Una vez dentro de la bañera y ya con la cabeza empapada, fui incapaz de distinguir el frasco del champú del de gel de baño. No era la primera vez que me sucedía algo parecido en un hotel, pues en vez de poner CHAMPÚ o GEL DE BAÑO así, con mayúsculas, las marcas que proveen a los hoteles de estos productos utilizan un cuerpo de letra infinitesimal, para fastidiar al usuario (¿para qué otra cosa, si no?). Llevo años formulando esta queja en todos los hoteles del mundo sin resultado práctico. Vale, vale, de acuerdo, es una tontería. El mundo está hecho unos zorros y yo aquí, quejándome de que no me ayuden a distinguir el champú del gel. Pero es que el mundo está hecho unos zorros, entre otras cosas, porque ponemos poco cuidado en los detalles. En todo caso, ahí estaba un servidor de ustedes, debajo de la ducha, con la cabeza mojada y maldiciendo. En otras ocasiones, tras realizar un par de ejercicios de paciencia, he abandonado la bañera, me he secado por encima y he vuelto a la habitación a por las gafas. Pero esta vez tenía prisa, de modo que decidí echarlo a suertes y, como comprobaría más tarde, me lavé la cabeza con el gel y el cuerpo con el champú. Me dirigí a la reunión de trabajo fastidiado, como si llevara puestos los calzoncillos del revés. Sin embargo, a medida que transcurría la jornada iba comprobando que mi pelo estaba mejor que nunca. Lo supe porque me miraba obsesivamente en todos los espejos que me salían al paso (y cuando no me salían al paso, los buscaba yo). En cuanto al cuerpo, tampoco parecía resentirse del hecho de haber sido lavado con champú. Por la noche, al regresar al hotel, leí de nuevo las etiquetas para comprobar que me había equivocado, de donde deduje que el champú y el gel carecen de diferencias específicas. O sea, que da lo mismo que te laves el pelo con el producto destinado al cuerpo y viceversa. ¿Por qué entonces nos hacen creer lo contrario? Para tenernos entretenidos, al modo en que el Sol finge caer sobre el horizonte, cuando es la Tierra la que se mueve. Todo está preparado para que no pensemos en lo importante, que suele ser lo banal y viceversa.