Se levanta aturdido por el mundo. Ha soñado con Sócrates y ha estado conversando durante horas con Goethe sobre las desventuras del joven Werther. "Qué complicado es este chico", se repite a sí mismo mientras se come un donut que lo retrotrae a la infancia de Marcel Proust. Cuando suena el teléfono se levanta de un brinco de la mesa y descuelga ilusionado el aparato:

-¿Si?

-¿Has puesto la lavadora? Mira, no te lo repito más. Yo así no puedo. La casa está asquerosa y tú no haces una mierda. Me tienes hasta el mondongo. Por lo menos, friega los platos y mira a ver si preparas algo decente de comer, que con los solomillos de ayer al Pepo Jiménez ese te luciste, hijo. ¡Menuda basura! Déjate de experimentos y prepárate unas patatas fritas con kétchup, anda. Pero cómpralo de la marca que me gusta a mí, que luego ya sabes que me salen ronchas y...

No puede evitarlo. Su mente hace tiempo que desconectó. Es superior a sus fuerzas. ¿Qué le estaba diciendo su novia? Era algo sobre que tirara la basura ¿no?

Es licenciado en Filosofía. Le apasionan la literatura, la ciencia y las artes. Es campeón de ajedrez, toca el violín, pinta autorretratos, sabe alemán, francés e inglés y habla esperanto en la intimidad. Su amor por el conocimiento no tienes límites y, gracias a su excelsa cualificación, trabaja por las tardes como reponedor en el Carrefour.

Tras el cariñoso intercambio de conceptos metafísicos con su novia, cuelga el teléfono, enciende la televisión y escucha al hombre del tiempo:

-Hoy se esperan lluvias en la mitad sur del país.

La predicción meteorológica le da qué pensar: "Si llueve, las calles se mojan. Y si llueve, iremos a la playa. Llueve, por lo que podemos deducir que iremos a la playa. Entonces ¿me llevo el paraguas para ir al Carrefour?". Su vida es una constante lucha entre la realidad y el deseo, entre la búsqueda y la insatisfacción. Ser o no ser. Cervantes o Jorge Javier Vázquez, esa es la cuestión.

Ante tales disyuntivas decide poner el programa de Ana Rosa y coger un libro de la estantería. Elige Verdad y método. Inmerso en el fenómeno de la comprensión y de la correcta interpretación de lo comprendido, nuestro joven filósofo se encuentra a sí mismo. Las referencias del libro le conducen a otros textos. Disfruta como un niño columpiándose entre Heidegger y Aristóteles, meciéndose entre Kepler y Kierkegaard.

Pero el tiempo mata. Llega la hora de ir al trabajo. Se olvida de comer y se afeita rápido. Sube al coche, sintoniza la emisora del apocalipsis y, entre las exaltadas consignas de Federico Jiménez Losantos, se prepara para la guerra. En su mente resuena La cabalgata de las Valkirias cuando llega al aparcamiento del Carrefour.

-Mira, chaval, la vida es dura. Tendrás que comer mucha mierda para llegar a ser alguien. Yo a tu edad ya era el jefe de los reponedores y, ahora, como encargado de zona de la sección de los congelados, puedo darte lecciones sobre la vida. Anda, ponte a descargar los palés, que yo mientras voy limpiando el vómito del crío que la ha echado en el pasillo de los langostinos.

Cuando sale del Carrefour ya está de noche. Nota como su espíritu va muriendo poco a poco. Al salir del aparcamiento, un Seat León tuneado lo embiste y lo saca violentamente de la carretera. La colisión lo deja semiinconsciente. ¡Mierda! Ese mismo día le caducaba el seguro del coche. Piensa entonces en la muerte, en el ser y en el tiempo. Y así, pensando, pensando, nuestro joven filósofo cae en la cuenta de que la solución al problema de la computación cuántica no es otra que la combinación de los algoritmos de Shor y Gover. ¿Quién iba a decir que una idea tan obvia revolucionaría la sociedad de la información y generaría tantos billones de beneficios?

Sobra decir que ese fue su último día en el Carrefour.