Los resultados de las elecciones del pasado 26J han sido desconcertantes y decepcionantes para los que esperábamos una mayoría progresista y de la izquierda en el Congreso de los Diputados. Por contra, el PP está en condiciones de mantenerse en el Gobierno aunque lejos de la mayoría absoluta que tuvo.

Esta preocupación es mayor si cabe en la Región de Murcia, que ha vuelto a otorgar un apoyo desmedido al PP, cercano a la mitad de los votantes, lo que resulta más sangrante por lo que supone de voluntad de una parte muy significativa del electorado de ignorar la cadena de escándalos de corrupción y ejemplos de mal gobierno que se han acumulado en los últimos años en nuestra comunidad, otra vez el mayor feudo conservador del país.

¿Qué ha ocurrido para que esto sucediera, desmintiendo a todas las encuestas publicadas? Sin duda se han conjugado una serie de circunstancias concurrentes de las que es difícil precisar el peso específico de cada una de ellas. Pero de esta complejidad no se deriva que valga todo para explicarlo.

Nosotros pensamos que es un error atribuir a la coalición de Podemos e IU el mal resultado respecto al 20D. Hemos defendido la confluencia y no creemos habernos equivocado: si no se hubiera producido, es muy probable que los resultados hubieran sido peores que los obtenidos por Unidos Podemos.

La explicación hay que buscarla en la desmovilización electoral de una parte de los votantes de esas fuerzas y, al mismo tiempo, en el éxito de la estrategia del PP que jugaba con el miedo y con la llamada al voto útil.

Tampoco el PSOE tiene motivos para la satisfacción: aunque haya evitado el temido sorpasso, convertido en el eje obsesivo de su campaña „y en objetivo desenfocado también de UP„, ha vuelto a retroceder en sus resultados, rompiendo de nuevo su propio suelo, pero esta vez contribuyendo a la pérdida de la mayoría de las izquierdas. Su ambivalencia respecto a la política de alianzas y su pacto anterior con Ciudadanos no le han ayudado en su objetivo de afirmar y ampliar un espacio propio, como tampoco la crónica polémica interna sobre el liderazgo.

Unidos Podemos ha cometido diversos errores que la han erosionado también: problemas con la valoración de Iglesias por parte de la ciudadanía, que se ha deteriorado considerablemente en poco tiempo por torpezas propias; problemas de recelo y de cohesión entre la dualidad de culturas políticas que la constituían, que no ha terminado de animar a algunos sectores más recalcitrantes; problemas con el discurso electoral de amplio espectro que provocaba mensajes contradictorios y poco coherentes, dificultando la consolidación de un espacio diferenciado; efecto pernicioso del discurso de la polarización PP-UP, que se ha mostrado útil sobre todo para el PP; por último, la ubicación más neta en el campo de la izquierda (lo que se podría llamar pérdida de transversalidad) ha podido influir en algunos sectores menos ideologizados del electorado.

La izquierda ha fracasado en el propósito de ser mayoritaria, pero no todo se explica por sus propios errores. El discurso del miedo levantado por el PP „en un contexto de incertidumbre que le favorece, donde se mezclan el miedo tardofranquista a la izquierda (todavía vigente en las generaciones mayores), la profunda crisis económica y los graves problemas internacionales, como la crisis de los refugiados, el yihadismo o el Brexit„ ha funcionado y le ha permitido recuperar 700.000 votos de los que ya tuvo en el pasado. El electorado conservador se ha mostrado muy resistente a castigar la corrupción sistémica provocada por un partido al que no le falta práctica corrupta alguna y que sería impensable en otras democracias maduras que conocemos.

Pero este éxito del PP no le permite gobernar solo. El próximo Gobierno que se constituya tendrá una débil e inestable base parlamentaria y se verá forzado a revisar muchas de las políticas de los anteriores gobiernos. El futuro no está escrito y es posible pensar en la posibilidad de seguir avanzando en los próximos años para hacer mayoritaria la voluntad de cambio político y social en clave progresista.

¿Qué tareas tendrían que acometer las fuerzas de izquierda para lograr este propósito?

En primer lugar, tendría que reconocerse una voluntad de cooperación desde la diferenciación. Esto es más necesario para el PSOE, que se ha negado radicalmente a mantener una interlocución preferente con las fuerzas a su izquierda, a las que descalifica por sistema.

Éstas, por su parte, tienen que mantener y profundizar la confluencia, huyendo de cualquier veleidad de separación, que es tan indeseable como impracticable en el sistema electoral español actual.

Podemos, en concreto, ha de asumir un cambio de su estructura interna que le lleve a abandonar la excepcionalidad de la que se llamó ´máquina de guerra electoral´, que sirvió para justificar métodos muy centralizados y cupulares de decisión y liderazgo. Una organización del cambio ha de expresar internamente la sociedad que busca construir, y eso le obliga a Podemos (como a los demás actores de la izquierda) a ser radicalmente democráticos. IU, por su parte, debe olvidarse de la gratificadora agitación de símbolos y recursos discursivos muy respetables y a los que no se debe renunciar, pero cuya torpe exhibición dificulta objetivamente la penetración social de su política, que es lo realmente importante. Y ambas organizaciones han de impedir que un rico y vivo debate interno, que es imprescindible, se use externamente para debilitarlas.

Al mismo tiempo, el conjunto de las fuerzas progresistas y de izquierda debe recuperar de su propia tradición elementos que no están superados sino parcialmente relegados: nos referimos a la conexión con los movimientos sociales y el impulso a las movilizaciones sociales. No podemos caer en la complacencia de que todo se resuelva y se reduzca a la lucha institucional y a los procesos electorales, aunque su papel sea imprescindible y central en un sistema democrático. Las fuerzas políticas del cambio necesitan del concurso de amplios y pujantes movimientos sociales que son los que alimentan la conciencia de la necesidad de ese cambio. La cooperación y el impulso de estos movimientos es un trabajo político imprescindible para que los discursos contrahegemónicos alcancen la hegemonía y se avance en una democracia participativa.

En cuanto al discurso y al proyecto de las fuerzas del cambio, que tiene que concretarse e identificarse mejor por la sociedad, no puede seguir relegando por inconveniente electoralmente una serie de líneas de pensamiento y de acción que hoy son irrenunciables para las transformaciones que deben estar en cualquier horizonte de sociedad deseable para el siglo XXI: nos referimos, en concreto, al pensamiento feminista y a la ecología política.

No debe cundir el desánimo. El proceso de cambio y de regeneración democrática que estalló el 15M, la lucha por que el sistema democrático avance en participación y en igualdad, impidiendo que amplios sectores queden condenados a la exclusión y que sigan creciendo las desigualdades, no se ha detenido. Estamos en un momento de balance y de redefinición para seguir avanzando. Y hemos aprendido muchas cosas en este tiempo que nos serán muy útiles ahora y en el futuro. Una parte de la sociedad se resiste al cambio, pero el cambio es imparable porque la alternativa es la barbarie programada. Y esta lucha irrenunciable por los valores de la democracia radical y los derechos humanos, por la igualdad entre hombres y mujeres, y por la sostenibilidad de la vida en el planeta, es la misma en Europa, en España y en la Región de Murcia.