Opinión | Pasado de rosca

Debates y palmeros

El último debate en el Senado entre Sánchez y Feijóo dejó, desde mi punto de vista, más materia para apuntes relativos a la liturgia que relativos a los parlamentos de ambos debatientes. Tanto uno como otro dijeron más o menos lo que se esperaba de ellos, y las únicas pequeñas sorpresas fueron las omisiones.

Por ejemplo, Feijóo sobrevoló sobre el asunto de la bajada de impuestos. No era para menos, con la primera ministra británica Liz Truss, adalid de la reducción de impuestos, a un paso de la dimisión que le ha dado el dudoso honor de ser la más efímera de la historia británica en el cargo. Viendo el extraño viaje impositivo de ida y vuelta de Truss —que finalmente fue vencida por la lechuga del Daily Star—, hizo bien el líder de la oposición en no reiterar la postura de su partido en el tema de los tributos.

Por su parte, Sánchez no volvió a acusar al PP de bloquear la renovación del Consejo General del Poder Judicial, cosa también entendible cuando están vivas —y parece que por buen camino— las negociaciones para su renovación. Silencio, pues, en ese tema también.

Feijóo ya había acudido al anterior debate en el Senado con un discurso de muy pocos quilates. Como le fue ampliamente reprochado, esta vez puso a sus asesores a ganarse el sueldo y parece que lo consiguió. Su discurso era proteico, con sólidos y abundantes datos, y escrito en buena prosa. El líder del PP leyó el texto con aplicación, aunque no pudo disimular que no lo había escrito él ni fue capaz de hacerlo suyo. Y eso resta credibilidad.

Con todo, lo peor de la liturgia del debate es la figura del palmero que se sienta al lado del jefe de filas, Nadia Calviño y Javier Maroto, respectivamente. No digo que esté mal que haya alguien fiable intelectual y políticamente al lado del debatiente. Cuatro oídos captan más que dos y un argumento que se le escapa al jefe le puede ser sugerido por el/la asistente. Se siente uno arropado por alguien que está al quite a nuestro lado. Lo malo viene cuando el asistente es un palmero que se dedica a minusvalorar y hasta mofarse de toda palabra que salga de la boca del rival. Las imágenes mostraban como los asistentes de ambos líderes susurraban al oído de su amado jefe algo y luego ambos expelían risotadas cómplices. Incluso cuando a lo mejor lo que el rival había dicho no era una chorrada risible sino un argumento digno de tenerse en cuenta, bien para rebatirlo o, por el contrario, para tomarlo en consideración. Cabe pensar que alguna cosa debieron de decir uno y otro que mereciera la pena valorar con atención. Porque de no ser así, si ninguno dijo nada importante, menudos líderes que nos gastamos los españoles.

Mientras los debates sean cosas de hooligans que aplauden y palmeros que no aportan ni la más mínima crítica hacia el jefe, poco se puede esperar del formato que se queda en una mera liturgia teatral en la que no se presta atención al texto y en la que la intertextualidad empuja al desánimo.