Jugaba anoche, caprichosamente, con Pedro Guerrero y Juani Blanco, o a la inversa, que tanto monta, a inventar palabras, a convertir en nuevas algunas gastadas. Nos acordábamos del pasaje de Cela en La Colmena cuando en la tertulia del café alguien se divertía con la misma posibilidad creando el personaje del ´hacedor de palabras´ y las regalaba a los contertulios con generosidad de genio. Pero en mi memoria al respecto, nadie como Ramón Gómez de la Serna para acontecer la imaginación de la gracia y el talento, en ese torbellino de revelaciones que fue la literatura del gran escritor, con sorpresa inesperada.

Se le advierte a él mismo sorprendido y deslumbrado por sus hallazgos. Nuestros caprichos de anoche nos conducían a la risa consecuente. Parece que a la llamada de la gramática y la amistad acuden pájaros de todos los cielos. Su literatura no fue el producto de un esfuerzo de tozudez, no hay en ella esa raya del dolor del quehacer empedernido. El autor se deja conducir por el anhelo de cada cosa, por las almas que brotan de las formas. Y oye su confidencia y la transmite. Esa es la genialidad de Ramón, su capacidad de percepción del mensaje de cada criatura „al fin y al cabo el objetivo de nuestro inocente juego„ hasta ahora encerradas en su mudez y manejadas toscamente por los escritores. Todas como capullos. Y en el alma del maestro se abren, radiantes, expansivas, requirentes de simpatías afines que se saben atraer. Este dejarse llevar por el ángel de los encuentros es lo que se llama casualidad. Y esta casualidad, a la que ya me he referido, es la que le proporciona afinidades insospechadas. Su genialidad consiste en saber percibir estas sutiles miradas „desde su primera juventud, insiste en que él es solo mirada„ desfilan sin huella. Su sistema literario consiste, como él mismo dice, en un choque de las cosas y el alma, «al tropezar entre sí por pura casualidad». Claro que ello implica un mundo poroso, abierto, que pueda ser recorrido por esa alma sin que los lugares comunes cementen los caminos. Una actitud estelar de una especialidad en la que sea posible el choque, como de dos astros, del alma y del mundo.

Nos divertía tropezar en la piedra del lenguaje y que de tal casualidad naciera una nueva palabra. Y yo me acordaba de Gómez de la Serna y su olvido. Ramón estelar, terráqueo, que rebasa sus libros, su ciudad, su época, manadero incesante, como un astro que se desangra. Y su genialidad crece en contraste con su tiempo, de ambiciones intelectuales tan cortitas, tan de universitario correcto. Él era fuego que se abrasaba a sí mismo, y esta ignición hacia las llamas más altas y desparejadas.