Opinión | Luces de la ciudad

Momentos mágicos

Sean de un tipo u otro, la vida es una colección de momentos, de momentos mágicos y decisivos que de forma ineludible dejan una huella imborrable en nuestro cerebro

¿Cuántas veces habremos dicho o escuchado la expresión «vive el momento»? ¿Pero qué momento? ¿A qué nos referimos cuando pronunciamos esta frase? ¿A disfrutar de lo que hacemos, a vivir el presente tal y cómo nos aconseja Horacio? Seguramente sí, pero claro, no todos los momentos son iguales. 

Sin duda, nuestra vida, nosotros mismos, estamos hechos de momentos, en realidad, de los momentos que conseguimos recordar. Algunos, intrascendentes, aburridos o desagradables, nunca engrosarán las filas de nuestros recuerdos, sin embargo, otros, inolvidables, exclusivos, que marcan un antes y un después, esos momentos que podríamos definir como mágicos, quedarán grabados en nuestra memoria para siempre.  

A veces, la magia, lo fantástico, lo seductor, lo misterioso…, surge por casualidad y ahí debemos estar despiertos, atentos, ágiles para no permitir que se nos escape. Con frecuencia desfilan ante nuestras narices cientos de momentos que podrían convertirse en especiales, no obstante, concentrados en nuestras preocupaciones y rutinas diarias, los dejamos pasar de largo sin ningún tipo de consideración. Trenes, algunos de ellos, que solo pasarán una vez en la vida. En otras ocasiones, la mayoría, tendremos que buscarlos nosotros, o al menos, provocar situaciones que los puedan generar, pero no necesariamente rompiendo drásticamente el guion de nuestra vida, o viviendo cada momento como si fuera el último, o sumergiéndonos en experiencias y viajes extraordinarios, que también, sino que, a menudo, esos momentos mágicos los encontramos en las cosas más simples, en unas buenas risas con los amigos, en dejar volar la imaginación cuando lees un libro, en la satisfacción por un trabajo bien realizado, en tomarte una cerveza bien fría y un espeto de sardinas en un chiringuito en verano o en detenerte intencionadamente a observar y disfrutar del último momento del atardecer o el primero del amanecer, cuando la luz del sol, más suave, direccional y cálida, nos traslada a una dimensión especial. No será casualidad que en fotografía a este momento se le denomine ‘la hora mágica’.

Lo que es indiscutible es que, sean de un tipo u otro, la vida es una colección de momentos, de momentos mágicos y decisivos que de forma ineludible dejan una huella imborrable en nuestro cerebro. «En cada momento de la vida, una lección, un cariño, una nostalgia», escribía en uno de sus poemas la brasileña Cora Coralina.

A pesar de todo, leía hace poco que, al parecer, resulta más complicado que surjan estos momentos mágicos a medida que envejecemos porque se supone que muchos de ellos, los más importantes, ya los hemos vivido. Pensarán algunos lectores que sigan esta columna (si es que hay alguien ahí fuera), que vaya perra que he cogido con esto de la edad, y puede ser. Quizá esté sufriendo una crisis existencial y no lo sepa, pero es que, lo mire por donde lo mire, lo de ir cumpliendo años siempre es una jodienda. En cualquier caso, me niego a asumir esta teoría, aunque admita, a riesgo de que me llamen nostálgico, que a mayor edad, más experiencias vividas y más recuerdos acumulados. «Puedes cerrar los ojos a la realidad, pero no a los recuerdos» decía el escritor polaco Stanisław Jerzy Lec. 

En definitiva, sea cual sea nuestro presente o nuestra edad, necesitamos recargar continuamente nuestras baterías emocionales, necesitamos hacer lo que realmente creemos que debemos hacer y necesitamos sentir esos momentos únicos que nos diferencien de los demás, que construyan nuestra vida pieza a pieza y que se conviertan en recuerdos eternos. Necesitamos esos momentos mágicos que realmente merece la pena vivir.

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