La Feliz Gobernación

Cine Rex: en busca del arca perdida

La Plataforma Cine Rex Vivo son los últimos de Filipinas, unos guerrilleros que resisten en la batalla cuando la guerra ya está perdida: los activistas se merecen que se les abran un día las puertas para disfrutar de la proyección de 'Cinema Paradiso'

Los vecinos se concentran en la puerta del cine Rex.

Los vecinos se concentran en la puerta del cine Rex. / Juan Carlos Caval

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Cada quince días, a las siete de la tarde, a la puerta del Cine Rex, llueva, truene, relampagueé o sea el día de los Santos Inocentes, allí están, unas veces más gente y otras menos, siempre los mismos o algunos más; otras los de siempre, pocos pero perseverantes. Irreductibles desde 2019, con el paréntesis de la pandemia, ya por encima de las cincuenta concentraciones. Quieren un Cine Rex Vivo, o sea, abierto

En cada convocatoria invitan a algún amigo solidario para que los anime, o al menos para que no los desanime. La última vez, el 28 de diciembre precisamente, me llamaron a mí. Les dije, en síntesis: Perded toda esperanza, el Cine Rex no volverá a abrir tal y como lo hemos conocido, y lo sabéis. Pero inmediatamente añadí: todo es posible si no cejáis. Y pensaba para mí, y hasta creo que lo dije en voz alta: es como si pidiéramos que reabrieran los quioscos de prensa que cierran porque cada vez tienen menos cosas que vender. 

La Plataforma Cine Rex Vivo son los últimos de Filipinas, unos guerrilleros que resisten en la batalla cuando la guerra ya está perdida. Acompañarlos fue una experiencia emocionante.

La capitana es Fina. Voy a ser políticamente incorrecto si digo que fue un mito erótico a su pesar de la Murcia de los 80, al frente del bar El Sur. Bella con alma, es decir, amiga y confidente. Es quien más sabe de toda una generación que apoyó sus codos en aquella barra, y tiene guardados todos nuestros secretos. Muchos tenemos la esperanza de que nunca escriba sus memorias. 

Fina, trabajadora social que nunca se rinde, lleva la voz cantante de Cine Rex Vivo, pero también está Agustín, que se encarga de las músicas y de la microfonía. Transporta un pequeño aparato de megafonía que reproduce las bandas sonoras seleccionadas por el invitado de ocasión (yo sugerí El bueno, el feo y el malo, Bonny and Clyde, El Padrino y así), hace que funcione el micrófono de los intervinientes, y aparte de manejar la tecnología muestra que es un sabio del cine. 

Y está también Cecilio, que se encarga de la fotografia y del vídeo. Va a pespunte con su hermano, Jesús, la persona más importante de su vida, quien por sufrir de disminución intelectual requiere de su atención plena. Le hace fotos con personas más o menos populares para que cuando éstas aparezcan en televisión o en la prensa pueda reconocer que estuvo con ellas.

Y Angelita, que se desplaza en una silla de ruedas sobre la que baila con extraordinaria habilidad al ritmo de las bandas sonoras que suenan, aplaudida por los concentrados, y seguida a distancia por Joaquín, quien también se maneja con su silla, pero de manera más discreta. Ambos representan la idoneidad del Cine Rex como espacio adaptado para la plena accesibilidad, una de las características que más se cantan para su reapertura. 

En el equipo básico de la Plataforma se puede añadir a Manuel, que vende chapas de imperdible para solapa de todos los colores y lemas diversos a dos euros, precario sistema de financiación para los pequeños gastos de las concentraciones. Y veo también a María, lorquina emigrada a Murcia, como yo, que me conoce desde casi la infancia, con esos ojos tan vivos, y a Carmen, que es la más activa en redes para difundir las actividades de los conjurados. Y hay una señora que se acompaña de un perro muy simpático, de nombre tan cinematográfico, Valentino. Y Pascual Vera, a quien he editado en este periódico durante años cientos de artículos sobre cine, escéptico y maravillado al mismo tiempo ante este rescoldo de romanticismo. Veo también a Joaquín Contreras, y me digo y les digo: si este señor consiguió el soterramiento del tren contra tantos elementos, la reapertura del Cine Rex puede parecer una utopía más asequible.

Me obligo a advertirles sobre los políticos. A las primeras concentraciones ante el Rex acudía un señor llamado José Antonio Serrano, quien al poco accedió a la alcaldía de Murcia. Durante los dos años en que ejerció el cargo se desinteresó al completo de lo que antes reivindicaba a pie de calle, una prueba de la difícil lucha en que los aparentes cómplices suelen resultar impostores u oportunistas. Tampoco Ballesta ha tenido el detalle, siquiera protocolario, de recibir a una comisión de la Plataforma. 

El Cine Rex no es una batalla perdida, pues si no volverá a abrir como gran sala de exhibición, tal vez debiera hacerlo como espacio cultural polivalente. Algo hay que hacer. Los cines tradicionales son motivo de nostalgia. El Coliseum es hoy un bingo; el Iniesta fue una discoteca; el Coy y el Roxy, supermerados; el Gran Vía, un gimnasio... Sólo el Salzillo se salvó porque la Comunidad autónoma lo compró para convertirlo en la maravillosa Filmoteca

El problema es: ¿Con qué autoridad moral exigimos la reapertura del Rex si no acudimos a comprar la entrada porque preferimos disfrutar de las ofertas de Netflix desde nuestro sofá? Pero también, ¿es posible que la Administración se desentienda de un espacio histórico para la cultura en un edificio tan simbólico por tantas cosas, situado en el centro de la ciudad? ¿No hay alguien que pueda presentar una alternativa que evite el cambio de uso? Todo menos que el Cine Rex se convierta en otro no lugar.

Los activistas de Cine Rex Vivo se merecen que se les abran un día las puertas para disfrutar de la proyección de Cinema Paradiso, y poder llorar con ellos, a la salida, por el fin de un mundo que se dice que no volverá, pero que de alguna manera tiene que volver, pues de otro modo nada merecerá la pena. Lo importante es resistir

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