Entre Letras

Las tres heridas

El poeta oriolano Miguel Hernández

El poeta oriolano Miguel Hernández

Francisco Javier Díez de Revenga

La actualidad y vigencia de Miguel Hernández es indiscutible y buena prueba de ello son las nuevas ediciones de su poesía que aparecen sin cesar. En este caso se trata de una Antología poética destinada a jóvenes estudiantes que acaba de publicar la veterana editorial Anaya en su colección de ‘Clásicos Hispánicos’. Una excelente edición, ilustrada con acierto por Helena Pérez, que ha estado a cargo del profesor Antonio A. Gómez Yebra (Almoharín, Cáceres, 1950), catedrático de Literatura Española en la Universidad de Málaga, autor de más de un centenar de libros de creación para niños y jóvenes y auténtico experto en la compleja labor de hacer llegar los clásicos y los modernos a los estudiantes, que deberían conocerlos si los planes educativos oficiales lo permitieran.

Con tal propósito didáctico, el volumen lo ha organizado Gómez Yebra partiendo de una detenida biografía del poeta de Orihuela, en la que ha puesto de relieve las cualidades más admiradas de su personalidad: la formación autodidacta y la lucha constante por abrirse camino en el panorama de la poesía de su tiempo, en el que estaban triunfando plenamente los discípulos de Juan Ramón Jiménez, los poetas del 27, desde Jorge Guillén a Federico García Lorca, a su vez maestros directos del primer Hernández. En su formación, el joven poeta realizó además una lectura muy atenta de los clásicos, desde San Juan de la Cruz a Lope de Vega, Calderón de la Barca y, por supuesto, a don Luis de Góngora, tan lúcidamente recuperado por sus maestros a partir de su centenario en 1927.

Por eso Perito en lunas, el primer libro de Miguel, publicado en Murcia en 1933, es un tributo al gongorismo, pero es mucho más: es la voz de un poeta joven que, con una imaginación superlativa, sabe captar las pasiones de la vida, la naturaleza y el amor, ese amor que dominará plenamente en su segundo libro, El rayo que no cesa, de 1936, donde, junto a la pasión erótica, surgirá la muerte como protagonista del poema más celebrado de Hernández, la elegía dedicada a su amigo Ramón Sijé, que Ortega y Gasset dio a conocer en la Revista de Occidente y que mereció el aplauso decisivo de Juan Ramón Jiménez, cuando 1936 iniciaba su andadura de año horrible. Y las tres heridas, la del amor, la de la vida y la de la muerte, ya dominaban su apasionada poesía.

Todo lo revela con detalle Gómez Yebra en su estudio preliminar y en las notas a cada uno de los poemas escogidos, que quedan explicados nítidamente. Y junto a las tres heridas, ahora, a partir de julio del ‘36, la de la guerra, vivida desde el ardor del joven combatiente, cuya existencia seguirá adelante hasta convertirse bien pronto en el esposo soldado, protagonista de uno de los poemas más emotivos suyos, pero también para proclamarse poeta del pueblo en lucha. Viento del pueblo y El hombre acecha serán sus libros de la contienda mientras sigue trabajando en sus proyectos teatrales, desde el auto sacramental a los dramas rurales y sociales con la esperanzada ilusión de lograr en el futuro la confirmación de su calidad de escritor, apenas desarrollada en la breve década (1931-1941) en la que trascurrió su juvenil trayectoria literaria

Uno de los grandes aciertos de este libro como proyecto educativo, lo constituyen los capítulos que Gómez Yebra dedica a la explicación detallada de todos y cada uno de los libros, en un análisis de la obra que revela los secretos de la poesía hernandiana, que habría de culminar en la etapa de la ausencia y de la cárcel de su Cancionero y romancero de ausencias, uno de los libros más emotivos de toda la poesía española del siglo XX. Una serie de actividades didácticas completan el volumen en el que se confirma ante los más jóvenes la significación de Miguel Hernández, «un hombre sencillo, honrado, trabajador, constante, desprendido, amante de los libros, fiel a su convencimientos líricos y políticos». Pero ha sido el futuro el que «ha ido agrandando su figura y le ha otorgado un puesto de primerísima fila entre los escritores españoles de la denominada ‘Edad de Plata’, a la que se incorpora con letras de oro».

Iniciativas como esta de Gómez Yebra han de contribuir a mostrar a los estudiantes más jóvenes las cualidades inmensas del poeta de Orihuela, que ya reconocieron sus contemporáneos y que la posteridad ha confirmado con creces, tanto desde el punto de vista literario y cultural, pero también social e institucional, como imagen permanente de poeta necesario, como lo denominó el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, su compañero de cárcel.

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