Discursos distintos para tiempos y situaciones diversas. Los dos reyes españoles posteriores a la Guerra Civil han tenido que acomodar sus palabras a las circunstancias muy diferentes en las que han alcanzado el trono. Juan Carlos I fue proclamado ante unas Cortes franquistas el 22 de noviembre de 1975 y era cuestionado por la oposición al régimen. Por ambas razones el entonces joven monarca tuvo que defender la legitimidad de su cargo apelando a distintos orígenes: "La tradición histórica, las leyes fundamentales del Reino y el mandato legítimo de los españoles". En definitiva, referencias a una dinastía que sumaba casi tres siglos en el trono y, al tiempo, a las leyes de la dictadura que le habían permitido recuperar la Corona perdida por Alfonso XIII en 1931.

Felipe VI ha llegado al trono avalado por una Constitución democrática, la de 1978, pero en medio de un rebrote del debate entre monarquía o república abierto por la abdicación de su padre y por los escándalos que han afectado a la institución en los últimos años del longevo reinado recién finiquitado. Por eso aludió a su legitimidad histórica -"Príncipe de Asturias, de Viana y de Girona"-, pero sobre todo a la condición de Rey constitucional "que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema desde hace ya más de 35 años". Quizás consciente de que el último Borbón que perdió la Corona había transgredido la Carta Magna al ponerse en manos de la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera, se comprometió a "atenerse al ejercicio de las funciones que constitucionalmente le han sido encomendadas".

La cuestión militar

Desde el punto de vista simbólico resulta significativo que en el acto de proclamación de Juan Carlos I, se contaba una decena de militares en la tribuna de las Cortes. Sin embargo, ayer solo había un uniformado. En 1975 se habló de las Fuerzas Armadas como "ejemplo de patriotismo y disciplina". En 2014, la cuestión militar está fuera de las agendas y de las alocuciones.

El Rey entrante hace casi 39 años pronunció un discurso muy personal en el que no intervino el Gobierno. Algo inusual en las monarquías modernas europeas, en las que el jefe del Estado no transmite mensajes particulares sino los de la mayoría gobernante. Hoy, con un Ejecutivo elegido en las urnas, resultaría impensable que Felipe VI no hubiera consultado las ideas que ha transmitido. Quizás esta sea una de las razones por las que ayer se pasó de puntillas sobre la crisis económica.

Hace 39 años, la sociedad española se encontraba inmersa en una grave depresión económica propiciada por la crisis del petróleo de 1973. El país mantenía elevados niveles de autarquía en su economía y eludió afrontar los ajustes que se acometieron en el resto del continente. Juan Carlos I aludió al desempleo: "Hoy queremos proclamar que no queremos ni un español sin trabajo, ni un trabajo que no permita a quien lo ejerce mantener con dignidad su vida personal y familiar".

Felipe VI se estrena en medio de la mayor crisis económica conocida desde 1929, pero su mensaje fue escueto e incluso menos concreto que el de su padre: "Tenemos el deber moral de trabajar para revertir esta situación [de crisis] y el deber ciudadano de ofrecer protección a las personas y a las familias más vulnerables". Palabras como paro o desempleo, comunes en las conversaciones diarias de los españoles, estuvieron ausentes del discurso.

Juan Carlos tuvo que medir sus palabras cuando el dictador estaba aún de cuerpo presente. Democracia era una referencia tabú en 1975, por eso sus alusiones al camino hacia una monarquía constitucional que emprendió había que leerlas igual que se hacía con los periódicos de la época: entre líneas. "Nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional", "el Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura", "el principio de libertad religiosa es un elemento esencial para la armoniosa convivencia de nuestra sociedad", "una sociedad moderna requiere la participación de todos en los foros de decisión"... fueron algunas de las frases que los hermeneutas de hace 40 años entendieron como una decidida opción por acercarnos a las democracias de Europa occidental.

El nuevo Rey ha podido hablar de "Constitución" y de "democracia". Incluso de la contrucción de una "Europa fuerte", un continente en el que Franco y el franquismo solo veían la encarnación de todos los males de Occidente.

Ya antes de que se aprobara la Constitución de 1978, un país fuertemente centralizado como la España franquista abrió un proceso autonómico que Juan Carlos I había enunciado sutilmente en su discurso: "Un orden justo, igual para todos, permite reconocer dentro de la unidad del Reino y del Estado, las peculiaridades regionales como expresión de la diversidad de pueblos que constituyen la sagrada realidad de España". No fue la parte más aplaudida del discurso de Juan Carlos I. Las alusiones a las otras lenguas de España que deben ser objeto "de especial respeto y protección", tampoco despertaron ayer el entusiasmo de las Cortes. No podía ser de otra forma, cuando detrás de Felipe se veía a Francisco Pérez e los Cobos, presidente del Constitucional, que dejó escrito "no hay en Cataluña acto político que se precie sin una o varias manifestaciones de onanismo".

De los obispos a las diputadas

En las Cortes de 1975, las notas de color las ponían los obispos que eran procuradores. Por eso hubo hasta tres alusiones a Dios o la religión. Ayer el color lo ponían los vestidos de diputadas y senadoras. Por eso no se habló de divinidad ni hay misas. En 1975 se habló de Gibraltar, aunque sin citar directamente la colonia. Ayer hubo referencias al medio ambiente, a las nuevas tecnologías y a la investigación... Palabras propias de los nuevos tiempos.