Opinión | Dulce jueves

El punto y aparte de Alice Munro

Al principio las cosas parecen sencillas y luego se complican. Y ese cambio sucede en un punto y aparte con doble espacio

La escritora canadiense Alice Munro.

La escritora canadiense Alice Munro. / Associated Press / LaPresse

Todo el mundo escribe una novela con sus propias vidas, decía Alice Munro. Al principio las cosas parecen sencillas, pero luego todo se complica sin que apenas nos demos cuenta, y las historias se cruzan unas con otras, se interrumpen y luego resurgen, tendemos puentes, nos quedamos aislados, en el espacio en blanco de la página esperamos, deseamos, hacemos trampas... y al final lo que sucede es que sentimos que ya no podemos seguir aferrados a nuestra ficción

Son historias intimistas sobre el paso del tiempo, la imprevisibilidad de la vida y las sorpresas del destino. Cada detalle o cada gesto (las heridas solo se ven de cerca) parecen esconder una pista sobre lo que la vida les tiene reservado a los personajes en esos momentos de expectativa y posibilidades llenas de esperanza, aunque también de soledad. Sí, en cómo capta lo imprevisible de la vida está el poder de atracción de sus cuentos. Al principio las cosas parecen sencillas y luego se complican. Y ese cambio sucede en un punto y aparte con doble espacio.

El primer libro que leí de Munro fue Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio. Siempre tengo que consultar el título, no soy capaz de adivinar, ni entonces ni ahora, en qué orden suceden las cosas. Lo que sí sabíamos era que todas esas cosas sucederían. Y que con ellas tendríamos que escribir nuestras vidas. Ahora que su nombre volvía a las portadas de los periódicos, mi amigo me escribió, desde muy lejos en el tiempo y en el espacio, desde la tierra natal de Munro, para compartir los recuerdos que evocaban su nombre. «Alice Munro me trae la imagen de ti hablando de sus cuentos en una terraza junto al mar en San Juan de los Terreros. Ha pasado tanto tiempo que ya no sé si realmente ocurrió o no, pero en cualquier caso es un recuerdo muy hermoso, un rincón soleado de la memoria. Al ver la noticia de su muerte he vuelto allí por un rato...». Era un recuerdo real o, al menos, digno de formar parte de la novela de nuestras vidas. La vida en sus comienzos, sencillos solo por el desconocimiento de todo lo que vendría después de aquellos años, cuando amistad, amor, noviazgo, matrimonio, todo estaba en ebullición y al borde del punto y aparte.

Me pregunto si él habrá sabido reordenar las cosas, encontrar una secuencia verosímil que nos devuelva a los comienzos y que sigan resultando reconocibles y con cierta coherencia con lo que sucedió después. Me pregunto si los puntos y aparte de doble espacio fueron amables con él. Imagino la respuesta. En realidad él era un maestro en el manejo del punto y aparte, vivía como nadie en ellos. Los amaba tanto como yo los temía. Los dos nos entusiasmábamos con facilidad. Por eso nos gusta tanto Alice Munro: sus espacios en blanco que guardan, abiertos a la ficción, los secretos de cada vida escondidos en el orden aleatorio de las cosas, en los imprevistos. 

Ahora los conocemos bien y sabemos que están ahí como la señal de que se romperán todas las expectativas. Y sabemos algo más, que, a pesar de todo, la esperanza siempre va por delante, blanca como el espacio tras el punto y aparte.

Suscríbete para seguir leyendo