Opinión | La Feliz Gobernación
El puto insultón
El manual del insultón dicta como primera regla que el infierno son los otros. Así, el ministro Óscar Puente registra mediante un equipo destinado al efecto los descalificativos que recibe en artículos y redes, pero preguntado sobre su propia disposición a atribuirlos a sus críticos o adversarios políticos manifiesta que él se limita a describirlos. El insultador no se reconoce a sí mismo, pues se considera víctima del retorno que merecen sus invectivas, que para sí son meras definiciones del otro. «Yo los pongo frente al espejo», dice. Son los demás lo que insultan; él, constata.
Incluso cuando es ostensible que el insultador insulta, puede alegar un pretexto determinado en una segunda regla del manual: había un contexto. Dirá: no era una declaración pública, sino un comentario entre los propios, en una intervención que sin embargo es convenientemente grabada y difundida por éstos con pleno regocijo. La escapatoria tiene varias puertas: ahora, el ministro; ahora, el tuitero; ahora, el militante; ahora, el que pasaba por allí... Otro que tal baila, Miguel Ángel Rodríguez, la voz no siempre en off de Díaz Ayuso, precisa: «Este comentario lo hago desde mi móvil personal». La multipersonalidad admite licencia para que cada una de las caras pueda permitirse trasgedir el papel institucional.
La tercera regla se refiere al origen, y es la más habitual en los patios de los colegios. Se trata de distinguir quién empezó primero. Al parecer, si alguien te insulta dispones de acreditación para responder en los mismos términos, y esto aunque en el ambiente de la disputa sea difícil establecer quién la provocó y como si aun así fuera legítimo perder los papeles.
En realidad, la regla general es que todo partido o Gobierno precisa de un machaca que haga el papel de matón, es decir, que compense la obligada contención dialéctica del líder institucional, quien, sin embargo, consiente y alienta la función de su reverso. No siempre es fácil encontrar al actor decidido a ejercer ese protagonismo, salvo cuando se da con alguien incompetente para interpretar otro rol que no sea el que aparenta. El insultón nace, no se hace.
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