La Opinión de Murcia

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Rock Imperium

¡Ave, Rock Imperium!

Sodom, Black Label Society y Avantasia, nombres destacados de la jornada del viernes en el festival cartagenero

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Las imágenes del Rock Imperium (viernes) II

 Hacía nueve años y más de trescientos días que un gran festival de rock no se celebraba en la Región de Murcia. Aquel último acorde que sonó al viento en 2012, durante la última edición del Leyendas del Rock en Beniel, por fin ha tenido continuidad en nuestra comunidad con el feliz nacimiento del Rock Imperium cartagenero. Atrás, por supuesto, queda también el siempre añorado Lorca Rock, extinguido en 2009. Ellos abrieron el camino. Ahora, a rey muerto, rey puesto, así que: ¡Ave, Rock Imperium!

La organización del festival sabe de qué va esto. Su experiencia en otros festivales, y en giras de grupos de gran nivel los avalan. Por eso la apuesta ha sido firme, aún más tratándose de la edición de estreno. La bienvenida fue puntual. Como es habitual, la asistencia era escasa cuando Lándevir estrenaban el escenario Estrella de Levante. Su rock medieval mostró señas de bisoñez, pero exhibieron mayor empaque que en sus grabaciones. Bisoñez no es algo de lo que precisamente se les pueda achacar a Rhapsody Of Fire. Sólo queda el teclista Alex Staropoli de aquellos tiempos lejanos en los que compusieron su Sinfonía de la Tierras Encantadas, pero la filosofía de estos italianos es la misma. No hay grandilocuencia ni ampulosidad que se les resista. Lo importante es que saben cómo recrearla en directo, con la inestimable voz de Giacomo Voli como elemento de transmisión para que temas como I'll Be Your Hero o Chains of Destiny reluzcan. Con ellos el festival accedió al siguiente nivel.

Mientras tanto, la fiesta ya había comenzado en el menor de los escenarios, situado en el puerto, junto al auditorio El Batel, y bautizado como Heretic. Por allí ya habían despachado los metaleros tradicionales Turborider, que cedieron el testigo a sus paisanos cartageneros Injector. Ellos elevaron aún más la intensidad metálica del día con munición del calibre de Opressive Force o la más doom Into The Black. No son noveles, pero viéndolos es fácil recordar a los albaceteños Angelus Apatrida en sus primeros tiempos, y eso es todo un cumplido.

El recorrido que conecta el recinto principal y el escenario Heretic es mejorable, aunque me temo que de difícil solución. Por eso había que darse prisa y volver a paso firme a los grandes escenarios. En el Estrella de Levante estaban a punto de actuar los abuelos de grupos como Injector: los pioneros del thrash alemán, Sodom. Rápidos como una moto GP, pero pesados como un tráiler. Sodom irrumpieron escupiendo trallazos auto explicativos como Sodom And Gomorrah, Sodomized o su mítica Agent Orange. No era de noche y tampoco daban miedo. Pero atendiendo a su concierto se experimenta una extraña sensación de mala leche que sale por tus poros, en un sanísimo ejercicio catártico, solo apto para corazones de metal macizo. Son unas leyendas de culto y lo saben. Pero eso significa también comprometer jerarquía y la humildad de barrio propia del thrash. Tocaron el Iron Fist de Motorhead, dedicada a su admirado Lemmy Kilmister. Tipos duros, de corazón sensible. La ventaja de no haber debido nunca nada al postureo es que, tipos como estos, cuatro décadas después, pueden llevar su pelo cano largo hasta media espalda y seguir mirando a los ojos a sus fans, con plena honestidad.

El cantante de Bush, Gavin Rossdale, nunca fue un thrasher ni nada que se le parezca, pero su actitud noventera de outsider se puede aplicar de igual manera. Después de la andanada de Sodom no era fácil tomar el relevo. Fueron Bush los encargados de hacerlo. Abrieron con la corrosiva The Kingdom de su álbum más reciente, para no dejar lugar a la duda sobre sus capacidades, fue un potente acierto, pero algo en el ambiente susurraba una duda, y Rossdale la despejaba hablando en español: "Es un poco extraño estar aquí, pero gracias por venir". Él sabía que el cartel del festival no era el hábitat natural para un grupo post-grunge como ellos. Rossdale lo dio todo, por él que no quedase, aunque la atención hacia ellos se fue desvaneciendo con el transcurso de su concierto, a pesar de interpretaciones como la de Blood River.

Tantas veces lo gótico entra en territorio de penumbra, que en ocasiones su estética se convierte en un juego de terror. Así ha sido la evolución de Lacuna Coil, ahora un combo de metal moderno, con ese deje gótico pero no menos industrial. Así se presentaron en el Rock Imperium. Ataviados con negras capuchas Andrea Ferro y Cristina Scabbia, y pintados de blanco mortuorio el resto del grupo. Su última actuación murciana, en la sala Garaje Beat Club, hace unos años, dejó la sombra de la duda. En esta ocasión no hubo incertidumbre posible. Salieron a por todas demostrando que los escenarios grandes no tienen secretos para ellos, y sobre todo para ella, la Scabbia, que sabe meterse al público en el bolsillo con su desparpajo natural. Ella no es rubia como Daenerys Targaryen, pero es la reina de los dragones, por su capacidad para amaestrar la voz gutural de Andrea, y por su habilidad para cantar frente a la tormenta, para dar el contrapunto. Las canciones de su último Black Anima fueron las principales, pero aún asomó el lejano y distinto Heaven's A Lie, sabedores de que sigue siendo su canción más tarareable.

Nuevo viaje al escenario Heretic. Había que estar allí a eso de las seis y media. Muchos lo sabían y acudieron a la cita. The Vintage Caravan habían levantado ciertas expectativas. Aún no habían empezado. A primer golpe de vista resaltaba la presencia de un kit de batería de escasos elementos y de una guitarra fender telecaster vieja y apaleada. Las herramientas perfectas para recrear universos setenteros. Esa vetusta guitarra lleva en este mundo mucho más que los integrantes de The Vintage Caravan. ¿Juvenil es un adjetivo positivo? No necesariamente, pero en el caso del trío islandés lo es. Su energía es apabullante y contagiosa. Su manera de disfrutar sobre las tablas, extraordinaria. A su corta edad, y después de haber tocado en todas partes, son ya "animales de escenario". Sin titubeos, Reflections te golpeaba en el pecho y Crystallized y su blues paquidérmico te dejaban sin aliento. Después, Can’t Get You Off My Mind terminó de cautivar al más pintado. Un grupo para verlo ahora que están en su punto de ebullición. Si tocan cerca de tu casa, no te los pierdas.

Para entonces, en el escenario Imperium ya habían iniciado su aquelarre Avatar. Los diabólicos payasos grotescos impresionan. Su coreografía no ofrece dobleces, con sus uniformes rojinegros marcando un punto marcial. Riffs aplastantes y cabezas en movimiento circular. Carácter casi tribal bien ejecutado, aunque la voz de Johannes Eckerström se diluía en las partes más melódicas de canciones como A Statue Of The King, mostrando ciertas debilidades.

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Las imágenes del Rock Imperium (viernes) I Álvaro Salazar

Debilidad es una palabra que no está en el diccionario de Amorphis desde hace mucho tiempo. Sobre todo tras la llegada de Tomi Joutsen. Su imagen de tipo duro contrasta con su forma de hablar amable y la sensación de que lo que canta es verdad, ya sea en su versión más aguerrida, o en la más sensible. La banda finesa preparó un repertorio apto para todos los públicos (dentro de lo que cabe), dando prioridad a muchas canciones en las que las voces guturales no tienen presencia total. La cosa funcionó. Sus historias de leyendas misteriosas venidas del frío encontraron la respuesta del público. Se beneficiaron de un sonido, que ya a esas alturas, no ofrecía ninguna duda en cuanto a nitidez y potencia. Por eso canciones como Death Of A King eclosionaron en todo su esplendor. Los teclados de Santeri Kallio asumían especial protagonismo, añadiendo un punto dramático, ya sea con sonoridades a órgano Hammond o haciendo las veces de gaita en Black Winter Day. Su death melódico de ribetes progresivos funcionó. Unos de los triunfadores del día.

Amorphis estaban terminando. En el escenario contiguo, Zakk Wylde velaba armas. Afilaba su guitarra y sacaba brillo a su pie de micro tuneado a base de calaveras y crucifijos. Lo de Black Label Society es como una religión. El clérigo Wylde hace de sacerdote , y todos los demás hacemos reverencias. Aprendió del mejor hechicero, Ozzy Osbourne, y lo pone de manifiesto desde el primer acorde de Bleed For Me. Su voz es deudora del mítico cantante de Black Sabbath, y sus canciones sónicamente aplastantes, pero hay que decir que el público no terminaba de interactuar durante los temas. Es lo que tienen las composiciones de Zakk, que nunca ha terminado de escribir un corte completamente redondo. A cambio, su presencia escénica es una de las imágenes del heavy metal, así de simple. Barba a medio pecho, largos cabellos al vientos, brazos fornidos y piernas arqueadas bajo una falda escocesa, mientras se balancea de lado a lado guitarra en mano sobre una tarima que hace de pedestal. Espectacular el duelo, tocando de espaldas, con su segundo guitarrista. El espectáculo no se le puede negar.

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Rock Imperium Festival viernes tarde Iván J. Urquízar

El cabeza de cartel de la primera velada del Rock Imperium se disponía a asomar por el escenario Estrella de Levante. Avantasia ¿o habría que decir Avantasia 'El musical'?. Tobias Sammet así lo ha planteado y así le va, saboreando las mieles del éxito con pocos paliativos. Avantasia no es exactamente una banda, y nunca lo pretendió ser. Tiene más que ver con los grandes espectáculos de tributo a los clásicos del rock que pululan por los teatros de todo el mundo. Si eso te gusta, bien: has llegado al lugar adecuado. Porque Sammet ha diseñado su show en base a todas esas premisas de grandilocuencia y, sobre todo, a su carácter eminentemente coral. El resultado es un ejercicio de estilos (en plural), que cambian según las propiedades de cada uno de los cantantes que desfilan por el cuidado escenario. Hay pasarelas, varias alturas y vídeo-proyecciones para darle a todo un toque más conceptual. El repertorio se iniciaba con Twisted Mind y su propuesta bastante elegante. Enseguida fueron apareciendo la escudería de vocalistas: Ralph Scheepers marcando la pauta más heavy; Jorn Lande y Ronnie Atkins también, pero con su giro hacia el hard rock; Eric Martin trajo la accesibilidad; y Bob Catley su impronta honorable y melódica. El fin de fiesta se producía con Sign Of The Cross, con todos ellos sobre el escenario en su particular jam opera metal. Todo correcto. Todo perfecto, aunque algunos echamos de menos la continuidad de una línea argumental artística, cosa que Avantasia ni posee... ni quiere.

Al finalizar Avantasia, la desbandada fue generalizada. Supongo que no tantos saben quiénes son Leprous, y no demasiados comulgan con su credo. Es normal. Estos noruegos no destacan por escribir canciones inmediatas, más bien todo lo contrario. Y más en los últimos tiempos, en los que se han lanzado desacomplejadamente hacia lo aún más vanguardista. Han bajado el pulso, aunque la intensidad permanezca intacta. Einar Solberg es el jefe. Siempre lo ha sido, pero ahora quizás más. Casi ha abandonado los teclados sobre el escenario. Los toca de vez en cuando, pero también permite que lo hagan sus compañeros guitarristas y, sobre todo, lo deja en manos de las pregrabaciones. La imagen de Solberg tras las teclas pataleando rítmicamente sobre el escenario ya no está. Ahora prefiere pasearse micrófono en mano, sin demasiada presencia escénica, pero exhibiendo, eso sí, su única y espectacular voz; cantando canciones, sobre todo, pertenecientes a sus dos últimos discos, los más etéreos de su carrera. Todavía hay lugar para The Cloak y para los ritmos entrecortados de The Price, pero no son esos los temas que hoy en día definen a Leprous. La despedida con Slave fue impecable, como todo en ellos, con mención especial para el tremendo batería Baard Kolstad, seguro que uno de los mejores de todo el festival. Impecables, pero cuidado con no desvanecerse en lo demasiado etéreo.

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