Opinión | Dulce jueves

‘Free Palestine’

Lo que se debería pedir en los campus universitarios es más libertad de expresión, más amor por la verdad y más debate sin censuras, ni gritos, ni condenas al ostracismo para quien piensa diferente

En una universidad estadounidense, una estudiante decora su birrete con el lema 'Free Palestine' (Palestina libre).

En una universidad estadounidense, una estudiante decora su birrete con el lema 'Free Palestine' (Palestina libre). / LAP / Associated Press

'Free Palestine’ no significa ‘Palestina libre’, o no solo eso. A modo de grafiti en las paredes de las acampadas universitarias funciona también como el título del relato simplista y parcial de un Oriente Medio dominado por el poderoso Israel, invasor y colonialista, que extermina a los palestinos, legítimos dueños de una tierra que era todo prosperidad antes de la llegada de los judíos para imponer allí una filial del imperialismo americano. Es la narrativa que utilizaba el martes en este periódico Diego Jiménez, sin dejar ni un cabo ideológico suelto: «Nuestra subordinación a los designios imperiales decadentes de EE UU, principal aliado del régimen genocida sionista decidido a eliminar a la población gazatí, conduce, en efecto, a una inacción cómplice».

Toda la turbiedad que arrastra esa consigna bienintencionada me hace desconfiar de las movilizaciones en los campus, aunque, por descontado, es digno de alabar cualquier gesto de solidaridad con las víctimas de cualquier parte y de rebeldía contra los crímenes de guerra. Pero si tienen razón en su indignación, será más por la humanidad de su acción colectiva que por las posiciones políticas que defienden. Como escribió Zadie Smith en un artículo reciente en el New Yorker, «un estado, dos estados, del río al mar; en mi opinión, sus puntos de vista no tienen ningún peso real en este momento particular, o tienen muy poco peso en comparación con la importancia de su acción colectiva». La escritora ha respondido a la avalancha de críticas por su ‘equidistancia liberal’ diciendo que ella no es ni filósofa, ni socióloga, ni catedrática y que lo único que sostiene sus opiniones, aunque estas no valgan más que una mazorca de maíz, es su libertad para pensar y su empeño por ejercer esa libertad. Y ésta pasa por hacerse preguntas e ir más allá de las consignas. 

El lenguaje y la retórica deben usarse con cuidado al protestar por las acciones de Israel en Gaza. Ese cuidado incluye leer entre líneas y hacerse responsable de las palabras, lo que no hizo una ministra de nuestro Gobierno cuando lanzó a las redes el eslogan «Desde el río hasta el mar», es decir, Palestina liberada de judíos. En Oriente Medio, cada palabra se pierde en un laberinto de ambigüedad e ideologías contradictorias. Lo que se debería pedir en los campus universitarios es más libertad de expresión, más amor por la verdad y sus matices, más debate sin censuras ni gritos ni condenas al ostracismo para quien piensa diferente. El papel de la educación es fomentar el diálogo. Protestar e indignarse desde la emoción y la empatía, también, pero sobre todo razonar, aclarar, buscar la justicia. Tan pueblo es el palestino como el israelí. Víctimas y verdugos hay en los dos sitios. ¿A quién se castiga boicoteando proyectos de investigación e intercambio con universidades israelíes? Una cosa es el Gobierno israelí y otra la sociedad israelí. Solo esa distinción nos salva del antisionismo, una forma más peligrosa que el antisemitismo, porque, como explica la politóloga Cecilia Denot, no nos convierte en nazis, ya que su odio (ahora al Estado de Israel) no es tan transparente, «se disfraza de otra cosa, de causas de derechos humanos, de justicia social, de lucha contra el colonialismo, contra las injusticias... Es un antisemitismo que habla del sionismo como si no tuviera que ver nada con los judíos».

Suscríbete para seguir leyendo