Opinión | Luces de la ciudad

Como las lentejas

Los consejos son una manera de retroalimentarnos y de aprender unos de otros

Ayer, tanteando las sandías expuestas en un supermercado, alguien a mi lado se dirigió a mí señalando una de ellas: «¡Compra esta!». Sin dudarlo obedecí, porque más que una sugerencia parecía una orden. Más tarde pude comprobar que la elección fue totalmente acertada. Sin embargo, ese alguien, a pesar del tono imperativo de su recomendación, en realidad tan solo me estaba dando uno de tantos y tantos consejos que, con una facilidad pasmosa, todos damos y recibimos al cabo del día. La mayoría de ellos intrascendentes como aconsejar un viaje, un restaurante, una serie…, pero no podemos evitarlo, nos gusta compartir nuestras experiencias. Somos así.

El problema, quizá, surja cuando los consejos elevan su nivel a cuestiones de mayor calado. Cuando nuestra opinión, siempre subjetiva, puede influir en el comportamiento de los demás. De entrada, mejor no darlos si no te los piden. La otra persona podría sentirse ofendida al entenderlo como una crítica, explica la psicóloga Mónica Manrique en uno de sus artículos, y añade que tampoco es bueno darlos, aunque te los pidan, porque en lugar de ayudar podríamos empeorar las cosas. «Con las mejores intenciones se obtienen, la mayoría de las veces, los peores efectos», resumía perfectamente Oscar Wilde.

El asunto es que, a pesar de todo, los damos: «Tienes que hacer esto», «te iría bien esto otro», «lo que deberías es…», como si con una clarividencia divina pudiéramos determinar qué es lo mejor para cada persona. Para más inri, la mayoría de esos consejos ni siquiera nos los aplicamos a nosotros mismos. Haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga.

A pesar de todo, reconozco que los consejos son una manera de retroalimentarnos y de aprender unos de otros, y entiendo la necesidad y la utilidad de los mismos para determinadas personas y situaciones, pero a ser posible, que sean ofrecidos por gente de confianza o expertos que se mantengan al margen de esa manida teoría del «a mí me funcionó». Aunque son muchos los que, a pesar de solicitarlos, no les dan ningún valor y los ignoran, otros hacen exactamente lo contrario de lo que le han sugerido y algunos incluso los rebaten como si les fuera la vida en ello. Oiga, pues no pregunte.

En cualquier caso, los consejos no son verdades absolutas, y, quizá, no fuera tan descabellado pensar que lo más sensato a la hora de darlos fuese indicar lo que no debe hacerse en lugar de lo que sí, reduciendo así las probabilidades de inducir a nuestro aconsejado a cometer un posible error. Pero, en fin, los consejos, consejos son y si lo quieres lo tomas y si no, lo dejas, como las lentejas.

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