Semana Santa

Martes Santo en Lorca: Encuentro encarnado a la luz de la luna

La Virgen de la Soledad, el Señor de la Penitencia y el Cristo de la Sangre se ‘abrazan’ en la Plaza de la Estrella

Un rostro lleno de lágrimas buscaba anoche entre la muchedumbre a su hijo. No había consuelo para la madre que con las manos juntas a la altura del pecho reclamaba poder volver a tenerlo a su lado. La Santísima Virgen de la Soledad abandonaba la iglesia de San Cristóbal cuando el sol ya se había escondido y el Barrio parecía ‘tomado’ por diminutas estrellas que comenzaban a llenar de luz las calles por las que la imagen de Sánchez Lozano iba en busca de su hijo. A hombros la portaban sus costaleras en una noche gélida. Meciéndola suavemente la llevaban al ‘encuentro’ en una Plaza de la Estrella nunca antes vista tan repleta de fieles que aguardaban desde bien temprano el encuentro de la madre con el hijo.

Nuestro Señor de la Penitencia, en su trono, por el atrio de San Cristóbal tras salir de su templo instantes antes.

Nuestro Señor de la Penitencia, en su trono, por el atrio de San Cristóbal tras salir de su templo instantes antes. / Pilar Wals

Tambores y cornetas se dejaban sentir desde el barrio vecino, el de San Diego. Allí pasaba el Santísimo Cristo de la Sangre sus últimas horas antes de regresar a casa. La tradición manda que son los mayores del Asilo de San Diego los que le velan mientras permanece en este lugar donde horas antes de su marcha le ofrecen una misa de despedida. La despedida se hace emotiva para los que no volverán a ver a la imagen hasta el próximo año.

La Virgen de la Soledad tras cruzar el umbral de su sede religiosa portada por sus costaleras.

La Virgen de la Soledad tras cruzar el umbral de su sede religiosa portada por sus costaleras. / Pilar Wals

Los costaleros lo portaban a hombros y emprendían el camino. A su paso, gritos y vítores desde balcones y ventanas. Y algunos pétalos que caían desde lo más alto en forma de lluvia. Con paso firme dirigían al trono al encuentro con la madre mientras se sucedían los relevos de costaleros que eran seguidos con admiración por los cientos de turistas que estos días llenan todos los rincones de la ciudad donde se suceden desfiles y procesiones.

Miles de ‘rabaleros’ y visitantes llenan la subida al Puente Viejo del Barrio en una noche gélida

El cornetín de mando anunciaba los cambios y el reinicio del desfile mientras el encuentro estaba cada vez más cerca. Y mientras Jesús se mostraba en la cruz en agonía, otro Jesús partía de la iglesia de San Cristóbal, Nuestro Señor Jesús de la Penitencia. Cristo en el momento de la flagelación, de pie, sin verdugos, con las manos atadas por las muñecas a una columna, sin apenas lograr sostenerse… espera lo que está por llegar. Por las calles desfila en silencio, buscando el consuelo, buscando el amor, buscando el cariño de su madre para hacer más llevadero el difícil trance que le espera.

Los tronos del Señor de la Penitencia y del Cristo de la Sangre desfilaron al unísono al encuentro de su Madre.

Los tronos del Señor de la Penitencia y del Cristo de la Sangre desfilaron al unísono al encuentro de su Madre. / Pilar Wals

A lo lejos, en la Plaza de la Estrella, una Plaza de la Estrella más ‘rabalera’ que nunca tras la remodelación que iluminaba el monumento de rojo encarnado, se adentraba la Virgen de la Soledad. Y frente a ella, su hijo atado a la columna y a su lado agonizando en la cruz. Los tambores se hacen uno y las cornetas y trompetas rezan mientras los tronos se acercan lo máximo posible para lograr el abrazo eterno de la madre con su hijo. En ese instante se desatan las pasiones y los gritos al Cristo de la Sangre se multiplican desde todos los balcones. Y el ‘encuentro’ encarnado se vive bajo la luz de una intensa luna mientras el Cristo de la Sangre mira hasta lo más alto y parece decir: «¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Y eleva la mirada implorante al cielo para invocar la intercesión divina mientras su madre no encuentra consuelo viendo la muerte de su hijo cada vez más cerca.