arrixaca (los tres de Murcia), así como en el Santa Lucía y la Caridad (Cartagena) y en el Hospital de Molina.  

«Nuestros voluntarios dan significado a las palabras ‘servicio’, ‘solidaridad’ y ‘compromiso’. Les pedimos dos horas semanales de su tiempo, nada más, pero también hay que pensar que son dos horas en las que ellos se privan de su descanso, de su ocio... En muchas ocasiones nos dicen que para ellos supone un aprendizaje personal y social porque genera en ellos un crecimiento personal».

La presidenta de FADE recuerda que cualquiera puede ser voluntario: «Desde una persona que tiene 15 años hasta los 100», aunque antes hay que realizar un pequeño curso de formación.

«De primeras, la gente suele ser reacia a confesar que está sola y que necesita ayuda»

Lo normal en la mayoría de casos, expone Paco Cano, es que, cuando visitan por primera vez a un paciente que está ingresado y solo en una habitación, sea reacio a confesar que está solo y que quizás necesita de la ayuda y el acompañamiento de los voluntarios. «Siempre nos presentamos, les mostramos nuestro peto, les decimos que somos voluntarios y para lo que estamos, pero ellos nos responden diciendo que enseguida vienen sus familiares para atenderles, aunque en muchos casos no es así», explica. «No, no, si yo estoy bien. No necesito nada, gracias», le dicen. 

En esta circunstancia, señala este voluntario, lo ideal es despedirse de ellos mientras le lanzan preguntas interesándose y preguntándoles cuánto tiempo están ingresados. «En ese momento, te empiezan a contar su historia, lo que les pasa, qué necesitan... Y llega un momento en el que ellos mismos te invitan a sentarte para que no estés de pie junto a la puerta mientras los escuchas».

«Siempre digo lo mismo: la cara que tienen cuando entras a la habitación es totalmente diferente a cuando sales de ella. A muchos pacientes con los que ya he tenido confianza les he dicho: ‘Te tendría que haber hecho una foto cuando he entrado y otra una vez que he hablado contigo’», cuenta el voluntario. El simple hecho de hablar y de exteriorizar sentimientos hacen que estas personas se sientan mucho mejor. 

«Psicológicamente, no estás igual de fuertes cuando estás contando lo que te pasa y cuando estás hablando con la gente que cuando estás solo dándole vueltas a la cabeza sobre la enfermedad y lo que te puede o no dejar de ocurrir», cuenta Paco.