Tiempo y vida

El escudo heráldico de la Cueva del Esquilo

Se trata de un escudo cortado en el que, en campo superior, podemos identificar unas letras que se corresponden con una J, una V y lo que parece ser una I, aunque esta última plantea dudas, por estar cubierta parcialmente por una costra negruzca

Cueva del Esquilo, Moratalla.

Cueva del Esquilo, Moratalla.

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

En un artículo anterior nos ocupábamos de la figura de nao pintada en la Cueva del Esquilo, en Moratalla. Y decíamos entonces que no se trataba de una representación aislada, por cuanto dentro de la misma cueva, así como en las paredes exteriores, podíamos encontrar otro grupo numeroso y variado de motivos, entre los que predominan las cruces, sobre todo del modelo patriarcal que conocemos como Cruz de Caravaca. Les acompañan una alineación de 42 puntos, alguna posible marca de ganado y varias figuras de formas rectangulares, con el interior compartimentado, que en su día, cuando hicimos el estudio de todo el conjunto, publicado en 1993 en el número 10 de la revista Antigüedad y Cristianismo, editada por la Universidad de Murcia, proponíamos como posibles estandartes. Y, al margen de todas estas figuras, destacábamos la presencia de un escudo heráldico, que tal vez hubiera que relacionar con la imagen del barco.

Aunque presenta una forma un tanto irregular que rompe con la simetría propia de estos elementos, consecuencia lógica de haberse pintado a mano alzada, lo podemos identificar claramente como un escudo de modelo español, de forma cuadrilonga, con el extremo inferior redondeado. Su uso fue generalizado entre los siglos XVI al XVIII, como sustituto del arma defensiva medieval de tipo triangular. Se trata de un escudo cortado en el que, en campo superior, podemos identificar unas letras que se corresponden con una J, una V y lo que parece ser una I, aunque esta última plantea dudas, por estar cubierta parcialmente por una costra negruzca. Mientras, en campo inferior vemos, en el centro, una granada abierta, rodeada de diez roeles o bezantes dispuestos sin orden. Desconocemos los esmaltes.

Como en su día sobre la nao, la pregunta lógica que nos podemos hacer es, ¿quién y por qué pinto un blasón nobiliario sobre la pared rocosa de una covacha? Como expusimos entonces, desde finales del siglo XV, tras la toma de Granada, toda la zona del interior asistió a un despegue económico y social importante. A pesar de que la política de los Reyes Católicos favorecía de una manera destacada las prácticas ganaderas, cuya lana abastecía la floreciente industria de paños castellana, y en particular también la de Murcia, es en estos momentos cuando se roturan muchas de las tierras que hasta ahora permanecían baldías, cultivando cereal y vid sobre todo, pero también otros productos como el cáñamo y el esparto, muy necesarios para la, por otra parte, potenciada industria naval. No en vano, los propios Reyes Católicos estimularon la construcción de una importante flota mercante al subvencionar la fabricación de barcos de más de 600 toneladas y, sobre todo, a partir de la Ley de Navegación que, desde 1500, establecía que las mercancías castellanas tenían que ser transportadas forzosamente por naves castellanas. Es también ahora cuando se ponen en explotación minas de azufre, alumbre, salitre y caparrosa, y cuando las salinas de interior, como las del Zacatín, aportan importantes cantidades de sal. Y aún queda otro elemento que contribuyó sobre manera al impulso de la comarca: la explotación forestal. En manos de factores franceses, la madera abastece sobre todo a la ciudad de Murcia, aunque no solo a ella.

Consecuencia de todo esto es que la población se triplica en poco más de 60 años, pasando de 2.835 vecinos en 1468 a 9.130 vecinos en 1530, lo que, a razón de 4 personas por vecino, arroja unas significativas cifras de población, pasando de 11.340 a 36.520 habitantes

Con este panorama de fondo, es cierto que seguimos sin responder a la pregunta que seguramente se está haciendo, ¿quién pinto el escudo heráldico? Estimado lector, es esta una cuestión de difícil contestación, casi imposible si pretendemos una certeza absoluta, pero si recuerda el artículo publicado sobre el barco, concluíamos en él que su autor bien pudo ser algún personaje que hubiera destacado en alguno de los ámbitos de trabajo que hemos reseñado. Quizás un comerciante muy vinculado, de algún modo, a la navegación; un individuo que a su vez pudo estar relacionado con la producción del cáñamo o el esparto tan necesarios en la fabricación de los barcos; o quizás un maderero, alguien emparentado con la exportación de productos mineros o cualquier otro de los protagonistas que dinamizaron la economía y la sociedad del momento. Seguramente cualquiera de ellos podría ser también candidato a asumir la autoría del escudo. Aún esto, es posible que referido a este sí dispongamos de un dato que nos permita concretar un poco más. Presentes en el campo superior mencionábamos las letras J, V y, posiblemente una I. Pues bien, en el listado de personas y actividades que Marcial García incluye en su libro Moratalla a través de los tiempos, podemos leer que en 1633 uno de los madereros que estaba trabajando en la zona es un tal Juan de la Vega. Seguramente es uno de los muchos franceses venidos hasta aquí, que castellanizó su nombre, como era costumbre hacer cuando se asentaban en Moratalla. 

Quién sabe si, con el tiempo, aparte de asumir un nuevo nombre, el negocio de la explotación de la madera favoreció su ascenso social y, acogiéndose a la concesión de honores por precio promovida por Felipe IV, se dotó de su propio escudo nobiliario como reflejo de su posición y prestigio

Esta no es más que una posibilidad, pero en absoluto descabellada si conjugamos todos aquellos elementos que participan en ella.

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