Entrevista | Antonio Saura Director de escena

Antonio Saura: mientras dure el viaje

En el almacén de la compañía teatral Alquibla.

En el almacén de la compañía teatral Alquibla. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Es muy difícil resumir en 715 palabras una conversación con Antonio Saura García, un grande de la cultura, un maestro y director de teatro, reconocido a nivel nacional, y una mente preclara, conciencia de toda una generación, con muchos kilómetros de carretera en las furgonetas de Alquibla y en su moto, su otra gran pasión. Cuando la amistad se mezcla con la admiración aún se me hace más gratificante la conversación y más dura la sinopsis.

Quedo con él en el almacén de esta reconocida compañía que ahora cumple 38 años de una trayectoria jalonada de muchísimos éxitos, algún escaso fracaso y, sobre todo, de mucho trabajo. La nave es una cápsula del tiempo y de la creatividad, llena de focos, vestuarios y decorados que darían para escribir un libro sobre el mejor teatro que se ha hecho en esta Región. Allí le hago una foto junto a la moto en la que él y Esperanza Clares se pierden cada domingo por esas carreteras que conducen a los manantiales de eterna juventud.

No sé si Antonio es un director que viaja en moto o un motero que hace teatro, también sé que le gusta bailar swing y hablar con su perro cuando lo saca a pasear, que le gusta buscar un rato para tomar un café y charlar con los amigos y que la conversación puede derivar hacia la posibilidad de la trascendencia, el fin de la vida o el legado que podamos dejar como recuerdo de nuestro paso por el planeta…

Luego, vamos al barrio en el que Alquibla tiene su Escuela de Teatro, me enseña las instalaciones y los salones que usan los distintos profesores de cada una de las disciplinas, todo un lujo para la ciudad. Allí, Antonio me cuenta sus inicios en el teatro, sus primeras obras, la fundación de Alquibla y, cómo no, su maridaje con su compañera, amor y socia, la otra mitad de su vida profesional y familiar, su Esperanza. Su hija Alba, les ha salido dramaturga, no era para menos.

Rockero, asiduo a los conciertos, «nunca me cortaré la coleta», fue batería de Yeso y disfrutó del Rock Imperium en Cartagena.

«Mi pasión teatral debe venirme del Teatro Sanbar, que estaba frente a mi casa. Me colaba por la de un vecino, saltaba y veía los ensayos. Yo sólo quería ser mayor para que me dejaran ir a las representaciones y subir al escenario. Con 12 años salí en Jesucristo Superstar, y ahí supe que me quería dedicar al teatro», dice Antonio con su voz potente y profunda, que le digo me recuerda a la de Constantino Romero: «La voz en el teatro es muy importante, te da carácter, fundamentalmente tiene que ser verosímil… La mía me ayuda a dirigir, me oyen bien y me creen», dice con tono jocoso.

Me cuenta que hizo la mili de marino en Cartagena y que fueron unos tiempos perdidos en los que uno engordaba y aprendía a fumarse algún porro, pero que donde se hizo un hombre fue estudiando Arte Dramático y fundando Alquibla. «He dedicado toda mi vida a este arte efímero del que no queda nada luego, pero que nos cambia la vida. No me gusta ver las grabaciones de mis obras, me gustan más las fotos, que conectan con mis recuerdos. Sólo nos queda la memoria, aunque las fotos tal vez también cambian el recuerdo», y añade: “»No es políticamente correcto que lo cuentes, pero reconozco que no soy muy cinéfilo, en cambio lo mío por el teatro es locura, sea verlo, leerlo, representarlo… sigo disfrutándolo como cuando era aquel niño que se asomaba a la tapia y soñaba».

Siempre ha sido un hombre progresista, que no progre, me dice. Me cuenta su etapa en las Juventudes Maoístas, «hasta que descubrí que el tal Mao había sido un gran asesino». Le preocupa que «no hay proyecto cultural en la Región, sino inercia. Urge un Plan Estratégico para la Cultura, que no dependa de quien gobierne, y necesitamos gestores que sepan lo que llevan entre manos». Me cita a Shakespeare en su Rey Lear: «Es un mal de este mundo que los locos guíen a los ciegos».

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