Viajes a ninguna parte

Carreteras del infierno

Cuando estas líneas vean la luz, estaré de vuelta en la carretera a más de 120 kilómetros por hora, soñando que viajo dentro de alguna película.

Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)

Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)

He conducido cerca de 3.000 kilómetros en los últimos días. Si echo la vista atrás me encuentro, a escasos metros del salpicadero, con las cumbres nevadas de los Alpes, la campiña francesa tan apacible como un cuadro de Van Gogh, el mar azul de Grace Kelly, los Pirineos y, finalmente, las aldeas del País Vasco desde donde escribo estas líneas. En una de esas estaciones de servicio en las que para hasta el mismísimo diablo descubrí, en un puesto desordenado de libros, un volumen dedicado a los principales coches que han ido apareciendo en la historia del cine y que, a pesar de mis escasos conocimientos de francés, estoy devorando durante estas breves vacaciones. Comienza el libro deteniéndose en aquellos actores apasionados del volante. Por allí circula, a toda velocidad, Steve McQueen, un auténtico loco de las carreras. Su pasión por las cuatro ruedas también puede apreciarse en su filmografía. De todas las veces que condujo para la gran pantalla, yo me quedo con las persecuciones de La huida. Creo que Sam Peckinpah supo dotar a la película de esa adrenalina tan exclusiva de los robos a punta de pistola y McQueen, con su rostro de canalla de alta gama, ofreció un contraplano perfecto. Esa tensión solo la he vuelto a ver en Drive con un Ryan Gosling de hielo convertido en chófer de peligrosos delincuentes en los lugares más sucios de Los Ángeles. Si mi vida dependiese de un trayecto en coche por el infierno no dudaría en ponerme en sus manos.

El siguiente en rodar por las páginas del libro es James Dean. Uno no termina nunca de sentirse cómodo hablando de estos asuntos cuando esta estrella fugaz anda de por medio. Como sabrán, con tan solo 24 años murió en accidente de tráfico en uno de los episodios más oscuros de lo que llevamos de Hollywood. Yo no soy un apasionado de sus interpretaciones. Me parece, casi siempre, pasado de revoluciones, pero se muestra tremendamente enigmático en Rebelde sin causa. Hay una especie de premonición en ese joven atormentado que conduce su Mercury rojo en la noche americana, como si toda una generación viajase en su mirada. Esa misma sensación de fatalismo, de caer empicado hacia el abismo, ya la había filmado el propio Nicholas Ray en Los amantes de la noche, una obra pequeña y hermosa, y, a menudo, olvidada dentro de su imponente carrera.

Algo más adelante me encuentro con un capítulo titulado Gentlemen Drivers dedicado casi exclusivamente a esa relación de amor que James Bond ha establecido con Aston Martin a lo largo de más de seis décadas de martinis, de chicas explosivas y de un servicio incondicional a su majestad, la reina de Inglaterra. Es difícil señalar un solo Aston Martin, su inconfundible estilo británico los hace únicos en el mercado cinematográfico. Sin embargo, a la hora de elegir un rostro reflejado en el retrovisor, mis pensamientos vuelan hacia Sean Connery. Nadie ha conducido una máquina en apuros con tanta elegancia como él en sus luchas a vida o muerte contra el Doctor No o Goldfinger.

Otro de esos personajes que se han repetido a lo largo del tiempo y que han poblado la pantalla de automóviles nunca vistos es Batman. Uno de los momentos clave en cada entrega del popular héroe de DC Comics, sucede cuando aparece Lucius Fox, presidente de las empresas Wayne, y muestra su extenso catálogo de novedades armamentísticas. En ese escaso minuto, los espectadores asistimos a toda una demostración de las últimas tendencias en materia de defensa y podemos hacernos una idea de por dónde irán los derroteros del hombre murciélago. No falta, entre tanto juguetito, carros de combate perfectamente blindados, a prueba de cualquier villano que decida clavar sus garras sobre Gotham. Algo más tarde, cuando llega la noche y la acción alcanza su punto de ebullición, el batmovil atravesará los peores callejones de la ciudad en un espectáculo difícilmente comparable.

Gotham, Manhattan para los seres de carne y hueso, protagoniza otra importante reseña en mi divertimento veraniego. De entre sus tinieblas surge Travis Bickle con su inconfundible taxi amarillo recorriendo la isla y recogiendo a su paso a toda una colección de vampiros urbanos. No existe en el cine un retrato más exhaustivo sobre la soledad y sus consecuencias. Una parte muy importante de la esencia de Nueva York viaja en esa lata con ruedas. Si han paseado por sus calles de madrugada y han visto pasar un taxi por una de sus grandes avenidas sabrán de lo que les hablo.

Con todos estos ilustres conductores y muchos otros en los que no me detengo, siento que se han dejado en el taller de recambios a una flota muy importante. Si poso la mirada en Italia, no puedo olvidarme de aquel Lancia Aurelia dirigido por un temerario Vittorio Gassman. La escapada es una historia alocada sobre los calores del verano, divertida si quieren, pero tiene un cierre desolador y uno desea con todas sus fuerzas que ese itinerario en coche no se termine nunca. Sin bajarnos de la geografía italiana merece la pena colarnos por un instante en el asiento de atrás de la ‘macchina’ de Te querré siempre. De la mano de Rosselini y a través de Ingrid Bergman y George Sanders seremos testigos de cómo la vida transcurre ante la cámara, seguramente, como pocas veces en el cine. Y de esta manera, de un coche a otro, se me ha pasado mi semana de vacaciones a más de 120 kilómetros por hora. Mañana, cuando estas líneas vean la luz, estaré de vuelta en la carretera soñando que viajo dentro de alguna de las películas mencionadas mientras regreso a mi rutina turinesa.