Historia, patrimonio y leyenda

San Ginés de la Jara y su monasterio olvidado

Una de las ermitas del monte Miral

Una de las ermitas del monte Miral / Ilustración de Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Se ha escrito mucho de ello, pero sigue siendo una historia desconocida, llena de misterios y apasionante. Pocos sitios hay en el Mediterráneo con tanta importancia histórica, cultural, religiosa y patrimonial como el monasterio medieval de San Ginés de la Jara, al pie del Monte Miral, con sus antiquísimas ermitas y, además, con la monumental Cueva Victoria que tiene restos óseos de homínidos y animales de gran porte, de hace más de un millón de años. Estamos hablando de un enclave que atrajo por sus riquezas naturales y espirituales a muchas civilizaciones: desde los hombres primitivos a los íberos, los romanos, los árabes, los primeros cristianos, los ermitaños, los monjes de varias congregaciones, los señores de la que llaman Reconquista, las familias poderosas de los siglos XIX y XX y hasta los más grandes proyectos especulativos urbanísticos de nuestros días.

El de Ginés es un nombre muy común en el Campo de Cartagena y en toda la Región de Murcia, y cada 25 de agosto se nos viene a la memoria aquel hombre santo que cuentan que desembarcó, hace muchos siglos, en Cabo de Palos y se estableció en este rincón donde abunda la hermosa flor de la jara cartagenera, junto al monte Miral, entre el Mar Menor y la Sierra Minera, un lugar privilegiado, como un oasis de palmeras y frutales, que siempre tuvo tanta agua que llegó a mover las piedras del molino del convento.

Desde tiempos antiguos se han escrito libros y se han contado leyendas que narran la vida y milagros de quien llegó a ser Patrón de Cartagena y tuvo un monasterio, conocido en toda la cristiandad, que atrajo peregrinaciones en los mismos días que comenzaban las otras del Camino de Santiago, un afamado convento que se fue creciendo en devoción y en riqueza, que tuvo momentos de esplendor, que había sido primero una gran torre defensiva árabe a la que se añadió un morabito y que luego albergó a la orden de los agustinos y después a los franciscanos.

Convivencia de Culturas

En la actualidad, el monasterio y el entorno del también llamado Cabezo de San Ginés apenas son la punta del iceberg de todo lo que aún queda por investigar, descubrir y excavar en la zona. Allí estuvieron los romanos y los iberos: quedan restos de construcciones, del trabajo de minería y, debajo de unos grandes muros que han aparecido enterrados bajo el monasterio, los restos de una villa romana, probablemente de la familia C. Numisius, un apellido principal entre los habitantes de Carthagonova.

Algunos investigadores hablan de un culto cristiano muy antiguo, entre los siglos III y VIII. Lo que está demostrado por documentos antiguos es que hubo una época en que los árabes veneraban el lugar al mismo tiempo que lo hacían los cristianos, unos por devoción a un santón musulmán y los otros a un San Ginés sobre el que la historia no aclara su procedencia. Hay quien dice que se trata del sobrino de Carlomagno, el propio de Arlés, y otros que se trata de un peregrino que iba a Santiago, pero cuyo barco naufragó en Cabo de Palos. En todo caso, no deja de ser hermosa esa historia comprobada del respeto entre las dos religiones, en un momento de tolerancia que hoy añoramos, cuando venían en peregrinación y romería a estos santos lugares, tanto los unos como los otros.

Patrón de Cartagena y de los viticultores

El monasterio está situado justo al final de la vereda de la Mesta, era el punto final de aquel recorrido de los ganados que venían del Norte. En torno al convento se realizaba la Feria de Cartagena y todo el mundo de la comarca acudía a comprar o intercambiar productos. Este intercambio era económico, pero también cultural. Los pastores traían sus historias, sus versos y su folclore del norte y se llevaban los de la zona. No es de extrañar que la patrona del pueblo vecino de El Algar sea, precisamente, la Virgen de los Llanos.

Se sabe que desde Cartagena, en aquellos siglos, se organizaban procesiones y rogativas hacia el monasterio en ocasiones de epidemias y sequías. Fue en 1677, con ocasión de una epidemia que afectaba a los niños, que la ciudad constató que no tenía patrón al que pedir los milagros de la sanación, así que se pusieron unos nombres de santos en una bolsa y un niño sacó el de San Ginés. Nuestro santo también es patrón de otras muchas localidades españolas, casi siempre relacionadas con la vendimia, como Sabiote, Purchena o Villanueva del Fresno.

La Desamortización, la finca, los tesoros y la ruina

La historia y la literatura ha escrito apasionantes páginas de la belleza del monasterio, de sus frutales y sus jardines, de sus afamadas naranjas que hoy podrían tener su denominación de origen. Yo me lo imagino en sus momentos de esplendor, con sus patios, su claustro, retablos, la biblioteca, sus documentos, sus imágenes, lienzos… Todo aquello se perdió, se vendió o quién sabe donde llegó a parar. Hace poco, se recuperó la campana de la torre, y hay quien dice que la maravillosa talla de San Ginés sigue estando en manos de la última familia propietaria.

Todo viene del siglo XIX, cuando la Desamortización de Mendizábal enajenó los bienes de la Iglesia y el monasterio fue a parar, cómo no, a familias poderosas de nuestra Región. Aquello se convirtió en casa de recreo, finca agrícola, monumento abandonado y expoliado y hasta moneda de cambio para hacer una macro urbanización en su entorno.

Desde Antonio Oliver Belmás a la Asociación de Amigos del monumento, son infinitas las personas y colectivos que llevan un siglo clamando por la restauración en condiciones, la puesta en valor y la apertura del convento, las ermitas y la Cueva Victoria en lo que sería un parque cultural único en el mundo.

Las voces del monasterio

Usando el título de la próxima novela de Giulia Conte, no hay que olvidar que este lugar siempre ha desprendido un gran magnetismo, unas especiales vibraciones y una indudable atracción casi mágica. Hay quienes hablan de que allí se escuchan voces, que bajo el suelo hay pasadizos secretos, túneles para huir de los ataques de los piratas, estancias secretas que fueron usadas por la Inquisición y hasta tesoros aún no descubiertos. Pero, a veces, los tesoros los tenemos delante de nuestros ojos y no somos capaces de verlos. El monasterio de San Ginés de la Jara podría ser nuestra gallina de los huevos de oro para la cultura y el turismo. Sueño con ese día en que abra sus puertas y nos quedemos boquiabiertos ante su belleza, como nos describen Ginés Campillo de Bayle en Gustos y Disgustos del Lentiscar de Cartagena y Francisco Cascales en sus Discursos: un verdadero paraíso (perdido).