En su rincón

Torregar: el arte, fugacidad y resistencia

Torregar en su estudio de Ceutí.

Torregar en su estudio de Ceutí. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

Conocí a José Antonio Torregrosa (Torregar) cuando aún era un chaval que estudiaba Bellas Artes. Lo vi en un concurso de pintura rápida en el entorno de El Pasico, en Torre Pacheco, acompañado de su padre, que en aquellos tiempos le hacía de chófer, representante, apoyo y animador. Enseguida me sorprendió la destreza y solvencia con la que se estaba enfrentando al molino de viento y a unas chumberas. «Este zagal llegará lejos», le dije a su padre, que sonreía con orgullo y me contaba que su hijo pintaba desde niño y que ya había hecho una primera exposición, con 40 obras, a los 10 años. Un niño prodigio, sin duda, que luego no ha defraudado, con una importante trayectoria nacional e internacional jalonada de éxitos, premios, e importantes exposiciones. Hace poco fue en la Universidad de Murcia, hace un tiempo clausuró en el Museo del Cristo de la Sangre y estos días ha inaugurado en Lituania, actual Ciudad Europea de la Cultura. 

Quedo con Torregar en un estudio y almacén que tiene en el polígono industrial de su pueblo, Ceutí. Hacía mucho tiempo que yo no había vuelto y he de reconocer que es una gozada observar su amplitud y perfecto orden, así como la desbordante cantidad de obras de diversas técnicas y de todas sus épocas, tanto de pequeño y mediano como de gran formato. En los últimos años, además de su gran pasión por la pintura en lienzo, madera o papel, va realizando series de esculturas e instalaciones, investigando nuevos materiales con su creatividad siempre desbordante. Últimamente he participado con él en algunos proyectos expositivos y siempre me he rendido a la calidad y profundidad de sus propuestas en torno a la vida y la muerte, o al paso del tiempo, la decrepitud de la vejez, los experimentos genéticos, la clonación, el fuego, el mar… siempre con maestría, gran dominio del dibujo, del color, de las texturas y de los encuadres. Sus obras navegan entre la abstracción y el hiperrealismo, como entre el colorismo y la sobriedad monocromática y del blanco y negro.

Su producción es numerosa porque Torregar es un trabajador incansable, por eso, pese a que cada día vende más, sobre todo en otros países, le digo que con tantas obras podría organizar muchas exposiciones a la vez en distintos lugares. Sentados en sendos sillones, la agradable conversación nos lleva desde sus inicios a sus últimas muestras, sus próximos proyectos en torno a la idea de máscara y sobre su experiencia docente. «Siempre tuve claro que quería ser pintor, aunque también cultivé la fotografía, con la que llegué a ganar premios en certámenes nacionales» y añade: «Me gusta el arte expandido, la pintura que rompe con el concepto de marco, la pintura que se mezcla con la escultura y con la instalación». 

Es profesor asociado de la Facultad de Bellas Artes de Murcia y me confiesa que le lleva mucho tiempo preparar las clases, que a veces el temario es como un corsé que constriñe demasiado y que no puede profundizar en algunos temas como quisiera. «La actual generación de estudiantes está un poco perdida en estos tiempos tan complicados que corren. El arte nos debe ayudar a mantenernos vivos y no perder la esperanza. No sé cuántos de mis alumnos resistirán. Cuando yo ingresé en la Facultad de Valencia ya había hecho 15 exposiciones individuales, a veces me gustaría encontrar esta pasión en ellos, pero el trabajo y el sacrificio no son valores en alza en la actualidad. La docencia es complicada y no es tan romántica como nos imaginábamos cuando vimos El Club de los Poetas Muertos, ni siquiera la enseñanza artística es más fácil, pero reconozco que a mí me ha ayudado a salir fuera, a no encerrarme en mi estudio. La pintura es un espacio de resistencia, hay que seguir luchando por ella, contra quienes dicen que la pintura ha muerto, que el arte no es útil y que no hay salida», y me cuenta que el primer día de clase les habla a sus alumnos de tantísimos grandes artistas que no estudiaron Bellas Artes, que el título no es lo más importante, que hace falta mucho más y que las oportunidades no vienen, sino que «hay que buscarlas con trabajo, tesón y responsabilidad. Se puede entender el fracaso, pero no que no se intente. La desidia es el peor mal del mundo».

Una de sus pasiones es viajar, conocer culturas, ciudades y museos, andar por la montaña y bucear. Si tiene que elegir, le gustaría vivir en Venecia. Le propusieron trabajar allí cuando terminó su Erasmus en la ciudad italiana. También le gusta volver a menudo a París. «Pero cuando voy cada día a mi estudio, también es un viaje, una aventura. Aunque reconozco que soy muy estricto, responsable y muy metódico, nunca podría ser un funcionario del arte, vengo al taller con tensión, sin ideas preconcebidas. Nos venden la necesidad de coherencia, pero no hemos de caer en el auto plagio y la repetición. Prefiero la investigación constante y sentirme libre», y añade: «No soy masoquista ni soy tonto, no podría pasar hambre, es cierto, pero el dinero nunca ha sido una obsesión, yo vivo con poco y quiero estar a gusto conmigo mismo, sin traicionarme. No me gusta la incultura del aparentar, ni el utilizar el arte como postureo o vender prestigio».

Se nos va la mañana y terminamos hablando de la necesaria ley de mecenazgo, de que no se valora ni apoya suficientemente a los creadores, de ser profetas en tu tierra: «En lugar de molestarnos porque un colega triunfe, deberíamos unirnos, apoyarnos, sindicarnos contra la precariedad que padecemos los artistas. No me puedo quejar, pero mis últimas 17 ventas han sido fuera de España. Algo falla aquí».

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