Opinión | Tiempo y vida

La extraña pintura de Sierra Espuña

Encontramos cierta relación formal con lo que sería la imagen de la sección de un snekke vikingo, o quizás un drakkar, dándose además la coincidencia de que las dimensiones de la pintura están muy próximas a las medidas reales de una de estas naves

Imagen real e imagen modificada

Imagen real e imagen modificada

Hoy nos vamos a acercar a uno de esos yacimientos que, cuando son descubiertos y abordamos su estudio, nos plantean más dudas que certezas. El 2 de julio de 1988, en el transcurso de una de sus frecuentes excursiones por la sierra, los primos Salvador y Cristóbal Llorente descubren una sorprendente figura de color rojo, pintada en una de las paredes de la conocida como Cueva de la Plata, en Sierra Espuña, lugar en otro tiempo utilizado como refugio para guarnecer el ganado, hoy en desuso. Comunicado el hallazgo al Servicio de Patrimonio, hasta el sitio se desplazan técnicos del mismo para corroborar la autenticidad de la pintura y hacer un primer informe de documentación, advirtiendo ya, en ese momento, el particular estilo que enseña el único motivo pintado. Días después visita la cueva el propio director general de Cultura, acompañado de varios arqueólogos y especialistas, entre ellos el profesor Antonio Beltrán que, reconociendo la tipología tan anómala que muestra la representación, no duda en resaltar su importancia.

A pesar del interés que se concede a la nueva pintura y que, tras su descubrimiento, se anuncia la puesta en marcha de un ambicioso proyecto de estudio, que incluye las más modernas técnicas de registro fotogramétrico y digital de imágenes, lo cierto es que el conjunto pronto cae en el olvido, sin que se abordase realmente su documentación detallada y su correspondiente publicación. Cabría preguntarnos el porqué de esto, y creemos no errar si decimos que ha sido en cierto modo ignorada porque, quizá, no se sabe muy bien qué decir de ella. De hecho, no es hasta 2020 cuando se publica un breve trabajo en el número 15 de la revista local Orígenes y Raíces, en el que sus autores no dudan en incluir la figura dentro del arte rupestre prehistórico de estilo esquemático, interpretándola además como la imagen de una embarcación.

Aunque la parte izquierda de la figura se percibe mal porque ha sido colonizada por una costra negruzca de formaciones orgánicas, hoy inactivas en su mayor parte, su aspecto general se corresponde con una estructura en forma de media luna, en posición horizontal. Con la base plana, queda delimitada por un doble trazo de largo desarrollo que, en los extremos, se curvan hacia arriba alcanzando una notable altura. En la parte central vemos otras pequeñas líneas paralelas que cortan perpendicularmente a aquellos, y a cada lado de estas, dos más de disposición oblicua respecto de los trazos mayores. La representación es grande, supera los 3 metros de envergadura, lo que, sin duda, le concede una espectacularidad que asombra al espectador.

3. Sección del barco vikingo de Gokstad, dibujo de J. Jaramillo; 4. Recreación de la figura de Sierra Espuña.

Sección del barco vikingo de Gokstad y recreación de la figura de Sierra Espuña. / Dibujo de J. Jaramillo

Tras el hallazgo, y aún hoy, se mantienen muchas dudas sobre su adscripción cronológica y su interpretación. En general, se ha venido aceptando su edad prehistórica, dentro del estilo esquemático, si bien el único dato que tenemos para concederle cierta antigüedad, quizá milenaria, es el hecho de que parte de la figura esté cubierta por esa costra negruzca cuya formación precisa de bastante tiempo. La técnica no ayuda por cuanto el tipo de trazo con el que está hecha no clarifica la cuestión, mientras que su tipología y tamaño la alejarían del estilo esquemático prehistórico, en el que no tenemos documentada ninguna representación con la que pudiéramos emparentarla.

Al margen de su discutible edad, ¿qué pudo representar? Desde un primer momento se pensó en un barco. Más allá de su aspecto barquiforme, que por sí mismo sería un punto de apoyo débil y nada concluyente, la verdad es que la imagen no enseña elementos característicos que nos permitan identificarla como tal barco, por ejemplo, velas o cabos, el timón o remos, u otros detalles que sí vemos en notorias representaciones de barcos que, efectivamente, conocemos dentro del arte rupestre, pero de cronología ya histórica. Muy conocidos son los ejemplos de la Laja Alta, en Jimena de la Frontera, fechados entre los siglos XII al XIV, y más cercana a nosotros la nao de la Cueva del Esquilo de Moratalla, datable en los siglos XV-XVI; y también en los barcos que vemos pintados, o grabados, en los muros de casas rurales, como la casa-cueva de Los Curas o la casona de Viquejos, ambos en Lorca, que indican, sin lugar a la duda, que la silueta de un barco es una iconografía recurrente dentro del grafismo histórico. Pero, curiosamente, sí encontramos cierta relación formal con lo que sería la imagen de la sección de un snekke vikingo, o quizás un drakkar, dándose además la coincidencia, tal vez simple casualidad, de que las dimensiones de la pintura están muy próximas a las medidas reales de una de estas naves, cuya eslora era de unos 20 m y su manga de entre 2,5 y 3 m, con escaso calado, lo que les permitía navegar por aguas muy poco profundas, de apenas 50 centímetros. No obstante, aunque sabemos que una expedición vikinga, a mediados del siglo IX, remontó el Segura tras arrasar Orihuela, llegando hasta Murcia, no podemos afirmar, en verdad tampoco refutar, que alcanzara el interior de Sierra Espuña y alguien pintara no un barco, sino la sección de uno de sus característicos barcos de guerra. Hemos de reconocer lo atractiva y sugerente que resulta la hipótesis, pero lo cierto es que, por ahora, carecemos de datos arqueológicos y escritos que la respalden, más allá de la similitud reseñada entre ambas imágenes. 

¿Entonces? Estimado lector, en casos como este solemos volver a la casilla de salida. Dudas y más dudas, tanto de su cronología como de su identidad.

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