Opinión | Pasado de rosca

En la muerte de Paul Aster

El autor estadounidense Paul Auster.

El autor estadounidense Paul Auster. / EDU BAYER

Abril se ha despedido con la triste noticia de la muerte del escritor estadounidense y Premio Príncipe de Asturias Paul Auster. Con él no he cumplido la costumbre de leer toda la obra publicada de los autores que me interesan, a veces de un modo obsesivo. Como digo, con Auster nunca llegué a ese punto en el que se me hacía imprescindible no dejar nada suyo sin leer. Me interesaban —aunque seguramente no lo suficiente— su introducción del azar en la narración y la recurrencia de ciertos núcleos temáticos —el abandono, el desvalimiento, la soledad— alrededor de los cuales ha tejido su ficción. Es clara la influencia de Franz Kafka en su obra —autor de cuyo fallecimiento se cumplen cien años en junio, por cierto, y cuya lectura y relectura jamás defrauda —, de la que cabe destacar su extensión, quizás fruto de la cual hay en ella alguna reiteración temática que también ha influido en que personalmente no haya sentido la necesidad de leer todas y cada una de sus narraciones.

Con todo, me parece un autor mayor encuadrado en una literatura como la estadounidense cuajada de grandes maestros en los siglos XX y XXI. Hay que rendirse ante la apabullante fuerza de la imaginación que ha creado centenares de obras maestras a lo largo de los últimos tiempos. Impresiona una nómina en la que encuentran escritores de la talla de Don DeLillo, autor todavía vivo que desde su Submundo nos traslada una visión del mundo tan completa a pesar de desarrollarse en unas coordenadas espacio-temporales reducidas y que después en Cosmópolis se adelanta al futuro, lo mismo que en su otoñal Cero K se aventura a explorar de manera tan brillante la inmortalidad tecnológica.

Y ya que hablamos de edades otoñales, no puede dejar de asombrar que Cormac McCarthy, con casi 90 años y solo unos meses antes de morir, haya sido capaz de escribir la díada Stella Maris y El pasajero, dos obras tan complejas como ambiciosas que uno piensa que solo estarían al alcance de un escritor en la plenitud de su fuerza narrativa. Y ello nada menos que después de haber producido obras tan admirables como la terrible Meridiano de sangre, la sugerente Surtree o la Trilogía de la frontera. Otras son más conocidas y han sido entronizadas por el cine, pero para mí inferiores, No es país para viejos y La carretera.

Ya puestos con la gran literatura contemporánea, no podemos dejar de celebrar a uno de los más prolíficos escritores estadounidenses del siglo XX, muerto también de un cáncer como Auster, John Updike. La vida mediocre del americano mediocre nunca ha sido descrita con una minuciosidad diseccionadora con la que lo ha hecho Updike en la serie Conejo (Corre, Conejo; El regreso de Conejo; Conejo es rico; Conejo en paz y Conejo en el recuerdo y otras historias). En más de 45 obras publicadas con las que ha ganado casi todos los premios habidos y por haber, no hay tema que no aborde sin diseccionarlo con su pluma precisa y meticulosa.

Su amigo a la par que némesis Philip Roth, cuyo no-Premio Nobel es uno de los grandes baldones de la Academia Sueca, ha dejado también una obra llena de imaginación flamígera, recursos narrativos y ritmo arrollador. Su Pastoral americana ha servido de canon a todos los que han querido escribir «la gran novela americana» y aun para los que intentamos escribir algo parecido en otras coordenadas culturales y literarias. Operación Shylock o El teatro de Sabbath están atravesados por una demoníaca imaginación transgresora. La contravida o Zuckerman encadenado son un prodigio de arquitectura literaria conducida por una ironía corrosiva reflejo de un profundo conocimiento del alma humana.

Y puestos a contemplar el panorama de este cielo de estrellas literarias, nadie ha plasmado con tal magia en la prosa la condición de los afroamericanos y su pasado esclavista como la, esta sí, Premio Nobel Toni Morrison. Morrison ha tejido como un delicado encaje de bolillos pero con una fuerza y una profundidad abismales Beloved o La canción de Salomón. Las dos son obras de cuya lectura nadie sale indemne, porque dejan un poso de sabiduría y emoción inigualables.

Podríamos seguir así hasta casi el infinito, porque son muchos los nombres de grandes escritores estadounidenses —Richard Ford, Carson McCullars, Joyce Carol Oates, Thomas Pynchon y tantos y tantos— que hacen que cualquier otra literatura tenga que mirar con envidia y deseos de aprendizaje las obras maestras que tanto el recién fallecido Paul Auster como otros compatriotas suyos han escrito para nuestro disfrute.

Suscríbete para seguir leyendo