Diario apócrifo: Sabino el puritano

Bernar Freiría

No es extraño que, a pesar del destierro, Abu Dabi sea la mejor opción para quedarme a vivir. Siempre he tenido una relación fraternal con las monarquías del Golfo. No puedo evitar recordar que mi primer barco fue un regalo del rey Fahd, q.e.p.d. Por cierto, cuando el barco ya estaba hecho un cascajo, los empresarios de Mallorca me compraron otro para sustituirlo. Fueron generosos, sin duda, pero también estaban encantados con la imagen de la Familia Real navegando por las costas de Mallorca.

Así se compraron casas en la isla muchas celebridades, como Michael Douglas y su espectacular mujer Katherine Zeta-Jones y otras. Así llegó un turismo que saneaba las cuentas de resultados de todos los que pagaron a escote el yate. ¡Pues no me hicieron devolverlo! Hay que joderse. Yo me llevé un disgusto, con lo que siempre me ha gustado el mar… pero ellos se lo llevaron doble, porque habían perdido la publicidad que daba a la isla el relumbrón de destino turístico de lujo.

Sabino, que era un puritano de tomo y lomo, fue uno de los que veían con malos ojos los obsequios que llegaban a La Zarzuela e hizo todo lo que estaba de su mano para ponerles freno. Eso es no entender nada del mundo moderno. En una ocasión me pasó una cosa curiosa. Asistía yo a la final de no sé qué torneo de tenis que ganó Nadal, un figura y un español de los pies a la cabeza, el bueno de Rafa. Al acabar el partido, vino a saludarme en la grada.

Llevaba en su muñeca un reloj de la misma marca que el mío, pero un modelo más caro. No me molestó, porque quiero bien al as del tenis. Pero él es un tipo que da raquetazos a una pelota y yo soy el rey de España. Me viene ahora este pensamiento porque Sabino me sugirió un día que donara mi colección de relojes a Patrimonio. Sí, hombre, para que cualquier peludo llevara en su muñeca un reloj de ochocientos mil euros y en la mía hubiera un Casio.