Esto no es el título de una película de Monty Python, ni el concepto me lo he inventado yo. La primera vez que lo oí fue en una interesantísima conferencia de mi colega y amigo Pedro Juan Martín, y desde entonces vengo dándole vueltas a lo que ese día aprendí. Verán, hace años ya que soy consciente de que el tiempo que tengo asignado en esta vida es limitado, y mi actitud ante las cosas es definitivamente proactiva: no dejo que el tiempo pase por encima de mí, sino que soy yo la que intenta tomar sus riendas. Por eso, no entiendo cuando la gente me dice que el tiempo pasa volando. Ni hablar. Cuando se vive intensamente, al volver la vista atrás se da una cuenta de que los minutos, horas, meses, años, nunca han pasado en balde. La que aquí suscribe, como dice Neruda, confiesa que ha vivido, y se siente plena de haber tenido la oportunidad de haber llegado hasta aquí, con las alegrías y las penas, con los triunfos y con los grandes, crasos, terribles errores cometidos, que también le han hecho aprender.

Dicho esto, añadiré que „buscando información para escribir esto que ven„ me he enterado de que a los gurús del coaching corporativo les encanta hablar de lo que constituyen los ladrones de tiempo en nuestra sociedad de hoy. Y cuántas falacias pueden inventar algunos de esos sacerdotes de la eficiencia empresarial; escriben sobre verdades fundamentales que carecen de fundamentación alguna. Me los imagino como unos petimetres con montones de tiempo para perder, en serio; o como de esa clase de tipos malcriados por sus madres o esposas, que solo se dedican a trabajar fuera de casa sin más cuita, y no saben ni en qué rincón tienen los calcetines dentro de su propio cajón.

Pues dicen los susodichos gurús que los peores enemigos de la eficiencia en nuestro tiempo personal son la multitarea y el Internet. Jamás he oído tamaña estupidez. Si no fuera por la capacidad de trabajar en cinco canales a la vez, las mujeres como yo no tendríamos carrera profesional. El que no sepa dónde están sus calcetines o espere a que alguien más le haga la lista de la compra para ´cooperar´ en casa, quizá pueda permitirse el lujo de estigmatizar al multitasking, pero para las sufridas profesionales de mi generación es la única manera de existir. Eso, por un lado.

Y luego, la segunda cosa de la que abjuran los antedichos gurús es de Internet. Socorrido chivo expiatorio. Internet es la caja de Pandora, la maravilla de las maravillas, fuente de información sobre ninguna otra, que está aquí para quedarse, manque le pese a algunos, y que hay que saber, como todo, administrar. Quien diga que Internet te hace perder el tiempo es como aquél que dice que los paisajes maravillosos, dignos de contemplación, son condenables porque te quitan tiempo para trabajar. No, no. El tiempo no se pierde así. El robo es mucho más sofisticado y brutal.

El tiempo malgastado es el que nos hace perder la gente malévola que no tiene mucho que hacer. Porque uno puede regalar el tiempo a un amigo, a un hijo, a un colega, a un alumno; dedicárselo, como el objeto más preciado que posee, porque eso es elección de uno y nada más. Pero la gente que siempre llega tarde a las citas porque está tomándose un café mientras tú esperas en balde a la puerta de su despacho (tú, que no tienes tiempo ni para respirar y llevas el tiempo tasado y medido), ésa es la que te insulta, robándote el tiempo. O aquellos que no te contestan los mensajes o te los pierden, para luego tergiversar la información que tan cuidadosamente pusiste en su poder, ésos son lo más parecido a un ladrón. Otro robo flagrante y a traición son las reuniones de trabajo interminables en las que la gente no para de decir tonterías sin sustancia, siendo los perpetradores en este caso aquellos que no se han mirado ni el orden del día, o que tienen todo el tiempo del mundo que perder (véase arriba el ejemplo del de los calcetines). Y, finalmente, también te roba la vida la burocracia que nos invade a todos en el trabajo, generadora de papeles y papeles y más papeles totalmente inútiles, aunque tal robo vaya bajo el marchamo de unos nombres tan preciosos y sacrosantos como son el de la Excelencia y la Calidad.

No se pierde, pues, el tiempo al vivir, ni el tiempo se fuga sin que nos demos cuenta. Son los ladrones auténticos los que nos roban esos paréntesis vitales en los que podríamos estar haciendo investigación, o charlando pacientemente con nuestros alumnos, o escribiendo un email largo y tierno a nuestros hijos, o tomándonos un vino con los amigos; podríamos hasta estar tocándonos la barriga y surfeando en la web a la misma vez, y no constituiría un robo, al ser nuestra elección. Pero el hurto sofisticado y perverso de las horas de nuestra vida haciendo cosas estúpidas no lo relatan los ´espabilados´ expertos del coaching. Como tampoco, es una pena, mete en chirona a algunas malévolas mentes chupatintas que gobiernan en las empresas, en la Universidad o en la Administración.