Este año, este ciclo, ha recibido a la primavera en Murcia con el primer olor a azahar de sus naranjos. En coordinación y coincidencia perfecta. He escrito en ocasiones de esa sensación que te hace decir con fuerza interior «ya está aquí», un día cualquiera tras la obviedad del invierno decente. Con toda su fortaleza, con toda su alergia, con todo su color y su olor. Murcia en flor. No hay perfume embotellado, ni fragancia para los lóbulos de las orejas como esta de los primeros azahares.

El vecino Miguel, cuando presentía la paternidad palpada lo dejó claro: «Al octavo mes ríes con cinco azahares, con cinco diminutas ferocidades, con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes…».

Toda una marea incontenida recorre las plazas y las calles de Murcia; una sangre perfumada que se desprende de las pequeñas flores de novia de los contados y bordes árboles de la ciudad; carne de paparajote o cuna de nieve, milagro nazareno, corona de amor, savia en movimiento, frutos anticipados del naranjo y el mandarino.

Y doblan las campanillas y se asean los mantos y santos; y los azahares entran en competencia con los inciensos en batalla campal por los vientos y los aires de Cuaresma. Se ha echado la primavera sobre nosotros trayéndonos las primeras sensaciones de la tierra, los primeros bordados de barro y agua, de la noche negra de ayer a la mañana ríspida de hoy. En siglos pasados ya se advertía, de forma cursi e intratable, de la sorpresa primaveral: «La primavera ha venido y nadie sabe como ha sido», pero es verdad, nadie sabe qué pasa en la revolución planetaria para que brote el verde sobre el blanco glauco, sobre el siena tostado de las tejas donde empiezan a anidar las avispas con celdillas de sabor a miel rancia, que ellas no son abejas confiteras. Los refranes sobre la primavera son todos verdaderos, todos sentidos por los sentidos de la humanidad. Ciertos. En primavera se nace, se renace sobre las cenizas del frío y la helada. Parece una obviedad pero siempre es un espectáculo, un acontecimiento, un suceso memorable que dura unos meses. Se apaga el fuego y se encienden los fulgores puntillistas de plata y amarillo.

En Murcia nos emborrachamos en primavera, nos volvemos a enamorar de nuevo, nos dejamos seducir, se nos trastorna el magín y nos alimentamos de perfume. Se cuece el hojaldre y se vuelve sobre la quemadura de la adolescencia. Nos hacemos niños, volvemos a vivir las entrañas del año. En Murcia no hay nada como nuestro patio ciudadano vestido de primavera y primera comunión.