Opinión | Carta de un expresidente

El Parlamento no se vende

Fin de la subasta. ¡Ya está bien! ¿Por quién habéis tomado a vuestros representados?

El culto a los lideres políticos termina siempre siendo un peligro para las democracias. Hitler, Chaves, Putin o Kim Jong-un son claros y perniciosos ejemplos de devoción a líderes afectados por el síndrome de Hubris.

Esta enfermedad consiste en padecer adición al poder y afecta a líderes políticos henchidos de soberbia. Su arrogancia les ciega, impidiéndoles apreciar lo mucho que todos los humanos ignoramos, creyendo saberlo todo.

La adición al poder cristaliza, además, en un trastorno mental de su personalidad, que deriva en el desproporcionado sentido de lo importantes que creen ser y la necesidad que tienen de ser admirados y aplaudidos.

Pedro Sánchez y Fernando López, este con menor énfasis, parecen afectados por el nocivo síndrome, si bien en su descargo quiero pensar que su adición al poder y egolatría están influenciados por la cronología de los acontecimientos políticos por ellos vividos desde muy jóvenes.

Sánchez se afilió al PSOE en 1993, con 21 años, tras cuatro Gobiernos de González, le cuesta trabajo admitir que hay otras formas de gobernar, lo que manifiesta en la actualidad con una acritud parlamentaria impropia del presidente del Gobierno de España, incapaz de asumir las críticas de la oposición, como puso de relieve esta semana en el Senado.

López Miras nació en 1983, tenía 12 años cuando el PPRM gobernó por vez primera la Region en 1995. No ha conocido otro Gobierno regional que el de los populares.

Uno y otro han contraído una enfermedad frecuente entre algunos presidentes, el narcisismo. Personajes que se creen los más listos y si no me creéis a mi, preguntadle a ellos; son los que, además, no reconocen las limitaciones comunes a todos los humanos, van sobrados de autoestima como para admitir sus fracasos y arrastran egoístamente al desastre a quienes, por distintos motivos les siguen.

Exaltar el ‘éxito’ de los pícaros o genares con vítores y aplausos no es precisamente sinónimo de honestidad, sino que perjudica la seriedad exigible a los grupos parlamentarios y dificulta la franqueza para asumir los errores propios o denunciar los ajenos.

Hoy, ante el cúmulo de nefastos acontecimientos sufridos durante la presente legislatura en el seno de la institución con sede en el Paseo Alfonso XIII de Cartagena, sin otra motivación que el respeto que me merece nuestro Parlamento y la indignación popular a la que en su defensa me sumo, os prevengo.

Estáis violentando de tal manera nuestra Asamblea Regional que algunos de vosotros, por acción u omisión, no merecéis ocupar escaño en ella. Hay diputados y diputadas que son la negación de la honradez que se les suponía.

En el templo de la palabra regional alguien debiera alzar la voz para decir a los responsables «Ite ad agros». Alguien que, como Jesús de Nazaret irrumpió en el Patio de los Gentiles de Jerusalem, exclame en el Patio de los Ayuntamientos del Parlamento: «¡Ya está bien! ¿Por quién habéis tomado a vuestros representados?» ¿Quosque tándem abutere patientia nostra? Alguien que les recuerde que no son los amos de ningún cortijo, sino servidores públicos de nuestra Región.

Deberíais estar siempre orgullosos del cargo que el pueblo os otorgó y nunca avergonzados de las actitudes adulteradas con que otros ejercen su mandato institucional. No podéis seguir contemplando las falsedades de éstos desde el prisma pueril de una aparente candidez asistiendo al cubil en que podría llegar a convertirse el templo de la democracia.

Los ciudadanos, atónitos, observamos cómo no sois capaces de poner orden en una emblemática institución que algunos no tienen reparos en convertir en una casa donde la compraventa, la licitación, la ocasión, el remate y la liquidación, como en las casas de subastas, se ofrecen y adquieren objetos, con la diabólica diferencia de que podríamos terminar por ponerle precio a las votos.

Dejemos esa subasta para Pedro Sánchez y su futuro presupuesto. La Asamblea Regional no está en venta.

Suscríbete para seguir leyendo