Tragaloperro

Varias veces más

Rick Froberg falleció esta semana.

Rick Froberg falleció esta semana. / L.O.

Cinco años antes de la muerte de Rick Froberg, mi amigo Clint subió al coche y dijo: «Buenos días, zagales, espero que nadie me toque mucho los cojones». Íbamos a Barcelona. El sello La Castanya cumplía diez años. Para celebrarlo, se trajeron a The Van Pelt y Hot Snakes. Yo llevaba tres años con un kilo de caliza en la garganta. Cristalizó la primera vez que escuché a Chris Leo berrear The speeding train. Tres años de mirar al cielo negro de Vistabella y preguntarme por qué, Señor, por qué, con el patetismo de un capillita que pretende sacar al santo bajo el diluvio universal. Con respecto a Hot Snakes, era una de las pocas bandas que compartía con mi hermano y me pillé un directo suyo en Oporto. Suficiente: nada me conmueve más que una mezcla de expiación, cordoneras emocionales con el hijo mayor de mi padre y ciudades con charcos.

Y nada, The Van Pelt estuvieron flojos, me pasé una hora justificando la voz de Chris Leo, los Hot Snakes nos partieron el pescuezo, en la puerta nos cruzamos con Kiko Amat, yo me puse vacilón, que es lo que me pasa cuando estoy nervioso, Clint casi revienta a unos italianos, pasaron horas y horas y horas, fuimos a un bar de Joaquim Costa en el que ahora servían agua gratis. La recargaban continuamente. Daniel y yo aprovechamos para mear más que en cinco vidas, celebrando con la chorra en la mano que las ciudades podrían cambiar todo lo que quisieran, que nosotros... no.

Luego pasaron dos inviernos. Al final del tercero abrí una lata y puse 10th Planet. «Me cago en mis muertos más frescos –dijo Clint–. Son como si alguien estuviera a punto de romperte el cráneo con la rueda de una moto». Yo dije que era la canción de mi invierno. «Pues vaya invierno», dijo Daniel, incorporándose para sacudir la ceniza del cigarro, las cejas levantadas. Y se nos ocurrió hablar. Hablarlo. Todo. No sé si alguien le ha puesto nombre al papel del post hardcore en eso de que los hombres nos comuniquemos, lo soltemos todo, soplemos y luego intentemos levantar la cabaña con otras cañas, pero mis amigos y yo se lo contamos a quien quiera.

Un día después de la muerte de Rick Froberg, Clint se quedó sin coche. El motor. «Menuda manera de empezar el verano», dijo. A Daniel y a mí nos ha pasado un poco lo mismo: han pasado cinco años y tenemos coche, pero el motor casi nunca funciona. Y a Froberg pensábamos verlo varias veces más. Descanse en paz.

Suscríbete para seguir leyendo