Opinión | Apuntes del natural

Lo de la moción

Lo de la moción

Lo de la moción / Enrique Nieto

Lo vi en la tele. Todo el tiempo que duró la sesión estuve distraído, no porque los señores concejales portavoces no me entusiasmaran con sus palabras, sino porque el enfoque de la cámara de la televisión, que siempre estuvo fijo y con el mismo formato, el de los bustos parlantes, para poder mantenerlo tenían que sacar a un lado, de fondo, al concejal José Ángel Antelo, miembro de la mesa de edad por ser el más joven. ¿Y por qué distraía? Pues porque no podía estarse quieto. Ustedes imagínense la situación: un señor o una señora en primer plano largando lo que tenía que largar según procedencia partidaria, y, justo detrás, a un lado de la pantalla, tocándose la corbata, arreglándose la americana, despegándose la camisa de las axilas, acariciando la mascarilla, colocándosela, recolocándosela, tocándosela otra vez, y vuelta a empezar con la corbata, etc., etc. Si a eso le añadimos que portaba varias banderas españolas, a saber: una en el lateral de la mascarilla, otra en una cinta que llevaba para colgársela al cuello y otra en la muñeca a modo de pulsera, pues que uno, que ha hecho la mili, no podía dejar de mirar nuestra gloriosa bandera por todas partes, y eso que solo se mostraba su figura hasta un poco arriba de la cintura, que vaya usted a saber si llevaba también banderas más para abajo.

Por lo demás, el acto fue lo más parecido a un entierro que he visto en mi vida, eso sí, guardando las distancias de seguridad, todo el mundo muy serio, los hombres y las mujeres arreglados de punta en blanco y recogidos en sí mismos, con devoción y compostura. Solo faltaba el féretro en el centro.

Hasta el día anterior, yo había mantenido dondequiera que estuviese, en emisoras de radio, o en canallescas mesas de terrazas de bares, tomando cerveza con los amigos, todos de mi misma calaña, que uno de los concejales de la moción iba a ponerse enfermo a última hora, o que se iba a las Antillas Holandesas a montar allí un puesto de pasteles de carne, pero no se dio el caso. Aunque hubo morbo y tensión dramática a la hora de decir ‘sí’ o ‘no’.

En cuanto a los portavoces, cada uno dijo lo que tenía que decir, aunque con distintos tonos. La dureza de Mario Gómez, por Ciudadanos y de Enrique Lorca por el PSOE fue realmente tremenda. Parecía que todo lo que llevaban dentro estos dos últimos años tuvieran que soltarlo allí, en diez minutos.

Duros como el pedernal, rozando el insulto a veces, completamente subidos al caballo del ataque contra la hueste pepera, a la que los socialistas llevan aguantando en el poder 26 años, que es mucho aguantar, y yo los comprendo. Y por Vox actuó José Ángel Antelo, y, al oírlo, cerré los ojos y escuché a Abascal en vivo y en directo. Nunca he visto a un militante tan pegado a su líder, diciendo exactamente las mismas frases sobre los mismos temas. Como debe ser, no como otros que van a lo suyo y luego pasa lo que pasa: que se transfugan. Y Rebeca Pérez repartió de lo que tenía por dentro, mucha mala ‘uva’.

No había escuchado nunca al portavoz de Podemos en el Ayuntamiento, ni conocía de nada a Ginés Ruiz, y, cuando me esperaba algún panfleto superponible, resulta que el hombre se arrancó por sensateces y me interesó casi todo lo que dijo. Además, le echó narices a su alocución y les avisó a los de la coalición PSOE-Ciudadanos que, una vez votados, mañana lo tendrían enfrente haciéndoles la pascua y la oposición.

Dijo algo que yo comparto y es que la moción de censura no iba contra nadie, sino contra una forma de entender y ejercer la política. Y añadió algo muy simple pero definitivo: ‘Ustedes no son Murcia, ustedes son el Partido Popular’.

Y se consumó la cosa: Murcia, la séptima ciudad de España, tiene un alcalde nuevo, José Antonio Serrano, y, sobre todo, un equipo de Gobierno nuevo al que estaremos muy atentos. Espero que todo eso que quieren hacer de abrir los cajones y buscar entuertos a fin de deshacerlos les deje tiempo para desarrollar unas acciones que mejoren las vidas de los que habitamos el municipio.

Y una última cosa: qué bien que José Ballesta sea catedrático y vuelva a su Facultad de Medicina donde tiene un puesto y un sueldo. Es que no es lo mismo lo uno que lo otro. No sé si ustedes saben por qué lo digo.