Opinión | Pasado de rosca

Tejedores de telarañas

Sería aconsejable que todos los actores del llamado ‘procés’ dieran un paso atrás y permitieran que una nueva generación de políticos se pongan al frente de los partidos independentistas sin la carga de responsabilidad de los estériles años de desvarío

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

Es un ejercicio bastante inútil tratar de asomarse al futuro para hacer un vaticinio de cómo se plasmará el resultado de las urnas en Cataluña en el nuevo ejecutivo o si habrá una repetición electoral por falta de acuerdo entre los partidos políticos del Parlamento catalán. Como no tengo bola de cristal que me permita oficiar de arúspice, en su lugar voy a intentar lo que creo que será más provechoso, que es interpretar los signos que emiten los primeros espadas de los distintos grupos políticos. Al menos eso sirve para evaluarlos y, además, puede orientar el sentido del voto en las futuras citas electorales. La más próxima, la de las Europeas del 9 de junio.

Hay que aplaudir, en primer lugar, la coherencia del presidente de la Generalitat en funciones, Pere Aragonés, que se retira de la política tras el desastroso resultado obtenido por su partido, ERC, en las elecciones del domingo pasado. También hay que decir que se podía haber ahorrado la proclama del pase a la oposición del grupo que él ya no va a liderar y así haber evitado hipotecas a quien lo suceda en el puesto. Le ha faltado tiempo a Oriol Junqueras para postularse como líder de ERC. Eso muestra su ambición —lo que no es malo ‘per se’—, pero debería recordar que, de momento, está inhabilitado por sentencia firme hasta 2031. Aunque entre en vigor la ley de amnistía, no parece recomendable que haya un jefe de filas que no puede ser candidato a nada mientras tenga vigencia su inhabilitación. Y así como en la renuncia de Aragonés va implícita una autocrítica, no se observa lo mismo en un Junqueras corresponsable evidente de que el lectorado le haya dado la espalda a su partido. Sería aconsejable que todos los actores del llamado ‘procés’ —una vez que la amnistía va a corregir los evidentes excesos judiciales, como nos recuerda la reiterada negativa de diversos tribunales de UE a entregar a los encausados por ese anacrónico y singular delito de sedición— dieran un paso atrás y permitieran que una nueva generación de políticos se pongan al frente de los partidos independentistas sin la carga de responsabilidad de los estériles —para Cataluña— años de desvarío.

Eso es válido sobre todo para Puigdemont, que sigue oficiando de líder espiritual de una Cataluña que solo existe en su imaginario. El prófugo pretende que nada menos que Salvador Illa, vencedor de las elecciones y que encabeza un partido no independentista, apoye la investidura del líder independentista por antonomasia cuando las urnas han dado como claro derrotado precisamente al independentismo, que ha quedado en minoría. Si presiona para ser investido presidente con el papel determinante de Junts en el Parlamento español, no hará otra cosa que mostrar su catadura y su falta absoluta de predisposición a colaborar con la gobernanza de España, con lo que quedaría de manifiesto que esa gobernanza se le da una higa.

Salvador Illa, el vencedor de los comicios, no cuenta con mayoría suficiente como para formar gobierno, pero sí puede aspirar legítimamente a buscar apoyos que le permitan salir triunfante de una sesión de investidura. Que lo consiga o no es otra cuestión. Illa parece un tipo tranquilo, solvente y nada estridente, lo cual no es poco en estos tiempos que corren. Pero también en política la meritocracia transita por vía muerta.

El resto de líderes, les guste o no, ofician de comparsas en el gran juego a tres de PSC, ERC y Junts. Es encomiable la posición de los ‘Comuns’, que parece que se prestan a dar apoyo a un Gobierno en solitario de los socialistas catalanes sin entrar en él. No hay que negar que eso también puede resultar muy cómodo, porque evita ser fagocitado por el socio mayoritario a la vez que permite quedar a resguardo de una sobreexposición de la que salir abrasados.

Por último, entrar a firmar el acta de defunción del ‘procés’ o, por el contrario, declarar que sigue vivo y agente es practicar un tipo de metafísica que nunca me ha interesado y que, por otra parte, señala a los que elucubran sobre ello como individuos poco apegados a la realidad. O, como diría Nietzsche, entrarían dentro de la categoría de los ‘tejedores de telarañas’ con las que pretenden enredarnos a los demás.

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