Si ellos hablaran

No me pidas perdón a mí, pídeselo a tu perro

No me pidas perdón a mí, pídeselo a tu perro

No me pidas perdón a mí, pídeselo a tu perro

Raúl Mérida

Me llamó y me contó su historia: «Sucedió hace tiempo. Tenía que presentarme a unas oposiciones en Madrid. Me había pasado los meses anteriores estudiando. Solo salía para sacar a pasear a mi perro.

Estaba súper nervioso. Me estaba afectando mucho aquel examen. Los días pasaron y llegó la fecha de examen. Preparé todo para marcharme y entonces comencé a darle vueltas a qué iba a hacer con el perro. ¿Puedes creer que no se me había pasado por la cabeza hasta entonces? Pensé en dejarlo en una residencia, pero me di cuenta que materialmente ya no tenía tiempo para hacerlo. Entonces repasé mentalmente todas las personas que conocía y que quizá pudieran quedárselo temporalmente, pero no llamé a ninguna. Mi cabeza se bloqueó y el miedo y la ansiedad me invadieron.

No recuerdo nada de lo que pasó durante las horas siguientes, solo sé que a ratos estaba despierto y a ratos dormía. Finalmente, miré el reloj. El tren que tenía que coger salía en unas horas. Preparé una maleta, cogí los temarios y, junto a mi perro, me monté en el coche. Media hora más tarde estaba en la puerta de un albergue. Era de noche, serían las cinco de la mañana. Até mi perro a la puerta y, aunque lo oía ladrar, arranqué y me marché. Luego fui a la estación y cogí el tren.

Evidentemente, suspendí. No podía haber aprobado en ese estado. Lo curioso es que durante el trayecto, el examen, y todos los días hasta hoy, no he dejado de oír sus ladridos. Me persiguen vaya donde vaya. Viven en mi cabeza y ya no sé qué hacer para no escucharlos. He pensado que, quizá, pedirle perdón a usted, que escribe sobre ellos, podría ayudarme».

Tardé en contestarle. No sabía muy bien que decirle. Finalmente, le expliqué que existen dos tipos de arrepentimiento. El que se produce para evitar la consecuencia de una acción y el que se produce porque te duele de verdad haber cometido esa acción y le añadí: «En tu caso, no tengo claro qué te mueve a pedírmelo, pero da igual, porque, en realidad, yo tan solo soy una persona que intentar dar voz a los animales. No es a mí a quien debes pedírselo, es a tu perro. Él es el único que quizá pueda perdonarte».